Un tipo elegante cantando

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“Esto es una conversación entre la música, la historia, la literatura y toda la cultura; pero lo más importante es que es una conversación entre cada uno y su propia vida, que sólo individualmente entiende, y desde ahí se canta”. Son las palabras de un tipo elegante. Una especie de showman enfundado en un traje gris con rayas, de un corte que recuerda años pasados, y que poco esconde una camisa que explota en colores, pero que va bien con los botines cafés. Es la vestimenta de un cantante elegante. Kurt Elling a sus 45 años de edad es considerado de los mejores intérpretes vocales de jazz a nivel internacional, cargando en el currículo infinidad de premios y distinciones, pero sobre todo una voz dúctil y sólida que atrapa la escena, y la decanta en múltiples colores y registros.

Elling nació en Chicago, y creció cantando en coros escolares y de iglesia. De aquellos años recuerda cómo siendo niño aprendió “los sentimientos de la música y a hacerlos familiarmente hermosos” en las primeras piezas y los primeros momentos, pero que se volvió más complicado al ir siendo mayor y tener la oportunidad de interpretar las cantatas de Bach en conciertos navideños, de las que en algunos años cantó las partes altas, luego las medias, pero también las graves, gracias a lo cual pudo entender la sensación de “cobertura” de la voz, y la “arquitectura” de esta música, que al final le resultó tan útil para dimensionar la “increíble genialidad” de Bach, al que tantos jazzistas han rendido pleitesía por sus enormes cualidades armónicas y contrapuntísticas.

Estas vivencias las cuenta Elling con humor, y con una voz cadenciosa y elocuente que no necesita cantar para ser atrayente.

En sus recuerdos también están los días en que viajando con sus padres a través del país para visitar a sus abuelos, en el aparato de radio del auto sonaba una estación llamada “Music for your life”, que para muchos significaba “música para gente vieja”, y ahí, mientras contemplaba el paisaje, podía escuchar a grandes como Peggy Lee, Andy Williams, Bing Crosby, Nat King Cole y Frank Sinatra. Luego, en la escuela Tony Bennett y Herbie Hancock serían algunos de sus descubrimientos. Todos ellos son una marcada influencia que lo llevaría en sus días universitarios a realizar sus primeras exploraciones con bandas de jazz, en las que más que saber lo que hacía, dejaba que su intuición lo guiara.

Hubo un tiempo en que le dio por “intentar” leer la filosofía de Habermas, Hegel, Heidegger, y a la vez combinar a Jaques Derrida con sesiones de canto en los jazz clubs, hasta que un profesor encargado de su graduación escolar lo llamó a su oficina para decirle que, después de haber leído varias veces sus ensayos “llegué a la conclusión, Mr. Elling, de que usted no sabe de lo que está hablando”. En ese punto, la capacidad de Kurt de reírse de sí mismo se ha vuelto más contagiosa, y luego le vienen a la mente los días en que tratando de entender qué pasaba, se mudó a la parte trasera de una camioneta, moviéndose para trabajar como bartender y empleado de construcción, sólo para hacer un poco de dinero, pero sin dejar de cantar por las noches en bodas y con orquestas locales, hasta saber que la música era lo que realmente quería hacer. Y de ahí vendría la peregrinación tratando de encontrar una oportunidad profesional a lo grande, aunque las puertas no terminaban de abrirse, pero eso le daría la determinación para centrarse en la creación de un demo que tendría la fortuna de que el prestigiado sello discográfico Blue Note —él aún dice no saber cómo pasó— decidiera editar su primer disco: Close your eyes en 1995, y a partir de esa fecha, el reconocimiento, pero menos el trabajo han cesado.

Kurt Elling, un barítono que puede deslizar su voz por octavas bajas y agudas con destreza técnica pero también emotivamente, dice que la mayor creatividad para su labor emana de las discusiones sobre el arte en general, aprovechando ideas de uno y otro lado, y cuando se mantiene esto es que viene “el punto de vista de quién eres, de tus pensamientos” que es el mejor conocimiento, porque en el jazz se toma cualquier cosa como valiosa para sí mismo, y ahí se encuentra la “ecuación” para ser un jazzista; madurar para ser auténtico y tener algo qué decir y no convertirse en una simple copia, reconociendo el valor de la propia experiencia.

El pañuelo en la solapa y el saco abrochado por en medio. Los pliegues del traje y sus partes lisas son sin duda una síncopa, remarcada por la flexión en las rodillas para apoyar las notas que empuja desde el diafragma por todo el cuerpo. Y el gesto adusto en el rostro ensombrece los ojos para enfocar la voz; Kurt Elling está cantando.

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