Un poeta en su siglo

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Diaria y admirable lección de la naturaleza: sus cambios son repeticiones y sus repeticiones cambios. El secreto de la inagotable creatividad de la naturaleza es muy simple y nosotros no deberíamos olvidarlo nunca: la invención no es la enemiga sino el complemento de la tradición.
Octavio Paz

De abuelos tapatíos, sus primeras enseñanzas en la escritura provienen del narrador e historiador Irineo Paz, quien tuvo —como la mayoría de los personajes de su época— que vivir bajo la dictadura social y cultural del régimen de Porfirio Díaz. En contrapeso, su padre —Octavio Paz Lozano—, mantuvo una cercanía muy estrecha con los protagonistas de la Revolución mexicana.

Ambos —su abuelo y su padre— fueron declarados seguidores y admiradores de las ideas de Zapata. En un poema Paz lanza su voz en una “Canción mexicana” y define, de algún modo, lo que en definitiva es —y será— la eterna búsqueda en la mayoría de sus temas, tanto en su poesía como en sus ensayos, pero sobre todo nos habla de su voluntad por ser mexicano y universal: “Mi abuelo, al tomar el café, /Me hablaba de Juárez y de Porfirio /Los suavos y los plateados. /Y el mantel olía a pólvora. //Mi padre, al tomar la copa, /Me hablaba de Zapata y de Villa, /Soto y Gama y los Flores Magón. /Y el mantel olía a pólvora. //Yo me quedo callado: /¿de quién podré hablar?”

La última frase del poema es fundamental —desde mi punto de vista— para comprender la visión de nuestro más alto rapsoda y Premio Nobel: “¿De quién podré hablar?” Esa pregunta nos lleva, de manera directa, a toda la obra de Octavio Paz, quien nació en el pueblo de Mixcoac —en ese tiempo alejado de la Ciudad de México, a donde se tenía que viajar en tranvía— el 31 de marzo de 1914.

Los orígenes y su circunstancia
Octavio Paz fue un hombre de su siglo y supo aprovechar, de manera efectiva, las circunstancias históricas que le rodearon. Su abuelo había luchado en las filas mexicanas contra la intervención francesa y, luego, fue partidario de Porfirio Díaz; después se opuso a su dictadura. Fue un novelista, pero sobre todo un periodista, hoy casi olvidado, excepto porque alguna calle lleva su nombre. Su padre, en todo caso, fue secretario de Emiliano Zapata y de alguna manera estuvo inmerso en la lucha de la Revolución mexicana, sin figurar claramente en la historia oficial.

Paz logró —al igual que Alfonso Reyes— aprovechar su circunstancia y su oportunidad histórica; y al paso del tiempo se hizo de un nombre propio y logró una obra, ahora sabemos, perdurable.

Bajo la consigna dispuesta en El laberinto de la soledad (1950), que a la vez fue una enseñanza y un acicate que le duró toda su vida, Paz declaró y se dijo a sí mismo: “No escribo para saber lo que soy, sino lo que quiero ser”.

Nacido en los violentos años de una lucha armada —la primera revolución del siglo veinte—, fue testigo de los grandes acontecimientos de su época, que lo conformaron como un escritor beligerante. Testigo y luego protagonista, participó en la jornada cultural posrevolucionaria de José Vasconcelos, cuando era estudiante en San Ildefonso.

Se acercó al grupo de la generación de los Contemporáneos y fue, de alguna manera, el niño consentido de algunos de ellos, pero sobre todo de Jorge Cuesta y Xavier Villaurrutia. De algún modo toda la obra poética y ensayística de Paz está circunscrita y referenciada por la obra de estos escritores. Algunas veces por cercanía y aceptación y, las más, por rechazo a sus ideas y posturas. Pese a todo, al leer los trabajos de Paz se pueden encontrar vestigios de las fórmulas de pensamiento de Cuesta y, sobre todo, de las formas literarias de Villaurrutia.

Si se realiza una lectura comparada de algunos ensayos de Cuesta y Octavio Paz, es posible encontrar fórmulas lingüísticas que los aproximan y, además, temas que los hacen cercanos en definitiva. En el caso de la poesía es muy palpable observar en el último poemario de Paz —publicado en vida—, Árbol adentro (1987), la presencia de Villaurrutia.

Cercano y a la vez lejano de los integrantes de la revista de Contemporáneos, el joven Octavio Paz muy pronto logró convertirse —a fuerza de tesón— en una voz lírica y, también, en un autor de ensayos todavía vigentes y espléndidos. Poeta tardío, fue un ensayista precoz que a los diecisiete años ya había mostrado sus capacidades reflexivas en un ensayo todavía disfrutable: “Distancia y cercanía de Marcel Proust” (1933), reunido, junto a los primeros trabajos del Paz joven, en Primeras letras (1931-1943), que Enrico Mario Santí publicó en 1988. Su poesía, aparecida por primera vez en 1933, no alcanzó su madurez sino hasta entrado en años, y quizás su primer libro importante sea Libertad bajo palabra (1960), donde dispuso una especie de antología de sus poemas publicados en los años anteriores.

El joven que fue Octavio Paz, muy pronto abandonaría la adolescencia para ir hacia el encuentro —siempre paulatino— de la madurez personal y literaria. Inquieto como fue, el año de 1937 fue nodal para su existencia. Abandona sus estudios de Derecho en la Universidad Nacional y viaja a Yucatán para encontrarse con la mítica cultura maya, y con un mundo hostil y actual en su momento: los plantíos de henequén habían traído riqueza y pobreza a la vez en ese espacio geográfico de México, y fue a intentar aportar algo a los indígenas explotados y redimidos. Lo hizo. Trabajó. Y encontró algo más: se encontró a sí mismo. Su voz poética, narrativa y ensayística tuvo, entonces, una nueva visión… Allí mismo llegó una noticia que le cambiaría —en definitiva— su existencia: fue invitado a viajar a España al Congreso Antifascista, en plena Guerra Civil.

En España se encontraría de nuevo consigo mismo, y con los artistas, poetas y escritores que le impulsarían a convertirse en ese Octavio Paz que ya no tendría vuelta atrás: ese viaje hizo dar al joven un salto increíble, uno de esos donde se pierde la vida o se comienza a volar hacia los cielos más altos y más vivificantes. Un salto de los que hay solamente uno en la existencia de cada ser de este mundo: un salto como el de los pájaros, en el que está la vida o la muerte, la salvación de la especie y —es claro— del yo y del nosotros. Un salto obligado donde no se admiten las reservas, porque quien volteé hacia atrás —como en la Biblia— puede convertirse en sal. Y ser Nada-Nadie…

El mundo se abre o se cierra
La visión del poeta y ensayista Octavio Paz es muy singular. Como todos los enfoques que son verdaderos, mantiene un diálogo. Por tanto, admite el desacuerdo y la posible discusión.
Como obra viva —y vibrante—, se mueve y otorga la posibilidad de observar un mundo y el mundo. Nos da la oportunidad de convivir con y en ella y, a su vez, da vida. Paz fue un discutidor, y sus puntos de vistas son lecturas del mundo. Esa mirada es —al menos para mí— fascinante. Es hechizante y también es una referencia inusual. Es decir, hay un ser que se convirtió en pensamiento, en poesía…

En toda su obra poética y ensayística, escrita a lo largo de su vida, Octavio Paz se asumió como una persona hechizada por las ideas y la vida. Fue un poeta, sí, pero también un filósofo. Un sabio y —otra vez— una persona a la que todo le conmovía y le interesaba. Nada —o casi nada— escapó a su mirada, a sus sentidos. A lo largo del tiempo se convirtió en una voz, y esa voz se abrió al mundo, sin olvidar nunca sus raíces: Paz fue un escritor mexicano y universal. En su obra está México. En sus trabajos está el mundo, el universo. Es un ser y un escritor —de algún modo— romántico y clásico: partía siempre de la naturaleza y se involucraba en los movimientos sociales y políticos que incumbían a la sociedad a la que perteneció. Esto es: fue un escritor de su siglo. Uno convulso y acaloradamente lleno de acontecimientos. El siglo veinte fue —podríamos decir— un inédito Renacimiento. Pero a Paz el mundo maya y el universo azteca lo llevaron a Oriente; a donde fue y abrió su visión hacia las culturas antiguas de esos extremos del mundo. No obstante —El Laberinto de la soledad, Las trampas de la fe, Libertad bajo palabra, Pasado en claro o Corriente alterna, para verificarlo—, siempre tuvieron un pie en sus orígenes y otro en todas partes…

Octavio Paz fue un hombre de su siglo. El ejemplo de su vida y su obra —para muchos— es una (e)lección.

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