Un paseo por las tinieblas de la muerte

Javier Cercas vuelve a sumergirse en el escabroso pasado de su país y de su familia para presentarnos una nueva revisión histórica de la Guerra Civil española. Quince años después de publicar Soldados de Salamina, con El monarca de las sombras el escritor abre de nuevo una puerta que muchos, en España, preferirían dejar cerrada

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Los caminos y atajos que te llevan a un libro suelen ser imprevisibles, a veces pueden ser íntimos o sufridos y, en otras, deslumbrantes. Y esto vale tanto para quienes lo leen como, y acaso con mayor ahínco, para quien lo escribe. Otras veces basta una simple charla, un aniversario, una historia en común: escuchas hablar por primera vez de Javier Cercas por casualidad, leyendo una publicación en internet, y una semana después un amigo te dice: “Léete Soldados de Salamina, es su mejor libro”. Y tres días después estás en el aeropuerto de Guadalajara, en la sala de embarque, engañando la espera antes de que salga tu avión en la librería del gate. Los ojos grandes y aparentemente claros que te miran desde una portada en blanco y negro te llaman la atención: El monarca de las sombras, lees arriba de la cara infantil, “la novela que Javier Cercas se había estado preparando para escribir desde que quiso ser novelista”, lees en la cuarta de forros. “O desde antes”.

Y poco después estás tirado en una butaca leyendo: “Se llamaba Manuel Mena y murió a los diecinueve años en la batalla del Ebro”. Y piensas en cómo el azar te llevó allí: a una historia particular pero al mismo tiempo compartida por muchos europeos, y aún más, universal: la vergüenza de un pasado incómodo, la presencia fantasmal de un pariente que estuvo en la guerra —mundial o civil, depende de los puntos de vista—, la duda de si tus antepasados estuvieron del lado de los “buenos” o de los “malos”.

Y luego lees: “El monarca de las sombras narra la búsqueda del rastro perdido de un muchacho anónimo que peleó por una causa injusta y murió en el lado equivocado de la historia”.

Dejas por un segundo de leer, y piensas: “¿Hay un lado correcto de la historia?”. Y luego te das cuenta de que Javier Cercas probablemente se preguntó lo mismo, y que tal vez una historia tan convulsa como la del siglo veinte en Europa no se ha narrado del todo, o no se puede dejar de narrar: “Era tío abuelo de Javier Cercas, quien siempre se negó a indagar en su historia, hasta que se sintió obligado a hacerlo”, lees.

Y piensas en que en tu familia nadie te habló de tu abuelo, el que se fue a pelear a Grecia, que luego fue encerrado en un campo de prisioneros políticos en Alemania, que regresó hosco, callado y con malaria, y que se murió dos años antes de que nacieras. O del tío abuelo que fue enviado a Rusia, lugar del que regresó sin tres dedos de un pie y sin ganas de hablar. Muriéndose luego por la gangrena que le empezó en el lugar donde les faltaban los dedos, o quizás por una gangrena invisible pero más profunda que lo carcomió desde dentro, desde la memoria que nunca compartió. Porque hay cosas de las que nadie quiere hablar. Que se necesitan olvidar.

Cercas no. Ya había creado polémica al escribir un libro en 2001 sobre la Guerra Civil española desde el punto de vista de los vencedores históricos, pero, como los definió él mismo, los perdedores literarios: los falangistas y franquistas. Pero como los caminos que te llevan a un libro muchas veces son imperscrutables, o aún más, íntimos, El monarca de las sombras da “… una vuelta de tuerca inesperada y deslumbrante a la pregunta sobre la herencia de la guerra que Cercas abrió quince años atrás con Soldados de Salamina”.

Puede ser que tampoco haya una respuesta a esa pregunta; o puede ser que la respuesta que el escritor español encuentra es que “escribir sobre Manuel Mena era escribir sobre mí, que su biografía era mi biografía, que sus errores y sus responsabilidades y su culpa y su vergüenza y su miseria y su muerte y sus derrotas y su espanto y su suciedad y sus lágrimas y su sacrificio y su pasión y su deshonor eran los míos…”. Los nuestros.

Javier Cercas con su último libro no sólo vuelve a indagar en el pasado de un país, de un siglo terrible para la humanidad, sino también sobre él mismo. O nosotros. Su historia. O la nuestra. Y lo hace llevando a su extremo un género que ya lo caracterizó desde Soldados de Salamina y otras novelas: la autoficción, como explica Teresa González Arce, académica del Centro Universitario de Ciencias Sociales y Humanidades y experta en letras hispanas contemporáneas.

“Juega con esta expectativa del lector de que lo que se dice en la novela es verídico”, dice la también escritora, porque la licencia literaria se basa y se alterna constantemente con documentos, hechos y personajes reales.

En los años ochenta del siglo pasado, en España hubo un movimiento literario llamado la Nueva narrativa española, una especie de reedición del Boom latinoamericano, explica González Arce, “cuyos autores dieron con una fórmula, que es la novela con tintes policiales pero con un fondo histórico, donde se pone en primer plano a un escritor o a un periodista que busca saber más sobre el pasado y la Guerra Civil. Por diferentes motivos, a veces de índole política, en otras literaria”.

Cercas, con este libro —él por motivos personales— más de treinta años después (y quince después de Soldados de Salamina) vuelve a hurgar en su pasado y en la dolorosa memoria común de una familia —su familia—, y de un país entero. Entrevista a sobrevivientes, personas mayores de su pueblo, Ibahernando, que habían conocido a Manuel Mena, su tío abuelo, una suerte de héroe para su familia. O por lo menos, de la mitad derechista. Y para él, hombre de izquierda, es abrir una puerta vergonzosa, la vergüenza que en este caso envuelve, paradójicamente, a los ganadores. Con esos testimonios, recuperando cartas y documentos oficiales, reconstruye la vida de su tío desde la juventud, su participación en la guerra con el Primer Tabor de Tiradores del Ifni, hasta su muerte, acaecida en el frente del Ebro. Y la única licencia que se concede es imaginarse lo que Manuel Mena pensaba, en un mosaico donde intenta encajar piezas que a veces no encajan, y muchas que ni siquiera existen.

Cercas se sumerge en las sombras, donde Manuel Mena es el monarca, es el joven héroe que, como Aquiles, muere en su plenitud sacrificándose por un ideal, por una patria, alcanzando lo que para los griegos era la muerte perfecta que culmina una vida perfecta: kalos thanatos. En contraposición a Ulises, que vuelve a casa y muere viejo, alejado de la gloria.

En el libro se cuestiona entonces si su tío abuelo, “no hubiera preferido ser un siervo de los siervos vivos que un monarca muerto, preguntándome si en el reino de las sombras habría comprendido que no hay más vida que la vida de los vivos, que la vida precaria de la memoria no es vida inmortal sino apenas una leyenda efímera, un vacío sucedáneo de la vida, y que sólo la muerte es segura”.

Sin embargo, hacia el final de la novela, Cercas encuentra el hilo, el camino que lo había llevado a escribir un libro que no estuvo seguro de escribir hasta el último, pero que, se da cuenta, nadie más que él podía, y en cierto sentido tenía que escribir: “La historia de Manuel Mena formaba parte de mi historia y por lo tanto era mejor asumirla, airearla que dejar que se corrompiera dentro de mí como se corrompen dentro de quien tiene que contar las historia fúnebres y violentas que se quedan sin contar”.

Y parado en el cuarto del oscuro palacio donde Manuel Mena había muerto decena de años antes, finalmente liberado del peso del pasado y de la vergüenza, siente que “aquella expedición por las tinieblas de aquel caserón vacío en busca del monarca de las sombras acabara de revelarle el secreto más elemental y más oculto, más recóndito y más visible, y es que no nos morimos”; que “nos transformamos en nuestros descendientes como nuestros antepasados se transforman en nosotros”, y que tampoco la muerte es segura.

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