Un latir en las manos

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La poesía de la muerte. El discurso del duelo en la obra de Coral Bracho, es un libro académico para sus pares y también para no académicos. Es decir, su lectura es amena, digamos cordial.

El primer capítulo es un sucinto resumen sobre la literatura mexicana del siglo XX. Ahí, Silvia Quezada muestra de dónde se nutre y nace esa voz inasible, volátil, femenina por suave, de Bracho; nos damos cuenta de que su voz es un hilo, una vena que lleva, la ata, a ese tejido conocido como literatura mexicana. Luego viene una serie de opiniones sobre su trabajo poético. Es, no se exagera, un gozo leerlas. “Quién busque en Coral Bracho, sostiene Ramón Cote, ‘orden’, ‘secuencia’, no podrá jamás leerla, no porque escriba en términos incoherentes o incomprensibles. A Coral hay que leerla de soslayo, porque en su poesía no dice, incrusta, no modela, sugiere. Su herramienta no es el cincel, es la gubia.”

Renuente a las entrevistas, el libro de Quezada recoge una pregunta realizada en público: “¿Para qué sirve la poesía?”. Se vio Coral Bracho obligada a contestar y sostuvo: “¿Para el que la escribe o para el que la lee?, para muchísimas cosas o para ninguna, dependiendo, yo creo que para muchísimas cosas. Para el que escribe es un modo de conocimiento, de autoconocimiento, de tratar de entender, de dar forma a lo que uno vive, de darle intensidad, porque le da forma y eso ya es bastante. Y para el que lee, porque encuentra lo mismo, sentidos, significados. Yo creo que es algo muy vital, importante también porque encuentra lo mismo, sentidos, significados”.

Para El discurso del duelo, Silvia Quezada estudia poemas de cinco libros de Bracho. En “Los Murmullos” la presencia de la muerte niña, la muerte que nos acoge como niños, tierna, maternal, colorida, como un juego infantil. Suave en su ritmo y presencia. Ahí el varón muere de “dolor de barriga”, mientras Marta se lleva el homenaje mortuorio: Entre la miel espesa de perfumes y luz/ entre el temblor confuso de humo y flores. Sostiene Quezada en referencia a este poema: “En el texto de Bracho no se discute el poder o la pobreza, sino los diversos estadios de la vida.” Y nos recuerda la autora las palabras de Fray Luis de León: “Un filósofo diría desnudamente: todos somos mortales, pero un poeta dice la misma verdad, pintándola con vivos colores”.

El estudio de “Tus lindes: grietas que me develan”, invita al diálogo. Desde el inicio, Silvia Quezada lanza un dardo que da en el blanco. Sostiene: ‘“Tus lindes: grietas que me develan’ es una sinécdoque doble, los lindes corresponden al falo, las grietas a la vagina”. Esta contundencia invita a la relectura del poema. Sí, el poema es erótico. Y el libro cumple con uno de sus propósitos: la invitación a la relectura. Entonces el lector entra a escena, reclamando ser un sujeto más activo. Y como por sortilegio llega otra lectura, la propia, la que se suma porque cada poema o lectura tiene su lector: podemos pensar que las lindes, los límites del amante son el inicio del ser amado y viceversa.  Entonces la amada surge de las fronteras, de esos límites o confines del varón y, absorta, en las orillas del amado y en su inicio, ella, plena, dice:

Has forjado, delineado mi cuerpo a tus emanaciones,
a sus trazos escuetos. Has colmado
de raíces, de espacios;
has ahondado, desollado, vuelto vulnerables (por que tus
          yemas tensan
y desprenden,
porque tu luz arranca gubia suavísima con su lengua,
           su roce,
mis membranas en tus aguas; ceiba luminosa de espesuras
          abiertas,
de parajes fluctuantes, excedidos; tu relente) mis miembros.
 
Sí, se reitera, cada poema tiene su lector.

El penúltimo capítulo del libro está dedicado al poema “Ese espacio, ese jardín”. El estudio que hace Quezada es exhaustivo. Primero por segmentos, luego por personajes, el jardín, el tiempo. Desde el apartado “Los fonemas de la muerte”, la autora nos demuestra, y en breve, que la muerte en Coral Bracho tiene una forma, un tono y un color distinto a la tradición mexicana en este tema. Sostiene la autora en las conclusiones del último capítulo del libro: “Digamos que el poema ‘Ese espacio, ese jardín’ es olfativo y visual, y que la muerte se personifica en ese libro sin causarnos asombro, ni temor. El símbolo es trabajado como una madeja que habrá de acompañarnos en el laberinto de la vida, pero también como el hilo conductual de todos nuestros procederes. (…) Se trata de conciliarnos con la muerte presentándola como ‘amenidad’ y nos coloca como espíritus superiores que podemos afrontarla”.

La poesía de la muerte es un libro que en todas sus páginas nos muestra sus herramientas de trabajo. Es un libro académico sí, pero que bien puede servir de texto en escuelas porque es el resultado de una investigación. Invita a la lectura de Coral Bracho, a la reflexión no sólo del trabajo de la poeta sino también de la literatura mexicana del siglo XX y, en ciertos puntos, invita al debate. Sí, es un libro vivo, que late en las manos. 

Entre las reflexiones a las que invita el libro es al punto visible de Coral Bracho y Jorge Manrique: solamente en la suavidad del tono sobre el tema de la muerte. Bracho utiliza esa melodía y nos dice que el morir es otra cara de la ternura. 
Termino este texto con tres versos de Coral Bracho:

Canta suavemente la muerte
en el umbral del patio,
bajo el silencio de los limoneros.

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