Un inmueble de valor incalculable

836

Era el 1787, había pasado el año del hambre (llamado así debido a las fuertes sequías que azotaron a distintas regíones de la Nueva España en 1784) en el que falleció 10 por ciento de la población de Guadalajara. La terrible experiencia exigía prepararse construyendo un hospital más grande. Existía un proyecto, pero por diversas circunstancias no lo habían materializado. Fray Antonio Alcalde y Barriga, obispo de la Nueva Galicia, tomó la decisión de gestionar su edificación y al doble de su tamaño.

Así, en su tiempo, se convirtió en el primero y más grande hospital construido en Europa y América de planta radial (o estrellada), que consiste en un centro común del que parten las diversas salas para enfermos, explicó el especialista en patrimonio edificado de la Universidad de Guadalajara, David Zárate Weber, en el marco de los 230 años de colocada la primera piedra de esa institución.

El Hospital Real de San Miguel de Belén, actualmente antiguo Hospital Civil de Guadalajara Fray Antonio Alcalde, es un inmueble de “valor incalculable” por su origen y características singulares, afirmó el profesor investigador del Centro Universitario de Arte, Arquitectura y Diseño (CUAAD).

El proyecto se inspiró en el esquema radial propuesto por Leonard Cristoph Sturm, y en la iglesia de planta triangular de Andrea del Pozzo, y se atribuye a Francesco Sabatini, arquitecto preferido de Carlos III de España, o a un monje probablemente betlemita conocido sólo como Padre Cristo, de la misma orden religiosa que tenía a su cargo el hospital.

“Muestra un profundo conocimiento del funcionamiento de los hospitales y de la orden religiosa”, explica el académico, pues existe cierta relación con el escudo de los betlemitas, que contempla la estrella de Belén sobre tres coronas de los reyes magos.

El Hospital de la Santa Veracruz, más tarde San Juan de Dios, que fue el primer hospital de la ciudad, y el de San Miguel, más tarde Real de San Miguel de Belén, sirvieron a Guadalajara y más allá durante cientos de años, afirmó el especialista.

El proyecto de la cuarta sede del hospital fue encargado por los betlemitas, pero lo impulsó Fray Antonio Alcalde, quien desde su arribo a la Nueva España promovió obras de beneficio social, y sólo propuso algunos cambios: hacerlo al doble de tamaño, que la iglesia fuera en cruz latina y la ubicación hacia el norte de la huerta y el camposanto.

En 1787, hace 230 años, el obispo Alcalde colocó la primera piedra. En 1792, poco antes de su fallecimiento, consagró el hospital “a la humanidad doliente”. Después de siete años de construcción, en 1794, quedó terminado. Esta nueva sede permitió pasar de 50 a mil camas, lo que significaba un incremento sorprendente.

Cuando en otras latitudes notaron que funcionó, “se hicieron otros hospitales similares, pero ya estaba entrando otro concepto basado en pabellones independientes articulados por pasillos”.

Patrimonio
El inmueble está constituido por dos grandes bloques, uno perimetral y otro en el interior, explicó Zárate Weber.

La crujía perimetral de forma rectangular alojaba el convento betlemita, la escuela de niños, el hospicio, cocina, comedor y otros anexos de servicio. Contaba con ingresos separados para hombres, mujeres y entrada discreta para casos delicados. En su eje norte sur se encuentra la iglesia de uso exclusivo hacia el exterior.

En el espacio central está el repartidor, de donde surgen las seis salas para los enfermos en disposición radial o estrella. En éste “se encontraba el centro de enfermeras/altar, desde donde se podía vigilar a cientos de enfermos y presenciar la misa”, afirmó el especialista.

Los 22 patios entre estos dos edificios servían en su mayoría para cultivar plantas medicinales y odoríficas.

La iluminación y ventilación natural se realizaba a través de ventanas en la sección de mujeres, en una ubicación más alta. La ventilación se completaba con un sistema vanguardista nombrado “por llamada”, que hacía circular el aire viciado desde los extremos de las salas de enfermos hacia las linternillas ubicadas en las bóvedas del repartidor.

“En ese entonces era muy importante la buena ventilación, ya que se pensaba que las enfermedades se transmitían por el aire”, explica Zárate Weber.

Su diseño “es perfecto, vanguardista, muy inteligente. No le faltaba nada”, agrega. El inmueble “tiene los méritos para que sea considerado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO”.

En nuestros días el edificio continúa prácticamente completo en su planta original, aunque tiene múltiples agregados. Se conservan los muros de adobe longitudinales, corredores con columnas y arcos de cantera amarilla de Huentitán, gárgolas y otros elementos. Ya no existe el pavimento original, que parece haber sido realizado en Tonalá, de barro bruñido, con una base blanca y ornamentado con dibujos de plantas en color azul marino.

Le hicieron algunas remodelaciones en los siglos XIX y XX. En el poniente, donde estaba el convento de los betlemitas, se adaptó para atender a los pacientes ricos “distinguidos” y se construyó su panteón, el de Santa Paula, que hoy es conocido como de Belén.

Hicieron también el ingreso actual, junto al templo, el segundo piso que se construyó en un área para la enseñanza de la medicina, la colocación de herrería y mosaicos, y la clausura de las linternillas de ventilación, en cuyas cúpulas ahora hay un mural de Gabriel Flores. En la zona abierta del nororiente construyeron, más recientemente, edificios nuevos del hospital.

Artículo anteriorCalidad de vida desde la alimentación
Artículo siguienteLa cara de Duarte