Un futuro empobrecido y consumido por la violencia

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Siempre hemos afirmado, más allá del lugar común, que los jóvenes encarnan el porvenir y representan la esperanza de un mañana más justo, más limpio, más armonioso, más igualitario y más libre. Decimos que la juventud alberga el potencial para construir ese futuro diferente y mejor para todos, pero la realidad que los jóvenes enfrentan en este momento es poco halagüeña.

La inmensa mayoría de los jóvenes en nuestro país, y extendiendo más la mirada, en América Latina, tienen pocas o ninguna expectativa de conseguir una vida mejor en el futuro más allá de la pobreza, la violencia y la desesperación que hoy enfrentan en sus familias y comunidades.

¿Qué pasará con nuestro futuro, si quienes el día de mañana tendrán en sus manos el trabajo y las decisiones, no encuentran hoy los medios mínimos para sobrevivir con dignidad? ¿Nos aguarda un futuro empobrecido o queremos una respuesta esperanzadora a esta pregunta? En cualquier caso, quienes pertenecemos a la generación nacida en los cincuentas y sesentas del siglo pasado, tenemos la obligación de encontrar respuestas inmediatas y de fondo a la serie de graves problemas que en este momento obstaculiza el sano y pleno desarrollo de la generación de nuestros hijos.

De entre la decena de estos problemas que agobian a nuestra juventud, dos son los más graves: pobreza y violencia.

De acuerdo con un estudio realizado por la Comisión Económica para América Latina, CEPAL (publicado en 2012), en América Latina alrededor de un tercio de las personas jóvenes vive en condiciones de pobreza y más del 10 por ciento en situación de pobreza extrema. En tanto, en México existen 37 millones de personas jóvenes (menores de 30 años), de las cuáles alrededor del 26 por ciento no estudia ni trabaja y 45 por ciento enfrenta una situación de pobreza o pobreza extrema.

La sola pobreza es un lastre penoso que resulta difícil dejar atrás, y cuando se mezcla con la violencia forma un círculo vicioso del que es imposible escapar con los medios normalmente a disposición de los jóvenes.

Tan sólo en nuestro país, de acuerdo con el INEGI, a partir de 2007 el número de fallecimientos de hombres jóvenes a causa de agresiones experimenta un ascenso vertiginoso: pasan de 7 mil 776 en ese año, a 20 mil 273 en 2013, con cifras particularmente altas en 2011 (24 mil 257) y 2012 (22 mil 986).

De 2010 a 2013, el número de muertes por homicidio fue mayor que las muertes por accidentes para varones jóvenes de entre 20 y 39 años de edad. Mientras que en 2007 las muertes por agresiones representaban el 2.7 por ciento de las muertes totales de varones en el país, para 2013 fue el 5.9 por ciento del total de las defunciones registradas, es decir, las muertes por agresiones en hombres incrementó su peso en la mortalidad general en un 120 por ciento en apenas un sexenio.

En el ámbito regional la situación no es mejor. De acuerdo con cifras del Banco Mundial, América Latina concentra el 30 por ciento de los homicidios del mundo y siete de los 10 países con las tasas más altas de homicidios en el orbe están en nuestro subcontinente.

Existe otro informe publicado en octubre de 2014 por la UNICEF, que revela que 220 personas de entre 0 y 19 años de edad mueren todos los días en América Latina como resultado de la violencia intrafamiliar. Así, la violencia es una constante en la vida de las personas jóvenes en México y América Latina.

Cuando revisamos la situación de las mujeres jóvenes respecto de la violencia, las cifras son particularmente alarmantes. En nuestro país, el Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), reportó en 2012 que alrededor del 47 por ciento de las mujeres de 15 años o más había vivido situaciones de violencia emocional, económica, física o sexual durante sus dos últimas relaciones de pareja.

A esto se suman los homicidios de género, ya que de acuerdo con datos publicados por el Observatorio Ciudadano Nacional del Feminicidio, diariamente son asesinadas seis mujeres, y del total de casos registrados, apenas un 15 por ciento son investigados por las autoridades.

En el ámbito regional, una vez más las cosas no van mejor. En Latinoamérica, entre un 17 y un 53 por ciento de las mujeres jóvenes que viven en pareja (de acuerdo con el país de que se trate), han vivido situaciones de violencia infringidas por su pareja.

¿Por dónde comenzar a resolver esta situación? En la actualidad existe un consenso entre los especialistas acerca de que el mecanismo clave para interrumpir la transmisión generacional de la pobreza y la violencia, está en la pertinencia y relevancia de la educación que reciben los jóvenes. Una educación que les posibilite el acceso a una situación socioeconómica estable y mejor que la que sus padres tuvieron, y que les dé los elementos básicos para construir un entorno familiar y social libre de violencia.

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