Un deterioro inducido por el hombre

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    Entre la cabecera municipal de Jamay y la localidad de Maltaraña existe una carretera sobre relieve que va de norte a sur y que separa dos valles: al oeste se encuentra el Lago de Chapala, que se vislumbra a lo lejos, y al este, la llamada Ciénega de Chapala, una región que hasta hace un siglo estaba cubierta de agua y que hoy es una importante zona agrícola que comprende los municipios de Jamay y La Barca, en Jalisco, y Briseñas, Venustiano Carranza, Pajacuarán, Venustiano Carranza, Sahuayo, Ixtlán y Villamar, en Michoacán.

    Esta vía de comunicación no resultó ser una separación coincidente, ya que su cimiento está sobre un bordo construido entre 1905 y 1910 por iniciativa del empresario Manuel Cuesta Gallardo, quien junto con los dueños de haciendas de Jalisco y Michoacán, motivó el proyecto para convertir 30 por ciento de la entonces superficie del lago más grande de México en tierras de cultivo.

    A más de cien años de estas obras de desecación y pese al éxito agrícola que tuvo esta zona durante el siglo XX, investigadores de diversas instituciones educativas han sido testigos de los cambios sociales y ambientales que derivaron de esta primera fuerte agresión al Lago de Chapala. Adriana Hernández García, investigadora adscrita al Centro Universitario de la Ciénega (CUCiénega), explicó que este hecho no sólo derivó en un cambio cultural lacustre entre los habitantes de la zona sureste del lago, pues dejaron de ser pescadores para convertir en agricultores, sino que impactó de forma directa al ecosistema.

    “Esta ruptura transformó la flora y la fauna de alrededor del lago que llevaba a cabo ciclos, como la migración de grandes grupos de aves; por otra parte, los escurrimientos de agua provenientes de los cerros se bloquearon, ya no llegaron al lago o lo hicieron de forma contaminada”, comenta Hernández García.

    Después de la Revolución mexicana se concretó el reparto agrario y las tierras fértiles se convirtieron en ejidos, lo que permitió el florecimiento económico de estos municipios jaliscienses y michoacanos; cada vez más se construyeron canales de riego provenientes del lago y de los ríos Lerma y Duero, y fueron explotadas zonas forestales, por lo que hoy es poco común encontrar abundancia de plantas de ornamento y frutales que eran comunes en los cerros que rodean la cuenca.

    Y aunque en su momento los suelos pantanosos de esta ciénaga resultaron propicios para los cultivos, la especialista expresa que pese a ser una cuenca abastecedora también se ha deteriorado.

    “Actualmente hay procesos de uso de suelo que han afectado. Uno es que la cantidad de agua del lago ya no abastece a todas las parcelas; en 2016, en una corrida de campo, nos dimos cuenta que los productores comienzan a perforar pozos. A la par se utilizan agroquímicos más agresivos para que la producción se mantenga”.

    Por otra parte, durante el siglo XX cuatro sequías azotaron a Chapala (1948-1954, 1960-1964, 1970-1978 y 1993-1996), y aunque la investigadora del CUCiénega comenta que diversos especialistas aseguran que éstas son normales y que no hay que preocuparse, ella no descarta que la desecación de la Ciénega de Chapala pudo haber sido otro factor que contribuyó a la escasez de agua del vaso lacustre: “La desecación de 30 por ciento del vaso original marcó una transformación también en sus ciclos”, pues fue cortado otro suministro de agua.

    En una investigación realizada por Claudia Cristina Martínez García, del Colegio de Michoacán, se presentan las transformaciones del paisaje que tuvo esta ciénaga tras su desecación, entre las que se menciona que animales como zorros, marmotas, víboras, caimanes, peces y decenas de tipos de aves dejaron de abundar. 

    En la actualidad el Lago de Chapala tiene una capacidad de 7 mil 897 millones de metros cúbicos que se almacenan en 114 mil 659 hectáreas, según la Comisión Estatal del Agua de Jalisco, y diez municipios colindan con éste; Hernández García lamenta que cada localidad tiene sus respectivas necesidades y no han podido llegar a acuerdos para evitar el deterioro ecológico.

    Hernández García asegura que aún hay esperanza para mejorar las condiciones del lago, sólo falta entablar un diálogo común entre los interesados y que se tomen en cuenta la voz de los 300 mil habitantes que residen alrededor del lago de Chapala.

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