Un descubridor olvidado

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Recordemos al francés Henri Becquerel, supuesto descubridor del fenómeno radioactividad.

La suerte de los descubridores
Henri Becquerel nació a finales de 1852 y pronto comenzó su carrera como ingeniero de puentes, pero mantuvo siempre un interés absoluto por la experimentación en el laboratorio familiar. Hacia 1895 se enteró de la novísima demostración que había hecho el alemán Wilhelm Röntgen sobre la imprevista existencia de unos misteriosos rayos, a los que había bautizado como rayos X.

Becquerel buscó repetir el mismo experimento de su admirado colega. Puso un compuesto de uranio y lo envolvió una placa fotográfica en papel negro, colocó un cristal del compuesto de uranio sobre la placa envuelta en papel y expuso el conjunto a la luz del día. Cuando la placa fotográfica fue revelada, tenía una imagen del cristal de uranio. Becquerel pensaba que había encontrado una validación experimental de su teoría. Sin embargo –y esto no lo supo en aquel momento- no era así.

Luego vinieron unos días nublados, de manera que tuvo que detener sus experimentos; guardó el cristal de uranio en algún lugar apartado de su escritorio, sobre la placa fotográfica envuelta en el papel negro. Pasados unos días reveló la placa, esperando encontrar casi nada, apenas un pequeño rasgo residual del cristal de uranio.

Pero la imagen tenía la misma intensidad de aquellas logradas con la exposición a los rayos solares. Becquerel concluyó, acertada, feliz, inesperadamente, que “el efecto de la luz del Sol en la producción de la fosforescencia del cristal de uranio nada tiene que ver con la exposición de la placa fotográfica cubierta bajo éste, sino que dicha exposición procede del propio cristal de uranio, incluso en la oscuridad.”

Aquel sería el primer antecedente de lo que posteriormente habría de ser reconocido como radioactividad. Becquerel había descubierto la radiación. O quizá no.

Un olvido radioactivo
La historia del azaroso descubrimiento del fenómeno de la radiación por Henri Becquerel es todo un clásico entre las historias de los descubridores. Pero hay una parte de la historia oficial de la radioactividad que todavía no ha sido suficientemente bien explicada. Y es que resulta probable que Becquerel haya estado enterado del trabajo de un sujeto que ahora pocos recuerdan, quien lo habría antecedido en el descubrimiento de la radioactividad, pero cuya experiencia decidió omitir en sus reportes. Porque en 1857 Claude Félix Abel Niépce de San Victor, cercano a los miembros de la Academia de Ciencias de Francia -amigo, para más detalles, del padre de Henri, Alexandre-Edmond Becquerel- había descubierto que algunas sales tenían la capacidad de exponer emulsiones fotográficas, incluso en completa oscuridad.

Niépce de San Victor encontró que la causa de ese fenómeno eran las sales de uranio, cuya extraña naturaleza tendría que ver con alguna radiación desconocida hasta ese momento, que no era ni fosforescencia ni fluorescencia. Y así lo reportó a la Academia de Ciencias. Lo más seguro es que los Becquerel se hayan enterado de todo ello, aunque nunca lo mencionaron.

Quizás eso era lo que quería decir Isaac Newton cuando a fuerza de repetición hizo famoso aquel adagio: “Un enano subido a los hombros de un gigante verá más lejos que el mismo gigante”, pero olvidó aclarar que no era una idea suya, sino que la había leído en un texto de Juan de Salisbury, quien a su vez la tomó prestada de Bernardo de Chatres.

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