Un Salto olvidado

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En Las Azucenas se roban hasta las casas. Así me lo dijo un vecino de este fraccionamiento de El Salto, que colinda con el canal de El Ahogado. Aquí vivía Miguel Ángel López Rocha. Aquí, a unos centenares de metros de donde nos encontramos ahora, cuando jugaba en un terraplén adyacente al canal, el niño de ocho años cayó en unos charcos de agua letal, el 12 de febrero de 2008, para luego morir en la madrugada siguiente por intoxicación de arsénico.
Pasaron cinco años desde entonces; cinco años en que el barrio Las Azucenas se ha ido degradando, sumiéndose en el abandono y el olvido. Al igual que el recuerdo de Miguel Ángel, y de la contaminación que sigue afectando a la mayoría de los pobladores del municipio, alrededor de 100 mil de un total de 125 mil, que viven a orilla de la presa, del canal del Ahogado y del río Santiago.
En Las Azucenas, modestas viviendas se apiñan a lo largo de la calle principal –dos carriles ya sin asfalto, plagados de baches y separados por un camellón de raquíticas palmeras–, que se extiende por un kilómetro desde la carretera El Verde-El Salto hasta el río.
A medida que nos acercamos a la orilla del curso de agua, nos llega a la nariz un olor fétido, que pica, a la par de que, cuadra tras cuadra, aumentan las casas abandonadas. Sí, en Las Azucenas se roban hasta las casas. No sólo desaparecen las puertas, los marcos de las ventanas, los sanitarios, los cables, los azulejos y las tuberías. Los “vagos”, como le dicen por aquí, han empezado a llevarse bardas, ladrillos, paredes enteras.
En medio de los escombros, otros “vagos” duermen, se emborrachan, defecan, dejando un tiradero de basura, ropa vieja y excrementos. Y el olor de estos detritus se suma y confunde con el aroma químico que despide el canal de El Ahogado. Al atardecer, enjambres de zancudos del tamaño de colibríes, atacan feroces a los pocos vecinos que caminan por las callejuelas, que se defienden como pueden de sus picaduras voraces; únicamente los niños parecen inmunes a los mosquitos: corren para un lado y para otro, en grupitos, o juegan en la polvorienta cancha de futbol.
“Miguel Ángel era sólo un niñito. Ahora tendría que estar jugando como ellos”, dice Raúl Muñoz, presidente del Comité Ciudadano de Defensa Ambiental de El Salto. “En cambio, dio su vida para que nosotros sigamos defendiendo nuestro pueblo, y que sigamos luchando en contra del desprecio y el olvido”.

La marcha frustrada
Después de cinco años, parece que Raúl se ha quedado solo en esta lucha. Son las 11:00 de la mañana del miércoles 13 de febrero de 2013, hora en que se fijó el inicio de la marcha para recordar al pequeño Miguel Ángel y entregar un pliego al gobernador Emilio González Márquez. Estamos en el jardín San Francisco, donde la avenida Revolución cruza con la calle Ramón Corona.
Somos 20 personas: 10 de prensa y 10 manifestantes. “El problema es que la gente de El Salto es apática, está desencantada”, asegura Muñoz. No están ni el padre ni la madre del niño. Ésta, explica Muñoz, ya abandonó la lucha social para meter una demanda civil por 20 millones de pesos, por daño moral. “Nosotros vamos con los pies en la tierra. Metimos una demanda penal por homicidio, con fecha del 30 de julio de 2010, en contra del gobernador y el presidente de Conagua. Aun así, hasta ahora no hay averiguación previa, ni han citado a las autoridades demandadas ni los médicos que hicieron la autopsia”.
Al grupito no le queda más que encaminarse en silencio hasta Palacio de gobierno. Allí la situación se anima improvisamente: además de la de El Salto, hay otras dos manifestaciones. Una por el programa “70 y más” y otra para la firma de un convenio sobre unos créditos de una caja popular. Estos últimos, al ver llegar el pequeño grupito que lleva una manta con la foto de Miguel Ángel, se abalanzan hacia la entrada del palacio, gritando: “¡Llegamos antes nosotros!”. Empieza la confusión: la multitud tapa la calle, y los automovilistas comienzan a pitar y gritar improperios. Una camioneta se mete en medio del grupo, casi atropellando a la gente, y logra pasar. Un taxista se baja y empieza a pelear con los manifestantes, y por poco pasan a los golpes. Luego la situación se normaliza, gracias a la intervención de la policía.
Muñoz, después de hablar con la prensa, logra entrar al palacio para entregar el pliego, en el que, fundamentalmente, señalan la ineptitud y la falta de voluntad de las autoridades y del gobernador para resolver los problemas de contaminación y salud en El Salto. La carta concluye con un irónico mensaje a Emilio: “Le damos las gracias por despreciar al pueblo de El Salto, y por esa razón hoy 316 personas perdieron la vida, además del niño Miguel Ángel López Rocha. Sólo le pedimos que por favor ya se quede en su casa con su familia. Ya no regrese al servicio público por favor. Muchas gracias, por nada”.

Siguen las muertes
En El Salto pasas del olor a mierda al olor a gases, como si nada. Hay para todos los gustos. “Se ve que nos gusta, porque muchos vivimos aquí en la orilla”, dice bromeando Tomasa Martínez, una señora que tiene tres años viviendo en Las Azucenas. Luego se torna seria, y dice: “El problema es que todos somos gente de escasos recursos. Allá arriba, por la carretera, te cobran mil 200, mil 400 pesos de renta. Y aquí en cambio pagamos 600 pesos”. La especulación inmobiliaria en su versión más descarnada: más cerca del río, más barato. Pero, como se dice en México, “lo barato sale caro”.
El precio son las continuas inundaciones, el olor que Tomasa define: “cómo le diré: cómo a químico”, el vivir con el constante temor que los vagos los asalten o se metan a robar a sus casas y, sobre todo, las enfermedades. Su nuera, una joven de 30 años que vive también en este fraccionamiento, padece desde hace cinco de insuficiencia renal: “Se le hincha todo el cuerpo, se pone morada y con los ojos abotargados. Tuvimos que llevarla al centro de salud también el sábado pasado”.
Muñoz, cuya asociación trabaja con las víctimas de la contaminación en El Salto, comenta: “Hemos vivido un retroceso en estos cinco años en cuanto a salud pública, porque sigue aumentando la incidencia de enfermedades y mortandad ligadas a la contaminación. Desde la muerte de Miguel Ángel sumamos 316 personas fallecidas”.
El año pasado cerró con 44 fallecimientos (13 de menores de 35 años), en particular por insuficiencia renal, derrames cerebrales y cáncer, “y muchos de un tipo que antes no se había presentado, el de páncreas, muy agresivo, que en 90 día le está quitando la vida a las personas”, agrega el activista.
“No se están implementando medidas preventivas para disminuir las enfermedades, en particular las agudas y crónico-degenerativas: en la actualidad tenemos 1364 personas enfermas, con estos tipos de patologías”.
Añade: “Quedó una deuda pendiente por parte del estado, porque los centros de salud que están instalados aquí en El Salto, funcionan de manera parcial. Seguimos con el problema de dosificación de atenciones, pero sobre todo por la negativa de destinar recursos para la construcción de un hospital de segundo nivel”.
Mientras hablamos, se acerca Martín Rubalcaba, tío abuelo de Miguel Ángel. Venimos a buscar al padre del niño, que no se encuentra. “Anda muy mal de salud. Yo no puedo hablar por él. Pero puedo decirte el sentir del pueblo: las autoridades están maquillando la situación. Instalaron dos plantas de tratamiento, huele menos, pero el río sigue contaminado. Hasta que no se pueda tomar el agua o pescar, un río no puede considerarse limpio”.
“Hay un vacío grande de las secretarías del Medio Ambiente”, continúa Muñoz. “Han sido opacas y omisas en monitorear las empresas que siguen descargando sus desechos industriales, y se convirtieron en cómplices de los municipios de la zona metropolitana, porque les permiten seguir arrojando sus aguas negras a los cauces de la cuenca de El Ahogado sin tratarlas”.

El tubo sin sentido
Después de la muerte de Miguel Ángel, las autoridades cercaron las orillas del canal de El Ahogado, a la altura de Las Azucenas, hasta la cascada del río Santiago, donde los dos cursos se unen. Guardias en constante comunicación con la policía resguardaban la zona y no dejaban pasar a la gente. Esta tarde no hay nadie. Una parte de la reja está tumbada y nos metemos entre cañaverales de dos metros de altura, cuidando de no pisar los excrementos de ganado que evidencian que ahí llevan los animales a abrevar. Alcanzamos un punto del canal donde la Secretaría de Desarrollo Rural instaló un tubo que, acaso, es el emblema de la falta de interés de las autoridades para resolver los problemas de El Salto.
Es la primera obra que realizó el gobierno después de la tragedia. El tubo, de 1 metro 20 de diámetro y tres kilómetros y medio de largo –con una inversión de 12 millones de pesos– tendría la supuesta función de entubar el canal, tanto para evitar que desborde en la colonia, como para contener los gases malolientes. Sin embargo, como pudimos comprobar, el agua del canal, que en ese punto hace una pequeña curva, pasa por lo menos a cinco metros de la embocadura del tubo, que además está más de un metro arriba del nivel del agua. Si la física no es una opinión, por allí parece imposible que se pueda meter, aunque fuera una simple gota. Cuando lo instalaron, el entonces alcalde Joel González, ya había señalado los errores de la obra, como que serviría sólo para mover unos kilómetros la contaminación: las autoridades prometieron modificarlo, pero el tubo sigue todavía allí, sin sentido.
¿A Miguel Ángel lo olvidaron, como a este tubo?, pregunto a Muñoz. “Sigue siendo el emblema de la lucha ambiental en El Salto. Desafortunadamente se están tomando acciones para intentar apagar esta célula de inconformidad, para enterrar a este personaje incómodo. Nosotros como ambientalistas y defensores de los derechos humanos, lo reivindicamos todos los días, porque creo que tiene que servir de algo, para tener algún día un lugar digno donde vivir”.

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