Ulises Salazar

    1258

    Trovador: parte de lo que toco es mío, aunque no me considero un compositor. De vez en cuando hago una rola. Incluso tengo algunos discos grabados. Soy más bien un intérprete, un trovador del género de la canción subterránea con contenido social y hasta político.
    Los preferidos: Pancho Madrigal, Gabino Palomares, Silvio Rodríguez, Pablo Milanés, Rodrigo González, Jaime López, entre otros. Esa es la música que debería ser difundida, porque los medios comerciales nos están llenando la cabeza de patrañas y tonterías.
    La basura: en estos tiempos todo gira en torno a la música grupera o el narcocorrido, algo que me parece terrible y hasta peligroso.
    Formal: el camión es un escenario ambulante. El público que me escucha merece respeto y tiene derecho a saber qué canto. ¿Te imaginas que me aviente “La maldición de la Malinche” y no les explique de qué trata?
    Ciclos: no puedo negar que la gente, a veces, es bastante generosa. Claro, hay temporadas y días que son mejores. Cerca de la quincena te va bien, aunque depende de qué cantes. Por ejemplo, cuando interpreto una canción de Gabino Palomares a la que agregué un monólogo, siempre me bajo con poca lana, porque la letra es sarcástica. Mucha gente se siente aludida y hasta agredida.
    Cooperación: las personas conscientes suelen dar dinero con esa u otras canciones, sobre todo cuando saben que la intención no es ofender o agredir. Si necesito lana con urgencia, sé qué debo tocar. Sin salir del género puedo interpretar “Yolanda”, de Pablo Milanés; “Pequeña serenata diurna” u “Óleo de una mujer con sombrero”, de Silvio Rodríguez, “Coincidir”, de Alberto Escobar, “Los niños que nada tienen” o “Jacinto Cenobio”, de Pancho Madrigal.
    Que me corten las manos: si no cantara ese tipo de rolas, preferiría que me cortaran las manos, porque tengo un compromiso moral conmigo mismo. Hay letras que me siento obligado a cantar, aunque no me dejen lana. Disfruto mucho tocar y sentir las cuerdas de la guitarra entre mis dedos y en mi corazón.
    El ideal: sé que es imposible lograr que la gente salga de esa apatía, de ese letargo, pero trato de poner mi granito de arena. No me quedo con los brazos cruzados ni he dejado de soñar. Hay canciones que siempre interpretaré.
    La sesión: según las circunstancias es el número de canciones. Siempre canto dos, aunque a veces me subo al camión con muchas ganas y me voy con cuatro o cinco. Siento la aceptación de la gente y me digo: “Dales más, no importa que se bajen en la siguiente parada y no te den dinero”.
    Disciplina: tomo mi oficio en serio. Me levanto a las ocho de la mañana y a las ocho y media ya estoy trabajando. Mi ruta es el Par vial. Pueden pasar dos cosas: que deba trabajar seis u ocho horas para alcanzar un objetivo económico o que en tres o cuatro logre mi meta. Si ocurre esto, paro, porque también dedico tiempo a otras actividades, como componer o mejorar el repertorio.
    Una buena tarde: es peligroso mencionar cuánto ganas en esto, porque luego la gente, con sus prejuicios, al enterarse de lo que percibimos —porque sí ganamos bien, por lo menos mejor que un obrero o un empleado— empieza a boicotear nuestra labor. Ya sucedió hace algunos años, cuando un camarada mencionó en la televisión cuánto obtenía. En aquella ocasión nuestros ingresos comenzaron a bajar de repente.
    Una larga historia: hace un buen rato que canté en la peña Cuicacalli, en el café Quetzal, en el Granero del arte, el café Centenario. Durante mucho tiempo consumí drogas y alcohol. De hecho, me perdí en esos vicios y llegué a la indigencia. Ahora tuve un levantón y ya no consumo nada. Sin embargo, encontré las puertas cerradas. La gente piensa que Ulises sigue igual.

    Artículo anteriorGanan concurso de cortometraje
    Artículo siguienteEl voto como bienestar