Tras los pasos de Juan Rulfo

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Los murmullos del Sur de Jalisco quedan y viajan en distintas direcciones. Son los fantasmas del narrador Juan Rulfo. Su legado, grabado en letras y luz y sombras, ofrece una visión de lo regional y universal.

“Nunca dejemos que mueran nuestros muertos”, una memorable frase del propio Rulfo, parece una sentencia sobre su vida y obra. Pero también acerca de la esperanza de vivir, a pesar del dolor. A veces, tan sólo en el recuerdo.

Las montañas que circundan al poblado de San Gabriel, Jalisco, y la plaza de armas flanqueada por portales, se perciben la parsimonia de los caminantes; como la de un anciano con sombrero y huaraches, cuyos pasos cortos y tardos, los alterna con pausas para mirar en derredor. Otros, la mayoría adultos, descansan bajo las sombras; colma el silencio.

Una de las casas del pueblo se quedó sin tiempo. Sus puertas de madera están carcomidas. Al entrar por una reja, al fondo de un pasillo se atisban matas y dos hileras paralelas de habitaciones. Por los recuerdos cruje la construcción. “Yo me preocupo por los techos, que me caigan encima”, dice la moradora, que heredó la casa de su abuelo.

Sentada en una silla tejida de plástico observa una pila de papeles, otros están regados por el suelo: “Fueron los gatos”, dice. El colorido de sus ropas predece una sonrisa en su rostro enmarcado por arrugas. Luego dice que cada que leía la obra de Juan Rulfo, se pellizcaba para ver si no estaba muerta o era un fantasma.

Infancia

Fuera de la polémica de su lugar de nacimiento, hay una cosa muy cierta: Juan Rulfo pasó su infancia en San Gabriel, más allá de haber vivido un tiempo en Sayula o Apulco, sitios de los que también el autor dijo haber sido originario, destaca el cronista de San Gabriel, José de Jesús Guzmán Mora.

“La Comala de Juan Rulfo es San Gabriel”, dice José Villalvazo, comerciante de esta población.

Aquí, como en otros sitios, los ecos y memorias de la prosa y poética de Juan Rulfo retumban, y es que este es el pueblo en el que Juan Preciado vino a buscar a su padre,   un tal Pedro Páramo.

Ruta Rulfiana
Con el bullicio de estudiantes de la Preparatoria Regional de San Gabriel, la plaza de armas toma un nuevo aire, aunque el sol quema los cuerpos. Rápido, uno de ellos responde afirmativamente a la pregunta: sí, ha leído a Juan Rulfo y le gusta.

Con la mirada hacia el templo del Señor de la Misericordia es posible recordar el pasaje en el que repicaron las campanas para anunciar la muerte de la protagonista de Pedro Páramo, Susana San Juan.

Ese personaje fue inspirado en Aurora Arámbula, de quien, dicen, Rulfo estuvo enamorado. “Un amor de niños, porque convivieron en la etapa en que Juan Rulfo vivió aquí (San Gabriel)”, explica el subsecretario de Turismo del municipio, Diego Barragán.

A unos metros de la plaza se encuentra la Casa de la Cultura, donde están exhibidas las fotografías de Juan Rulfo y su familia.

Cerca de ahí, está la presidencia municipal, en cuya pared izquierda, al ingreso, hay un mural que retrata a los gabrielenses más destacados: Rulfo, el compositor Blas Galindo y el tenor José Mojica.

Inicios del genio
“En 1919, cuando su padre Cheno Pérez Rulfo viene a establecerse, renta una casa por la calle Hidalgo. En ese tiempo, María su esposa, su hijo Francisco, y Severiano el más grande, ya radican en San Gabriel”, explica el cronista Guzmán Mora.

La casa de Juan Rulfo queda a unos pasos de la plaza principal. Está abandonada, sus dueños viven en Estados Unidos. De frente, los de a pie, en bicicleta y automóvil, pasan sin voltear.

“Fue aquí donde se empezó a gestar todo ese genio de la literatura mexicana”, añade Diego Barragán.

Guzmán Mora comenta que el cura don Irineo Monroy —a inicios de la Guerra Cristera— resguarda en la casa de Rulfo su biblioteca personal y la correspondiente a la parroquia. “En tercero de primaria empieza a leer la biblioteca, donde había autores diversos, católicos, europeos, en francés, que le van a despertar el gusto por su imaginación y el gusto por la lectura”.

“Los antecedentes para crear ese mundo del realismo mágico de El llano en llamas, Pedro Páramo, y quizá un poco de El gallo de oro, han sido las primeras cuestiones e imágenes visuales adentradas en este pueblo, llenas de ecos, de murmullos, en donde la Revolución mexicana dejó muertos y la Guerra Cristera también dejó enfrentamientos”.

“Macario”, de “El llano en llamas”, es un cuento dedicado a San Gabriel. “En la Madrugada”, a San Gabriel y Jiquilpan; “Es que somos pobres”, hace un homenaje a San Gabriel. Otros sitios como Apulco y Tonaya, también son inspiración para el escritor.

El cuento “¡Diles que no me maten!” es una referencia a la muerte de su padre, asesinado por conflictos agrarios cuando él tenía seis años. Y dos años después, moriría también su madre.

Otros sitios

Unas cuadras adelante, por esa misma calle, se encuentra la casa de Huéspedes de Eduviges Dyada —hoy Casa de las Artesanías—, donde en la novela se narra que encontró alojamiento Juan Preciado, un sitio entilichado y con ánimas.

Por ese mismo camino está el Puente Viejo o Galápago, que data del siglo XIX. En ese sitio el padre Rentería expiaba sus culpas.

La capilla de la Sangre de Cristo es importante, porque es mencionada en Pedro Páramo, tras la muerte de Susana San Juan; en este sitio, la iglesia mayor y el Santuario hacen sonar sus campañas.

“Pensaba en ti, Susana. En las lomas verdes, cuando volábamos papalotes en la época del aire”, narra Juan Rulfo en Pedro Páramo. En la actualidad, la construcciones de casas impiden estos pasatiempos.

El puente nuevo, construido sobre el arroyo Salsipuedes, es abordado por el escritor en el cuento “Es que somos muy pobres” de El llano en llamas, que narra cómo durante las lluvias su caudal arrastra hasta animales.

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