Todos los caminos conducen a India

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El personaje de la china poblana —que fue en realidad originario de India—, El periquillo sarniento de Joaquín Fernández de Lizardi —primera novela hispanoamericana, que está ambientada en las Filipinas y el archipiélago de las islas Guam— y los Estudios Indostánicos de José Vasconcelos —que abordó detalladamente la filosofía indostánica—son sólo ejemplos tomados al azar de una influencia oriental olvidada pero, al mismo tiempo, enraizada en esta cultura occidental periférica que es Hispanoamérica.

En la Cátedra inaugural de la licenciatura en Letras Hispánicas “La recepción y difusión editorial de algunos textos clásicos orientales en Hispanoamérica”, Axel Gasquet, catedrático invitado de la Universidad de París X Nanterre, abordó la importancia que representó para la literatura y la cultura de los países de habla hispana la difusión, en los siglos XVIII y XIX, de textos clásicos como Las mil y una noches, el Ramayana, el Mahabarata y las Rubayats. Textos capitales que nos resultan lejanos por la falta de contacto con ellos durante la educación básica y, probablemente por la misma razón, no conscientemente integrados a nuestra formación cultural, pero que representan un antecedente indispensable para la literatura en el más amplio sentido, no sólo para la ficción, sino también para la comprensión cosmogónica de textos sagrados que heredamos de culturas aparentemente lejanas.

Gasquet evidencia cómo en los estudios hispanoamericanos respecto del Oriente existe una tapa conceptual que ha impedido que se realicen más investigaciones al respecto, algo que hasta hace poco era un aspecto desestimado. En este fenómeno, el hecho de que se pensara el diálogo de América en una relación bipolar exclusiva entre el Nuevo Mundo y El Viejo Mundo, reducido a Europa —posiblemente por la herencia colonial— ha impedido ver el enriquecimiento de la cultura criolla y mestiza hispanoamericana como consecuencia de un diálogo con otras regiones culturales del mundo, independientemente de Europa, como Asia o África. No obstante de haber sido siempre minorías, dejaron una marcada huella cultural que hoy, con el paso del tiempo se ha ido difuminando. De ahí que el rescate de esa historia cultural permita reconocer, bajo las apariencias, sustratos diversos que permiten comprender el cosmopolitismo que compone nuestra cultura.

Capítulos trágicos en la historia, como el atentado del 11 de septiembre del 2001 en Estados Unidos, no sólo confrontan a dos universos culturales muy distantes, sino que  incitan, más allá de la condena social, a la curiosidad por el encuentro y descubrimiento del otro, de esos universos que normalmente se oponen como entidades antitéticas a nuestra cultura. Si bien las culturas orientales siguen siendo ignotas actualmente, ya no se las considera como en otra época, exóticas. “Quizás la globalización nos ha permitido dejar de considerar de ese modo a las culturas que no son como la nuestra, a pesar del desconocimiento. Sin embargo, en realidad hoy no inventamos nada, la mundialización en América es, en todo caso, cosa antigua, pues la Corona española en la época de la Colonia estaba globalizada al constituirse como un imperio establecido sobre cuatro continentes. Así que no se trata de innovar nada, sino de rescatar esta historia”, explica Gasquet.

A pesar de que los puentes conceptuales entre las culturas iberoamericanas y las del Medio y Extremo Oriente parecen desdibujarse, basta hurgar en el cantar más antiguo de la humanidad, el Poema de Gilgamesh, para encontrar mitos fundadores, de tradición oral que llegaron a Mesopotamia a través de Persia desde India, como el del diluvio universal o el del Éxodo, y que más tarde serían retomados en los textos sagrados de los hebreos, pasando al Antiguo Testamento y finalmente a la Biblia. Por lo tanto, defiende Gasquet, “yo diría que en literatura, historia cultural y filosofía todos los caminos conducen no a Roma, sino al sánscrito, al pali y a la India”.

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