Suplementos a la baja

1206

I. Hubo buenos tiempos en México para los suplementos culturales —por no hablar de la época dorada de revistas literarias dirigidas por intelectuales y poetas de grueso calibre. Hacer una lista de suplementos sería ocioso y un ejercicio triste. Valga decir que la gran mayoría tomó el ejemplo de Fernando Benítez y su México en la Cultura, después La Cultura en México. Casi todos los diarios importantes del país contaban con un suplemento cultural respetable. Desde los años sesenta hasta no hace mucho había tal profusión de suplementos que era difícil seguirlos a todos. Hoy solamente perviven unos pocos, y unos más surgen y desaparecen en un panorama hostil para la cultura.

II. Editores de revistas y de los escasos suplementos culturales discuten en la actualidad en torno a temas como las múltiples posibilidades que ofrece la publicación digital, la transición, lenta o acelerada, de medios impresos a digitales y cómo un periodista cultural —bien preparado e informado, se entiende— puede abordar aspectos tan distintos como la política, la guerra contra el narcotráfico, los avances de la ciencia y la tecnología, las protestas juveniles de distinto signo en Europa y las revueltas del norte africano, el fundamentalismo religioso en Estados Unidos y los países musulmanes, contra la idea generalizada de que el periodismo de la cultura se circunscribe solamente a la literatura y las bellas artes; una visión ciertamente limitada y conservadora. El periodista cultural puede ser capaz de encontrar las conexiones entre tópicos aparentemente tan diversos, ¿acaso los políticos no determinan el raquítico presupuesto que se destina en México a rubros como la investigación científica o la educación?

III. No concibo el periodismo de la cultura si no es animado, a la vez, por un espíritu generoso, tolerante y provocador. La necesidad de compartir y discutir ideas y preferencias literarias, estéticas, filosóficas —o de cualquiera otra índole— va de la mano de la crítica, la denuncia y la claridad estilística. Género proteico y expansivo, el periodismo cultural se nutre indistintamente del ensayo literario, de la narrativa y la crónica, de la crítica cinematográfica, de la teoría del arte, de las ciencias sociales y exactas y de las nuevas tecnologías que están provocando cambios inusitados en todo el mundo. No debe haber tema que escape a la atención y a la disección del periodista cultural. El periodista de la cultura, por tanto, puede ser un improvisado o un erudito; un advenedizo o un ente sensible abierto a las ideas y a las más diversas manifestaciones del espíritu y de la inteligencia. Nada hace más daño al periodismo de la cultura —y a la cultura misma— que la ingenuidad y la desinformación, la parcialidad y la arrogancia. No es suficiente emitir juicios o panegíricos, por lo que la autocrítica debe ser una herramienta de afilación continua.

La práctica y la difusión de la cultura, frente al cáncer de la barbarie generalizada —la guerra, el racismo, los fundamentalismos, la hambruna, el repunte del capitalismo salvaje, la hipocresía religiosa, la corrupción—, ofrecen —si hemos de ser optimistas— la posibilidad concreta y cotidiana de humanizar gradualmente el planeta.

IV. Pero, ¿dónde publicar?

Artículo anteriorEl loco amor viene
Artículo siguienteAlto a la inseguridad y la violencia