Sharpe el humor como catarsis social

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Luego de un par de disparos con la escopeta para elefantes, el cuerpo del cocinero negro Cinco Peniques ha sido esparcido por todo el jardín de la mansión Jacarandá Park como un pegajoso y sangriento abono. La señorita Hazelstone —heredera del colonialismo y poderío británico en Sudáfrica, dueña de la mansión y del cocinero que fue su amante— es quien lo ha asesinado, y desde un inicio se ha empeñado en entregarse a las autoridades y confesar públicamente su crimen.

Pero a ello habrá de oponerse a toda costa el Kommandant van Heerden, a pesar de su ridícula ineptitud al frente de las fuerzas policíacas de Piemburgo, y lo hará no porque se haya dado muerte a un negro más, que es tan valioso como un perro callejero, sino porque esto ha destapado implicaciones subversivas que menoscaban el orden político, de clase y raza en este sitio; por lo que habrá que encontrar a como dé lugar un culpable adecuado y unas motivaciones razonables a la moral sudafricana de los tiempos del apartheid.

Hablo de Reunión tumultuosa (1971), la primera novela del escritor inglés Tom Sharpe, fallecido el pasado 6 de junio a los 85 años; un autor que no dudó en evidenciar su inconformidad con la desigualdad y la injusticia, pero desde la sátira.

Y es que abordar los temas en cuestión no es nada nuevo, pero sí el tratamiento. El gran valor de Sharpe radica en su humor, y no de cualquier tipo. En esta novela, aunque no es tan conocida como Wilt —escrita cinco años más tarde, en la que se burla y pone en duda al sistema educativo británico—, se manifiesta su maestría al hilar sin descanso una serie de situaciones tan absurdas, que provocan cada vez más la risa pero sin perder el ritmo y el enganche del lector, y que, finalmente, se sabe que son una caricatura y catarsis de lo tristemente real. El propio Sharpe recordaba que “un alemán me dijo, en cierta ocasión, que mientras leía Reunión tumultuosa se rio y rio hasta que, cerca del final, dejó de reír de repente y exclamó: ‘¡Dios mío, todo esto es cierto!’” Porque, como afirma Sharpe, “mis libros a veces contienen mucha muerte y mucho dolor”, pero a la vez deja claro que “lo mío es la farsa, el gran guiñol”.

A tres cuartos de Reunión tumultuosa, luego de que el asesinato de Cinco Peniques se ha enredado y desenredado varias veces, la propia señorita Hazelstone, quien pese a ser una ciudadana inglesa de cepa, no cree en el apartheid y se mofa de la pretensión de la sociedad británica, y muestra una cinta al Kommandant van Heerden en la que se contempla al depositario de la munición de su arma y de sus fetichistas intereses sexuales, previo al crimen, contoneándose embutido en ropas de goma para excitarla frente al busto de su padre, no pudo resumir y hacer escarnio de toda la estúpida situación de más buena manera: “Eso es la vida, un negro que pretende ser una mujer blanca, dando pasos de baile de un ballet que no ha visto jamás, ataviado con ropas hechas de un material totalmente impropio de un clima cálido, en un césped importado de Inglaterra, y besando el rostro pétreo de un hombre que destruyó su nación, filmado por una mujer a quien se considera el árbitro del buen gusto. Nada podría expresar mejor el carácter de la vida en Sudáfrica”.

La postura de Sharpe de escribir contra una sociedad acartonada y permisiva de lo inhumano, inició como en otros escritores en el desasosiego que le causara la figura de su padre, un pastor de la iglesia anglicana, que congeniaba y promovía las ideas fascistas, lo que de acuerdo con su agente literaria en español, Gloria Gutiérrez, lo convirtieron en “un hombre torturado por sus complicados orígenes”, que provenían de ese imperio al que no soportaba: “No hay nada peor que el gentleman inglés, deploro esa cultura tan británica del dinero y las apariencias”.

Es posible que por ello decidiera irse a vivir a Johannesburgo, hacia los años cincuenta, donde ejerció como profesor y trabajador social; pero ahí se daría el mayor choque, pues además de denunciar el racismo del que fue testigo, sería a través del oficio de fotógrafo con lo que insistiría en dejar constancia de la segregación y la indefensión de los nativos en Sudáfrica, hasta ser encarcelado y deportado acusándolo de “político subversivo y comunista peligroso”, luego de que el departamento especial de la policía le quemara 36 mil negativos. Sin duda que toda esa experiencia le ofreció material de sobra para su ópera prima.

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