Salir de casa en domingo

    581

    Abundan los cuadros de “frutitas”, en especial aquellos con duraznos o manzanas rojas o verdes, en formatos pequeños o tan grandes que, incluso, los hacen en tres partes. Sí, en definitiva, en la glorieta Chapalita predominan las “frutitas”.
    Es un domingo como cualquier otro. Bueno, no como cualquier otro. A las cinco de la tarde, por lo regular, se antoja estar en casa y ver la trilogía de El señor de los anillos o algo por el estilo.
    Ese día las plazas están llenas, de manera que encontrar lugar para estacionarse o comer resulta difícil. También hay quienes van a misa, así que la glorieta Chapalita constituye una buena opción para personas acostumbradas a ir a algún templo, a comer o salir un rato de la cueva hogareña.
    Primero, llegar al sitio. Luego, atravesar. Es uno, o más bien el único problema que encuentras en la glorieta. Coches por aquí, por allá, por acullá, hasta que un grupo de personas adquiere el valor necesario para cruzar.
    Los automovilistas no tienen otra más que detener su vehículo, hacer gestos con la cara y mover las manos. Nadie escucha lo que dicen, porque llevan los vidrios arriba, algo propio del aire acondicionado en un día en que el sol, por lo regular, está más ardiente.
    Y al cruzar, al menos a donde llegué, me topé con las primeras “frutitas”. Eran unas enormes manzanas verdes. Les faltaba madurar. Estaban en un óleo de casi un metro por un metro, en tres partes y unidas por la mitad con un tubo.
    Por la derecha o la izquierda. Por la segunda, la izquierda. Caminar. Más frutas. Los creadores de los cuadros, frente a estos en una pequeña mesa de esas que dicen Coca Cola o Sol, y que son plegables.
    De repente, unos cuadros como “abstractos”. Dos por el precio de 690 pesos o 390 cada uno. Figuras religiosas, esculturas en madera, pinturas de la virgen de Guadalupe, de siluetas femeninas. Por cierto, cero desnudos.
    Las burbujas de jabón viajaban por el aire. Los niños corrían a atraparlas, pero cuando las tocaban, desaparecían. Reían.
    Los perros hacían sus gracias. Prohibido comercializar animales. Era un letrero. Los que había, solo iban de paseo con sus dueños. Predominaban los french poodle y los gran danés.
    Al voltear, una señora y sus hijos saboreaban una nieve de garrafa. En una banca, unos novios se daban un beso de esos que a veces se envidian y antojan.
    De pronto, José Luis Aguilar Figueroa, fundador de la colonia Chapalita, quien donó varios terrenos para la construcción de escuelas y otros centros. No se movía. Era una estatua colocada a nivel del suelo. No en un podio o algo así. Parece como si todavía paseara por la glorieta, entre conocidos, vecinos o familiares.
    A lo lejos, el olor de las papas fritas y una larga fila para comprar una bolsa. Con chile, sin chile. Con limón, sin limón. Pero lo más antojable seguía siendo la nieve de garrafa, a pesar del aire frío que movía los árboles y las palmeras. Quizá en un lugar fuera de la sombra y donde diera el sol, la nieve no era problema.
    Faltaban 180 grados para llegar al lugar de origen. Ancianos, carreolas, bebés, novios, amigos, todo tipo de gente. A final de cuentas no fue mala opción salir de casa. El lugar daba la sensación de calma, de pertenencia y serenidad.
    No todo eran “frutitas”, pues también había un poco de pop art, de abstracto, de contemporáneo. Algo llamó mi atención: dos cuadros enormes, uno de Jesucristo y otro del “Ché” Guevara, aunque también había uno más, en formato pequeño, de Elvis Presley.
    La técnica, original: mosaico pequeño, de casi medio centímetro de largo por medio centímetro de ancho. Así, de pieza en pieza, pintaban la imagen. La de Jesucristo y la del “Ché” medían cerca de un metro por un metro. Eran rostros, pero daban la sensación de una figura pixeleada en computadora.
    “¿Cuánto el de Elvis Presley, jefe?”. “800 pesos”, dijo Arturo Robles Ortiz. “¿Y estos (el de Jesucristo y el ‘Ché’)?”. “Tres mil”.
    Y que me dice que cada trabajo en formato grande le lleva un día, que tiene casi 16 años con esta técnica y que la aprendió con un arquitecto con el que trabajaba como ayudante. Que la abuelita de este arquitecto era la que más pedía esos trabajos y que le va bien. Que en ocasiones lleva hasta cuatro o cinco de los de tres mil pesos, y todos los vende.
    “Llega la gente y los paga. Así de fácil. Se los llevan o van por el dinero y regresan”. Hasta 12 mil o 15 mil pesos en un día. A todo dar. Bueno, a la semana, si es que le lleva hacer un trabajo por día.
    La ruta continúa. Fotos de la Guadalajara de antes, donde solo aparecen dos autos en la avenida Juárez. Fotos de otros lugares del mundo y miniaturas en plastilina. Piolín, Don Gato, las Chicas superpoderosas del tamaño de una uña.
    Ya casi completo los 360 grados. Más perros, más nieves, más burbujas y más frutitas. Otra vez, el único problema: cruzar de nuevo.

    Artículo anteriorJóvenes universitarios ganan competencia nacional
    Artículo siguienteCalentamiento global