Rosa Montero

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Muchas de las novelas de Rosa Montero dialogan sobre el paso del tiempo y sus múltiples achaques. La carne, su última entrega, publicada por Seix Barral, es una más dentro de este universo. Es la historia de una mujer de sesenta años —una curadora de arte que en la novela está preparando una exposición sobre los escritores malditos para la biblioteca nacional de su país—, quien, en un ataque de celos hacia su ex amante, contrata a un gigoló para ir a ver la misma obra donde él va a llevar su nueva novia, “para que se ponga amarillo de envidia, porque el amor nos vuelve siempre niños, siempre volvemos a la casilla de salida, no aprendemos”, dice la autora. Pero como siempre en la vida, uno hace planes y la vida misma se encarga de pisotearlos: con el gigoló ruso de treinta y dos años que contrata, comienza una relación que complica toda la sucesión de los hechos. Como en ésta, todas sus novelas están traspasadas por el tiempo, son muy existenciales, hablan sobre lo que el tiempo nos hace, sobre la muerte, la fugacidad de la vida, la locura, la necesidad y la búsqueda del sentido al caos de la vida.

Mucha de tu obra está basada en un tema recurrente sobre el tiempo y la vejez, ¿es algo que a ti te preocupa?

La verdad es que siempre escribo sobre lo mismo, los novelistas siempre escribimos sobre lo mismo, intentamos buscar algo nuevo cada vez, porque escribimos para aprender. No escribes para enseñar nada, intentas buscar en cada novela una forma nueva de volver a explicarte las mismas obsesiones, intentas encontrar una forma que sea más profunda más exacta o más bella.

También reflexionas sobre la juventud, paradójicamente…

Quería volver a hablar sobre la relación con la vejez, y sobre qué es ser joven, que no es realmente tener la piel tersa o las nalgas duras. Eso es lo de menos. Eres joven tanto y cuando tienes el convencimiento de que al día siguiente vas a poder comenzar tu vida de cero y vas a poder cambiar de vida y hacer dieciocho mil vidas partiendo desde cero, y eso por desgracia se acaba enseguida, a partir de los treinta.

Soledad, la protagonista de tu novela, es un personaje extremo, es una mujer que ha tenido muchos amantes, pero por distintas causas, no ha tenido nunca una pareja estable.

Quise hacer un personaje muy extremo porque me interesaba ver qué es lo que sentiría, cómo viviría y qué le pasaría a un hombre o a una mujer que llega a los sesenta sin una pareja estable, cómo llevaría eso de pensar que a lo mejor no fuera a conocer nunca al amor. Es una cosa muy amarga, pero fíjate que cuando estaba terminando de escribir la novela, me di cuenta de que tal vez no era necesario irse tan lejos, no era necesario hacer un personaje tan extremo, me di cuenta de que hay un montón de hombres y de mujeres que llevan casados treinta años y un montón que se han separado y vuelto a casar tres veces y que están igual que mi Soledad, comparten con ella el mismo dolor, la misma angustia, esa misma herida abrasadora de sentir que no han sido amados de la manera en que querían ser amados, esa puede ser una herida que les destroce la vida, y de eso habla esta novela.

¿Esta preocupación por el paso del tiempo es, de pronto, más dura para las mujeres?
La verdad es que yo no lo veo así. Tiene ciertas especificidades en cada caso, sobre la mujer hay un imperativo mayor en la supuesta belleza que hasta hace unas décadas, sólo salían en el periódico las chicas monas, las actrices jóvenes y ahora eso está cambiando porque salieron Thatcher y mujeres políticas, y empresarias que liberan esto. Hay esa presión más en la mujer, pero es que en los hombres también la hay, el hombre necesita parecer menor para seguir siendo competitivo en el trabajo, cada vez aumentan más las cirugías estéticas en los hombres para que no les echen. Y luego los hombres tienen miedos a envejecer, a no funcionar sexualmente, tiene un miedo espantoso a no gustar, es exactamente lo mismo para ambos sexos, es el mismo miedo.

Eres muy activa en redes sociales, ¿esto ha cambiado tu proceso creativo de alguna manera?
Me quita tiempo, pero nada más. Mi proceso creativo siempre ha sido igual, me paso un tiempo desarrollando una idea, que aparece en mi cabeza y me emociona y quiero compartirla; tomo notas para desarrollarla en cuadernos, en la cabeza, y pasa alrededor de año, año y medio, después de ese tiempo hago organigramas de la novela, grandes mapas, cuando sé cuántos capítulos va a tener es cuando me siento en el ordenador y comienzo a escribir, y ahí cualquier cosa puede pasar. La novela es una criatura viva hasta el final y eso es lo hermoso de todo ello, sino sería terrible. Eso no ha cambiado.

Entonces, ¿cuál es tu relación con las redes?
Tienen una cosa muy buena, que es esta instantaneidad de compartir cosa, eso me parece impresionante. Tengo un Facebook increíble que no tiene trolls, y tiene dieciséis mil personas, aprendo muchísimas cosas y hay hilos de gente interesantes, he sacado por lo menos una docena de artículos inspirados en comentarios del Facebook. También sirve para casos en los que quieres combatir, firmas que quieres conseguir, es útil para muchas cosas.

Abordas temas políticos y sociales cada semana en tu columna. ¿Cuál es el panorama de todos estos “no” que han ocurrido?
Mi artículo de hace dos domingos se trata de esto, después de lo de Trump, digo que llevamos un año en que gana la irracionalidad y que los comentaristas políticos dicen que toda esta gente que vota el Brexit y que vota a Trump se han equivocado y son unos ignorantes, y vale, han cometido un error, pero lo que a mí me interesa es qué saben los ignorantes, por qué piensan así. Lo que saben los ignorantes es que no se sienten en absoluto representados por la democracia representativa, que no se les escucha, que no se les hace justicia ni caso, que la crisis la pagan siempre los mismos, que no hay nadie que se preocupe por ellos y en ese sentido tienen toda la razón. Tendríamos que escucharlos.

¿Cuál es el papel de la literatura, o la cultura, en este sentido?
El papel es el de la supervivencia, el arte es el arma secreta para luchar contra el horror. Pero el arte y la cultura no pueden nada solos, es una cuestión ciudadana, tenemos que ponernos las pilas y exigir otro tipo de políticos e intentar regenerar el sistema democrático o nos vamos a la mierda.

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