Rodando en la cancha

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Cuando uno ve a Pelé tocando (supuestamente) una nostálgica melodía en la armónica, confinado en la barraca de un campo de concentración para prisioneros de guerra de los nazis, al lado de compañeros de diversas partes de Europa y de un yankee —con el que forman el equipo de futbol de los aliados que son “invitados” a jugar contra una selección alemana— sabe que aquella película no es muy seria. No basta tener a Michael Caine como el carismático estratega y defensa del grupo encarcelado, y mucho menos a un Sylvester Stallone tan tieso para hablar y actuar como para hacerla del portero que no tiene ni idea de cómo atrapar la pelota, pero que con unos jugadores apabullados por los alemanes logran sobreponerse y, más aun, escapar en medio de un inverosímil partido en un estadio de París.

La película se llama Escape a la victoria (1981) de John Houston, y aunque pretende ser una suerte de thriller, termina por acercarse más a una comedia involuntaria. El hecho de traer a cuenta este filme es con la intención de asomarse a la relación que ha guardado el cine con los temas del futbol, y que comulgando con las ideas de más de algún cinéfilo con la camisa bien puesta, aunque haya suficientes cintas de ello, ha logrado resultados la mayor de las veces patéticos, melosos o de plano ridículos.

La aventurada hipótesis de un profesor es que la mayoría de los cineastas serios se precian de ser demasiado intelectuales como para ocuparse de estas veleidades. Sin concederle crédito, lo cierto es que no parece una cuestión de volúmenes encefálicos, pero tal vez sí de oficios, ya que han sido muchos los escritores renombrados que gozosa y acertadamente han puesto sus plumas en ello. Tan sólo por mencionar a dos de estos conocidos escribas pamboleros, están Juan Villoro y Eduardo Galeano.

Tal vez trasladar a lo audiovisual las implicaciones sociales y psicológicas del soccer, más que lo meramente deportivo, ha supuesto un material demasiado inestable para los cineastas, por ello, y quizá porque en sí mismo no es más que un juego, el tema ha sido abordado desde la comedia que casi siempre suele ser muy inmediata, o desde un sentimentalismo chocante. Los ejemplos sobran, pero basta mencionar algunas de las glorias nacionales como Rudo y cursi (2008), El Chanfle (1979) El Chanfle 2 (1982), Atlético San Pancho (2001), El futbolista fenómeno (1979), El vividor (1955); o por otra parte, la aburrida saga de Goal! iniciada en 2005, y en la que participa un actor mexicano.

Para hablar del equipo contrario, el de aquellos filmes que cuentan con sustancia e inspiradas jugadas más que sólo tirar patadas en el más serio de los casos —pero sobre todo clavados para engatusar a los presentes— me remito a dos: Buscando a Eric (2009), dirigida por Ken Loach, y El árbitro (2013) de Paolo Zucca.

La primera se adentra en los conflictos existenciales y familiares de un cartero, al que la crisis introspectiva le lleva a alucinar con su ídolo futbolero, Eric Cantona, quien se convierte en su inseparable amigo imaginario, y en una suerte de entrenador moral que lo ayuda a superar sus angustias y problemas. El punto no es aquí la probada grandeza en la cancha de un jugador y su fama casi mítica, sino su humanización; un héroe terrenal que todos necesitan y llevan dentro.

Para la final, está la ofensiva y el gran baile de pelota que presenta Zucca. Con la belleza del blanco y negro, que se aleja del chillante colorido futbolero, nos lleva con humor sí, pero fresco y espontáneo, por la historia de un par de equipos en eterna disputa de tercera división, uno dirigido por los poderosos de la región, y otro paupérrimo y humillado, siempre esperanzado en ganar y arropado por la solidaridad de la gente del pueblo al que pertenece. Paralelamente, aparece la vida de un árbitro exitoso y comprometido que concibe su oficio con fe y religiosidad, y como un personaje no sólo con poder, sino escénico y estilizado, contrario a un desparpajado y parcial colega que pita en tercera división, y sin embargo, ambos se ven involucrados en un caso de corrupción que termina por decidir el encuentro fílmico.

Al ver esto, que es ficción, cómo no pensar en el reciente escándalo en la FIFA, a unos días del mundial de Brasil, donde la bufa realidad ha sacado a la luz a través de la prensa unos supuestos pagos de 3.7 millones de euros por un ex directivo de la organización, para que se pudiera comprar la elección de Qatar como sede del campeonato en 2022, a la vez que se presume que varios árbitros recibieron dinero para arreglar algunos partidos previos al mundial de Sudáfrica 2010, y que con ello ganaran las mafias de las apuestas.

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