Puerto Vallarta dos mundos dos visiones

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    De las afirmaciones vertidas por el doctor Juan Luis Cifuentes en su intervención junto a Andrés Manuel López Obrador, el pasado 14 de agosto, en Puerto Vallarta, resaltan aquellas que, en la voz autorizada del doctor honoris causa por la Universidad de Guadalajara, nos permiten aclarar un poco dentro de su complejidad, la creciente degradación de las ciudades y los centros turísticos de América Latina, como consecuencia del fenómeno que desde la década de los 70´s Manuel Castells identificó como la “crisis urbana”.
    No obstante, a diferencia de Río de Janeiro o Buenos Aires, Acapulco y Puerto Vallarta, lejos de convertirse en los centros políticos en que están constituidas aquellas ciudades, fueron transformadas en fuente de enriquecimiento de unos cuantos.
    Si la degradación urbana de Acapulco y los barrios marginales, como Ciudad renacimiento, o el índice de criminalidad en aquel todavía rentable destino turístico, no fueran una experiencia ejemplar de lo que no deben hacer en una ciudad porteña de antiguas bellezas naturales, en Vallarta encontramos un nuevo cultivo que puede llegar a superar con creces el fenómeno de la “acapulquización”, gracias al rentable negocio de la vivienda popular, sin invertir en vialidades alternas, en la sede del “tlajomulcazo II”.
    El Pitillal ya no es una zona marginal, sino un asentamiento rodeado de nuevas colonias populares que demandan servicios urbanos como transporte, seguridad pública, recolección de basura, tratamiento de aguas negras, agua potable, pero sobre todo, vías de comunicación que los vinculen de manera ágil con sus lugares de trabajo, escuelas, centros de abasto y esparcimiento.
    La vida económica de Puerto Vallarta está basada en el atractivo de las pocas bellezas naturales que le sobreviven en medio de la polución causada por la incontenible aparición de planchas de concreto que, como señalara Cifuentes, modifican el clima hasta en tres grados de una zona a otra, en la misma ciudad.
    Sin embargo, el problema que cierra el círculo degradante que en este momento impide hablar de un desarrollo sustentable para Puerto Vallarta es, sin duda, la especulación del suelo, misma que ha privatizado los remansos naturales a los que debería tener acceso cualquier habitante.
    Sin embargo, la aparición de decenas de viviendas populares es vendida a la opinión ciudadana como un logro gubernamental en todos los niveles. El municipio aprobó o modificó el uso del suelo, el gobierno estatal gestiona o atrae la inversión para la vivienda masiva y el ejecutivo federal ha vendido la idea de que el principal logro del presidente de México, como se verá en su próximo informe, ha sido la construcción de vivienda popular.
    Lo que Vicente Fox no aclara en ese spot publicitario es que las decenas de miles de créditos disponibles requieren de mexicanos con trabajo asegurado y un salario que permita sobrellevar el pago de una vivienda en los próximos 20 o 30 años.
    Tampoco aclara la baja calidad del material con la que han hecho fraude a muchos jaliscienses los mercenarios de la construcción, y menos reconoce que mientras él gasta dinero en productos vacíos, los municipios carecen de recursos para construir las vialidades necesarias, parques y escuelas, así como dotar de servicios básicos a esos cacareados logros del gobierno federal que en Puerto Vallarta son causa fundamental de la caótica y contaminante vida cotidiana.
    La modificación del paisaje urbano sin planeación en el quinto municipio más importante de Jalisco es predecible, si consideramos que su tasa de crecimiento anual lo convierte en uno de los centros urbanos más difíciles de contener en México y América Latina en los próximos años, al llegar casi al seis por ciento anual.
    Ninguna ciudad del mundo subdesarrollado es capaz de contener la criminalidad, la polución, la modificación climática, la hiperdensidad vial y el déficit de servicios públicos, cuando no puede controlar su crecimiento, al grado que sus últimos reductos naturales se ven amenazados por la complicidad de las autoridades y ambiciones de los empresarios locales sin escrúpulos, que no son todos.
    El estero El salado es el manjar que pese a haber sido restaurado por la importancia de su biodiversidad para el ecosistema de esa región, sigue siendo el territorio de una nueva “fiebre del oro”, la cual hace salivar y frotarse las manos a más de un fraccionador trasnacional que busca convertir esa reserva en la “Venecia vallartense II” o en un centro de convenciones que hasta el presidente municipal ha llegado a señalar como factor estratégico para el desarrollo económico de la región, cuando en realidad el éxito de aquel destino turístico está basado aún en la belleza natural, como la selva tropical que cobija a su bahía y el impresionante escurrimiento de nutrientes que enriquecen el estero, mismo que convoca anualmente a cientos de mamíferos acuáticos para alimentarse en su bahía.
    Si las autoridades de Puerto Vallarta conocieran más del potencial turístico ecológico y cultural, dejarían las decisiones que los enfrentan a las organizaciones civiles y científicos universitarios que, como el doctor Cifuentes, estamos convencidos de que nuestra costa norte sería un polo de desarrollo sustentable, si no se evidenciaran intereses confrontados de dos mundos, y dos visiones, en lo que fue un pueblo con mar.

    Académico del Instituto de estudios sobre el centro histórico y secretario general del STAUdeG.

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