Programados para pasarla bien

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    Aldous Huxley empezó a escribir a partir de una enfermedad que casi lo deja ciego a los 17 años. Era lo único que podía hacer, y aunque su ceguera dejó de ser progresiva, siempre cargó con dignidad una aura de vidente.
    Descendiente de una prolífica familia de artistas y hombres de ciencia, si algo puede definir a este intelectual es el término de “iconoclasta”. Como escribió J. G. Ballard: “Toda su vida, Huxley se vio impulsado por la necesidad de comprender el misterio de la conciencia humana, y la búsqueda lo llevó del misticismo cristiano a las religiones de Oriente y a las seudorreligiones de California. De un modo inusual para un intelectual, de su época o de la nuestra, Huxley estaba intensamente interesado en la ciencia, y gran parte de su original trabajo se encuentra en la frontera entre la religión, el arte y la ciencia…”
    Aldous Huxley pertenece, además, a esa particular estirpe de narradores ingleses, que desde la libertad son capaces de escribir casi sobre cualquier tema de una manera brillante y locuaz. Siempre con un dejo satírico, la obra de Huxley busca dar la vuelta a los tópicos y retrata la realidad apenas como un comienzo y un mero reflejo de la inteligencia humana. Como escribió Isaiha Berlin, Huxley “jugaba con las ideas con tanta libertad, tanto júbilo, tanto virtuosismo.”
    El autor de Viejo muere el cisne se aproximó al final de su vida al tono de autores clásicos como Swift y Chaucer, y buscó siempre esa carcajada que consideraba la más elevada representación del arte. “El genio cómico puro debe ser un creador”, escribió Huxley, “por ello es tan inusual; el don de la invención no es común. Se puede ser un satirista admirable o un excelente escritor serio, y no ser un creador, apenas un intérprete de la vida real”.

    La forzosa utopía
    En 1932, Aldous Huxley publica la que probablemente sea la novela de ciencia ficción más perturbadora de la historia: Un mundo feliz. Esta distopía describe una sociedad que predestina –y controla– a sus miembros a través de la ciencia. La corona de la humanidad (a la manera fáustica) era “dejar de imitar servilmente a la naturaleza para adentrarnos en el mundo mucho más interesante de la invención humana”, como dice uno de sus personajes.
    Los Alfas de esta novela se asemejan peligrosamente a los neocons de nuestro tiempo. Huxley describe una sociedad adicta a la tecnología, a los deportes y al entretenimiento, que sintetizan lo que para él es la meta más perseguida de nuestra civilización: “pasarla bien”.
    La sociedad de Un mundo feliz es ascética y unidimensional. Una raza que ha dejado atrás el salvajismo espiritual y que entierra sin remordimiento el universo mágico. “Aun en Utopía la gente anhelaría un escape ocasional, aunque sólo fuera de la radiante monotonía de la felicidad”, escribió Huxley. El soma, más que una droga alucinógena (para soñar), se presentaba como una panacea (para adormecer) más cercana al Valium actual. El mismo Huxley describe las tres características de su droga ficticia en la entrevista que le hicieron en 1960 para The Paris Review: “El soma despierta euforia, alucinaciones y puede también ser utilizada como sedante, lo que representa una combinación imposible”.
    A pesar de que Un mundo feliz puede mostrar cierta mirada negativa respecto a los alcances de la ciencia, Huxley no abandona del todo la idea de que también puede ser la redentora de la humanidad. En Huxley, como lo señala Ballard, estas aparentes contradicciones entre ciencia y espiritualidad se complementan en una visión mística, que no tiene más límites que la propia mente. Como lo señala Matías Serra Bradford, cuando Huxley muere de cáncer de lengua en 1963, uno de sus últimos actos fue solicitar que le administraran una dosis de LSD, convirtiendo este gesto “en uno de los actos más osados e impenetrables de que se tenga memoria”.
    En la entrevista con The Paris Review, Huxley dijo que su obra de ficción no desea otra cosa que “reconciliarse con lo absoluto y lo relativo”, busca encontrar la mejor expresión “entre lo general y lo particular”. Como escribió el también autor de ciencia ficción J. G Ballard, Huxley “fue un guía del futuro más agudo que cualquier otro novelista del siglo XX. El peor destino para un profeta es que sus predicciones se vuelvan realidad”.

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