Por una pedagogía desde una perspectiva globalizante

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La solución no consiste en añorar la escuela-cuartel o el reformatorio, donde los jóvenes sean “normalizados” con métodos tan contundentes como la disciplina militar o el control carcelario. La escuela debe formar ciudadanos libres.

Fernando Savater

Es cierto que la enseñanza siempre implica una forma de coacción, de pugna entre voluntades. Ningún niño o joven quiere aprender aquello que le cuesta trabajo asimilar y que le quita el tiempo precioso que desea dedicar a sus juegos y diversiones. Y, en otro sentido, la educación responde antes a los intereses de los profesores que a los de los estudiantes. Para que la sociedad continúe funcionando —y este es, en cualquier grupo humano, el interés primordial— es preciso que se asegure el reemplazo en todas aquellas tareas sin las cuales no podríamos subsistir. Hace falta pues preparar a los neófitos para que la gran maquinaria social no se extinga, a fin de que sepan, ayuden y contribuyan a sostener una sociedad que puede ser represiva, autoritaria, pero tembién con una tendencia constante basada en la reflexión y la racionalidad. Paradójica situación.

La orientación teórico-pedagógica halla su expresión en la encrucijada entre la lealtad a lo conocido y la apertura reflexiva a lo nuevo. No tiene una forma predeterminada y encarnada y no se puede educar para adoptar una orientación particular. No se puede forzar a ningún ser humano ni tampoco producir de acuerdo con el programa de acción de un currículo. Y, sin embargo, se puede cultivar. En esto se basa una orientación teórico-pedagógica desde una perspectiva globalizante.

Uno de los tópicos por excelencia en cualquier examen sobre educación consiste en atribuir el fracaso escolar a un cierto abandono de la enseñanza de las humanidades, a que los muchachos no están motivados, no les interesa nada… De ahí que algunas autoridades y profesores esgriman como antídoto contra el malestar educativo un mayor énfasis en algunos contenidos, olvidando que a las aulas de cualquiera que sea el nivel educativo, acuden alumnos y alumnas diferentes y con diferentes procedencias.

Dicho de otra manera: no hace falta ser sociólogo de la educación para saber que el éxito académico y el fracaso escolar tienen algo que ver con el origen sociocultural del alumnado. Por eso, en la educación algunos lo tienen casi todo ganado de antemano mientras otros parecen haber nacido para perder.

Estoy contra esa falacia de creer que un mayor énfasis en algunos contenidos soluciona el fracaso escolar. Posiblemente algunos profesores viven de la nostalgia de otra época, quizá desde la misma convicción de que “cualquier tiempo pasado fue mejor”. Hoy, muchos pedagogos han demostrado lo erróneo de esa proposición de enseñar más contenidos, más información, etc.

Por ejemplo, me parece que el énfasis de la educación lingüística debe ponerse en el aprendizaje de destrezas comunicativas. Los programas de español evitan aludir a las competencias o destrezas y hablan por el contrario de conocimientos, de un enfoque formal de la enseñanza de la lengua y de la literatura en el que los contenidos se organizan en torno “al estudio del núcleo gramatical, morfológico y sintáctico” y al sendero interminable de las obras y de los autores de la historia universal de la literatura. Como si el conocimiento gramatical garantizara por sí solo un saber hacer cosas con las palabras, y como si el conocimiento académico, y a menudo efímero, de las obras y de los autores de la historia canónica de la literatura fuera condición suficiente para la adquisición escolar de hábitos lectores y de actitudes de aprecio hacia la expresión literaria. Nos interesa fundamentalmente que los estudiantes adquieran hábitos de lectura y de escritura, que sientan placer por la lectura. Los propósitos y finalidades del Bachillerato General por Competencias eso plantean.

Seleccionar los contenidos escolares es algo más complejo que ir enhebrando a lo largo del tiempo el saber acuñado en cada ámbito del conocimiento humano. Es, sobre todo, indagar sobre cómo se construye el conocimiento cultural en nuestras sociedades y al servicio de quién. Por ello el conocimiento escolar debería seleccionarse teniendo en cuenta no sólo criterios epistemológicos sino también éticos, ya que cualquier (s)elección en educación es casi siempre de naturaleza ideológica. Quizá porque, como señalara Humpty Dumpty en Alicia a través del espejo, del escritor Lewis Carroll, de lo que se trata no es de saber quién tiene la razón sino quien manda.

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