Nuestra lucha

1125

“El hambre espía en la casa de los pobres, pero si la habitan personas trabajadoras, no se atreve a entrar”, dijo alguna vez Benjamín Franklin, frase que hoy no tiene sentido, ya que más de 20 millones de mexicanos que trabajan no logran satisfacer una necesidad tan básica como la alimentación.

De acuerdo con el estudio Prices and earnings, realizado a finales de 2015 por la entidad financiera UBS, en el que utilizan el índice Big Mac, en alusión al producto de una cadena de comida rápida, en la que se mide cuantos minutos de trabajo le lleva a una persona, ganando el salario mínimo, comprar esta hamburguesa.

De los 71 países donde fue realizado el estudio, la Ciudad de México se ubica en el lamentable lugar 69, solamente por encima de Manila y Nairobi. Mientras que en ciudades como Hong Kong, Madrid y Lima les tomaría apenas 8.7, 19.2 y 37.6 minutos, respectivamente, comprar una hamburguesa de esta cadena mundialmente conocida, en México nos tomaría 78.4 minutos, una cifra que demuestra las magras condiciones salariales de la clase trabajadora.

Nos gusten o no las hamburguesas de esta cadena, es un indicativo de la pérdida constante del poder adquisitivo en nuestro país.

En un país donde la precarización del empleo es ya una constante, el Día del Trabajo nos permite reflexionar sobre la crisis salarial que afecta a los mexicanos desde los ochenta. Las condiciones salariales en México son reflejo de las altas tasas de pobreza, de un país en que 56 por ciento de sus habitantes trabaja en la informalidad, un panorama que se antoja desesperanzador.

El trabajo debe ser el principal medio para combatir la pobreza y reducir las profundas brechas de desigualdad por la que cruza nuestro país, contrario a lo que la teoría neoliberal argumenta: tener salarios bajos no es sinónimo de productividad, es más bien todo lo contrario, sinónimo de desigualdad y explotación.

Trabajar largas jornadas, por encima de lo que establece la ley y aun así ver cómo sistémicamente te mantienes en el umbral de pobreza, es algo que no podemos permitir.

Mejorar las condiciones salariales y laborales no solamente pasa por tener acceso a más bienes y servicios, sino que otorga dignidad al trabajador.

En el STAUdeG (Sindicato de Trabajadores Académicos de la Universidad de Guadalajara) tenemos claro el contexto en el que nos encontramos: fomentar la reflexión sobre las políticas públicas para mejorar la vida de las personas y transformar la realidad. Es desde nuestro sindicato, privilegiando el interés colectivo y poniendo sobre la mesa el debate público, como se pueden combatir de manera más directa y efectiva los problemas públicos, incluida la desigualdad y la exclusión social. Por ello luchamos día a día, para que los profesores universitarios reciban un salario digno. Estamos lejos, pero estamos dispuestos a asumir el desafío.

El aumento al salario mínimo debe estar en la agenda pública, no como una unidad para medir lo necesario para sobrevivir, sino como una medida de la sociedad que queremos con luz de dignidad.

Hoy como hace 133 años, debemos luchar por mejorar las condiciones de los trabajadores. En este sindicato se yergue esta bandera. Los salarios de hambre que se pagan en nuestro país son la peor injusticia que debemos enfrentar. En este reto debemos estar todos juntos.

Artículo anteriorUniversiada, una fiesta deportiva
Artículo siguienteInformes sobre la situación económica, las finanzas públicas y la deuda pública