Nihilistas por accidente

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    Soy terrorista, capitalista y también soy pacifista. / Soy deportista, politeísta y también soy buen cristiano / y en las tocadas la neta es el slam, pero en mi casa sí le meto al tropical. “El borrego”. Café Tacuba.

    La visita al estadio Jalisco es obligada cada dos semanas, o antes si hay partido “extra”. A veces se queda afuera. No le alcanza el “varo” para el boleto de entrada, que de por sí le sale más barato por tener credencial de la barra 1908. No importa. El chiste es “cotorrear”, ver a los compas y de paso tomarse unas “cahuas” en alguna esquina de Fidel Velázquez. El reggae de Los auténticos decadentes o de Godwana suele amenizar el rato.
    La fiesta sigue hasta entrada la noche. Con 21 años es fácil “llegarle” a cualquier antro. Uno de esos en los que para entrar es indispensable vestir una camisa “nice”. Jorge se esmera en arreglarse y verse “chuky”, porque esto le facilita “conseguir una nena”.
    Otras veces prefiere un lugar donde suene la banda, sobre todo si las “chelas” en el estadio le saturaron de alcohol la sangre. Baila bien. Ha ido aprendiendo el ritmo a fuerza de escuchar “al Vale” o a la del Recodo.
    Lejos quedaron los días en que adornaba los muros de la ciudad con grafitti de colores y letras apenas legibles. Varias veces lo apañaron y fue a dar a la cárcel. Luego le dio por las fiestas rave. Le agradaba bailar hasta el amanecer. Solía llegar a casa dos días después como zombie, por escuchar el continuo beat.
    Aún ahora escucha música electrónica. El sonido de Infected mushrom o de Paul Van Dyk suele inundar su habitación y retumbar las paredes tapizadas con carteles de Korn y de Marilyn Manson, que de vez en cuando se cuelan en su ipod.
    Eso sí, el domingo la visita a la iglesia es obligada, por ser miembro del grupo más importante de la parroquia. Las juntas y la adoración nocturna al santísimo son parte fundamental de su activismo religioso.
    Una o dos veces al mes acude como voluntario a los “encuentros”, una especie de reuniones con jóvenes, en las que, durante tres días, personas allegadas a la iglesia les hablan sobre diversos temas religiosos. “Nadie me obliga, lo hago porque me gusta y siento que puedo ayudar a mi comunidad”, asegura enfático.
    Fresa o roquero, buen muchacho o inadaptado. Las identidades que solían estar definidas una o dos décadas atrás, hoy son una extraña mezcla de todo. Una mixtura que bien podría estar definida por el caos. Hoy un chavo puede lo mismo ver MTV, sentirse globalifóbico y entonar las canciones de Intocable o de Paulina Rubio.

    Los extremos hechos nudo
    Los adolescentes buscan y crean grupos de pertenencia con los cuales sentirse identificados. Tienden a copiar las formas de expresarse de quienes la conforman, señala la subdirectora del Centro de Atención Psicológica, de la UdeG, Martha Catalina Pérez González.
    Entre los jóvenes hay dos actitudes básicas: la de seguir la tendencia de los modelos establecidos institucionales y los de rechazarlos. Existen chavos que experimentan ambos extremos y deciden quedarse en uno, afirma el investigador de El Colegio de Jalisco, Rogelio Marcial.
    El especialista en temas relacionados con problemas juveniles, explica que el joven pasa por tres facetas: la identificación con los modelos establecidos por la sociedad; la insatisfacción hacia los mismos, que provoca que el muchacho busque identidad en varios grupos sociales y adopte solo los aspectos socialmente permitidos. La tercera es el rechazo abierto hacia cualquier convencionalismo y la búsqueda de otro tipo de expresiones culturales. La mayoría reproduce lo que la sociedad en la que les toca vivir modela para ellos. De lo contrario, “todos los chavos serían punks o rastas, y estos son los menos”.
    Este proceso es hasta cierto punto normal, pues el joven construye su identidad a partir de la prueba y el error y por ello muchas veces andan saltando de un grupo a otro para identificar qué les gusta y qué rechazan. “Hay como un viaje horizontal entre esas tribus, por eso es que de repente podemos ver a un chavo que lo mismo escucha banda, que puede ir con los cuates a una fiesta electrónica o se expresa como punk y tampoco tiene problema en acudir a un concierto de reggae”.
    Entre ellos, explica, hay aceptación. “Ya no hay esos muros infranqueables” de antes, que no permitían que los del otro grupo se integraran al propio. Aunque “también hay muchos jóvenes que le entran por moda”, por seguir a sus parejas o amigos “o simplemente por lo que les venden los medios de comunicación”.
    Pocos construyen un estilo de vida en base a una ideología, que no abandonan al dejar de ser jóvenes. Siguen con esa visión, “pero ya con los compromisos como adultos dejan de manifestarlo de manera evidente, porque tienen que ponerse un traje y no pueden andar de negro o con el piercing en la ceja”. Es hora de integrarse a la sociedad.

    Rasurar las ideologías
    La princesa del punk. La voz de la radio definía así a una de las cantantes de moda. Los ojos y las uñas pintados de negro. Actitud desafiante. Vestuario desaliñado en el que no puede faltar la calavera, eso sí, complementada con un corazón y un fondo rosa. Su imagen impone moda entre las adolescentes. Sus canciones, sin embargo, suenan más a pop que a punk, un movimiento que surgió como una burla a la rigidez de los convencionalismos.
    Es la nueva generación. La que adopta los estilos y formas de vida vigentes hace tres décadas. Viven una realidad en la que los medios de comunicación, la mercadotecnia y el consumismo juegan un papel determinante en el comportamiento y gusto de los jóvenes.
    Los medios masivos sirven como una especie de filtro para “domesticar ciertas expresiones juveniles que nacen con una fuerte crítica social o imponen ciertos modelos” que no son fácilmente aceptados por la sociedad y sus instituciones.
    Tienen un papel importantísimo en esto. Son los que ponen de moda ciertas expresiones y los que colaboran con la sociedad cuando hay actitudes contestatarias, como ha pasado con los hippies, cholos, con el movimiento hip hop, la cultura electrónica, los darks o punks, subraya Marcial. “Los medios retoman esos movimientos, los vuelven más comerciales, los convierten en moda y al hacerlo, rasuran toda su crítica social. Luego los venden de manera domesticada, para los chavos que no conocen bien el movimiento y simplemente copian modelos sin conocer de dónde vienen”.
    El investigador menciona que hace 20 o 30 años existía una dicotomía muy radical: o eras un “fresa” que aceptaba todo tal cual o un desadaptado que pertenecía a una banda o pandilla que rechazaba lo establecido. En estos tiempos, los jóvenes conocen toda la gama de expresiones mediante las tecnologías.
    Dicha polarización “entre lo bueno y lo malo se ha suavizado mucho y no hay solo dos opciones, sino muchas maneras de incluirse”. Por ello surgen tantos grupos culturales y formas de ser joven.
    Esta mixtura –dice– tiene que ver con lo que propone el modelo consumista en el que estamos inmersos, pero que a la vez provoca formas alternativas de expresión.
    “Si bien la sociedad, a través de los medios, propone cómo le gustaría que el joven fuera en la manera de vestirse, expresarse u organizarse, también es cierto que muchos grupos surgen a partir de esas ofertas culturales y construyen modos alternativos de ser y de organizarse”.

    Rituales bárbaros
    Ser dark, punk, heavymetalero o lucir un tatuaje ha dejado de sonar a divertido. Hoy lo que está “en boga” es combinar estas conductas y maneras de vestirse y llevarlas al extremo. Los rituales bárbaros son lo más “cool”.
    Los Emos, por ejemplo, es un grupo considerado una mezcla entre lo punk, metalero y lo gótico, pero con tendencias a la depresión y la emotividad. El tatuaje, que era una manera de expresar rebeldía, ha sido transformado en el cuting, en el que el joven se realiza heridas con forma de imágenes o en el branding, que consiste en quemarse la piel y obtener figuras con esto.
    Antes el piercing en cualquier parte del cuerpo, hoy las modificaciones corporales en las que los individuos se introducen objetos debajo de la piel. Estas novedades tienen un común denominador: el dolor como maneras de expresarse. “Ahora la visión de dolor es extrema. Hay rituales de agrupamiento o de iniciación cada vez más bárbaros: lo más importante es marcarse, que duela, autoflagelarse”, menciona Pérez González.
    En Europa, por ejemplo, los chavos se infringen dolor con cortes en piernas y brazos, para expresar inconformidad, enojo, molestia y resentimiento contra la sociedad. “Es una fase de la adolescencia, en la que lejos de ser rebelde, el muchacho interioriza la rabia de no tener un eco en la sociedad y de que ésta no le solucione sus necesidades”.
    Tenemos una generación con problemas como la anorexia, de socialización, depresión e intentos suicidas, todas, expresiones autodestructivas, dependientes y de violencia, concluyó.

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