Naief Yehya

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Naief Yehya, narrador, periodista y crítico cultural presentó su libro Pornocultura. El espectro de la violencia sexualizada en los medios; un trabajo profundo y revelador que analiza los distintos rostros de la pornografía y sus efectos en la sociedad.

Pionero en investigar este tema en el mundo hispanoparlante, Yehya conversó con nosotros en el marco de la pasada Feria Internacional del libro de Guadalajara. Abordamos algunos de los aspectos más relevantes y en constante cambio, que giran en torno al último tabú de la civilización.

Sin tapujos, Yehya dice en su libro: “Hoy la pornografía ha dejado en gran medida de causar pánico por su carga sexual, pero se han vuelto a levantar los espectros del porno como máquina del espanto, como la proyección de los deseos más inquietantes y mórbidos de dominio, maltrato y posesión de un semejante”. 

En su trabajo, Yehya traza la historia de la sexualización de la cultura y el entretenimiento a través de los cambios y transformaciones en la industria, el mercado y el consumo del cómic, el cine, los videos e internet, así como el impacto de esta evolución en la cultura como un todo.

Quizá sea un ejemplo vago, pero escuché decir a alguien: “Qué importa Mario Vargas Llosa si está Sasha Grey en la FIL”. ¿Hasta qué punto ha permeado la pornografía en el contexto actual?
Llevo más de veinte años trabajando este tema, y siempre había estado la idea de que hay una especie de crescendo, de que las imágenes que vemos en el mainstream, en la cultura común, cada día son más osadas, más atrevidas, más pornográficas. Sin embargo, esta noción me parecía algo que aceptamos sin realmente cuestionar, y era una de las cosas que decía: “Bueno, no, no es cierto. No es realmente así. Opera de otra forma”. Se han erotizado más algunas imágenes, pero no más que en los años sesenta. La real diferencia es que hay una estructura narrativa, hay una estructura de léxico y de la composición de las imágenes, que la pornografía ha desarrollado desde la invención del cine hasta ahora. Una idea de la maximización de lo visual cuando se trata de imágenes estridentes que simplemente aluden a lo sexual. Esto es lo que ha permeado dentro de la cultura cada día más.

Podría decirse que la pornografía es el tema de temas. ¿Cuáles son los efectos más profundos dentro de la sociedad?
La pornografía para que exista tiene que ser inaceptable. De lo contario es otra cosa. La pornografía todavía cuenta con que puede estremecer, cuenta con que todavía puede transgredir algo. Hemos inventado todas estas etiquetas para hablar acerca de los matices: tenemos hardcore y softcore. Así dividimos las barreras de lo permisible, de lo tolerable.

Sin embargo, recientemente vimos la actuación de Miley Cyrus en televisión, algo que puede considerarse una filtración diseñada especialmente para el mainstream…
No es la osadía de la sexualización del espectáculo, porque Elvis Presley también lo hacía. Es la apropiación del discurso pornográfico, de los gestos del porno, de imágenes que inmediatamente nos hacen pensar en pornografía, y no en otro tipo de expresión. En los años sesenta, con la sexualización del cuerpo, de una presentación espectacular de lo erótico, dentro del marco de lo pop, era diferente. No digo mejor o peor, simplemente diferente. Lo que estamos viviendo ahora es algo claramente impregnado por la imaginería del porno. Cuando vemos websites, y no sólo eso, sino también tiendas físicas donde venden ropa interior para niñas de seis o siete años, que tienen un signo de dólares, allí claramente hay una influencia distinta. Podría considerarse “una cosa juguetona”, pero viene de una cultura, y tiene nombre y apellido. Viene obviamente del mundo de lo pornográfico.

Ejemplos tan palpables como los que menciona, nos muestran las distintas maneras de consumir pornografía. ¿Qué podemos esperar en un futuro inmediato?
La pornografía nunca había estado tan cerca dentro de todo lo que hacemos. Sin embargo, por su estructura, tiene que seguir presentándose en los marcos en que estaba antes. Las estructuras que protegían a la gente de este mundo prohibido, de lo siniestro, de lo sucio, pues están cuidando eso, cuando en realidad ya todo está pornificado. Lo transgresor ahora está en la facilidad de que cualquiera se puede convertir en actor, productor y distribuidor de pornografía con un teléfono. La gente que amamantó la cultura pornográfica ya no necesita ver pornografía para saber qué es y cómo se filma. Conocen toda la mecánica del género, sin haber estado realmente expuestos. Los jóvenes son nuevos rebeldes que están reconstituyendo toda la experiencia sexual a través de sus dispositivos tecnológicos o vinculándose con la sexualidad a través de dispositivos que cargan todos los días. Qué mejor ejemplo de cíborgs, ¿no?

¿Esto quiere decir que la producción, distribución y consumo de pornografía está al alcance de la mano?
El pornógrafo ya no es el ser siniestro que se ocultaba en el underground produciendo y explotando gente. Ahora el pornógrafo es cualquier chavito que filma el pecho desnudo de una compañera o que tiene un acto sexual con alguien, y lo “sube”. Lo que se está perdiendo de vista, cuando queremos hablar de términos de moral o de lo que antes tenía un valor operativo, es que los problemas no son los mismos. Estamos tratando de resolver problemas del pasado que ni siquiera se parecen a los del presente. Es decir, si hay YouTube para qué tenemos escuelas y televisiones.

En la contraportada de su libro usted formula la pregunta: “¿Somos, acaso, una cultura tan obsesionada con el espectáculo que hemos hecho de la muerte y la tortura un divertimento más?” Todo parece indicar que la respuesta es sí…
Así como estamos dispuestos a renunciar a nuestra privacidad a cambio de la gratificación instantánea que nos brinda la red y la digitalización del todo, también estamos dispuestos a convertir el espectáculo de lo atroz en algo que nos puede llevar no sé a dónde… no me queda claro. Lo que sí me queda claro es que esto no es nuevo. Siempre hemos tenido esa fascinación por lo mórbido. A lo largo de la historia de la humanidad, en las obras de arte, en diferentes expresiones siempre se recontextualizaba dentro de lo religioso y de lo mítico. Era útil para el control de las sociedades. Pero también para la liberación personal y del imaginario en la literatura. Lo mórbido ha estado siempre entre nosotros como un elemento de creación y de terror. Ahora, ¿qué pasa cuándo lo mórbido se vuelve algo tan cotidiano y abundante? Llegamos al espectáculo de lo grotesco, de la destrucción del cuerpo humano como una especie de entretenimiento con carga sexual: como los videos del narco, que mutilan mujeres, pero antes las ponen con el pecho desnudo de rodillas.

En uno de los capítulos de su libro usted dice que escribirlo implicó ver cientos de horas de imágenes espantosas…
Una de las cosas que más odiaba cuando empecé a escribir de este tema era que mucha gente decía: “Escribo del tema pero yo no lo veo”. Había un distanciamiento del objeto de estudio, y eso es una hipocresía. Para poder hablar de esto hay que verlo, y hay que atreverse a hablar, porque si no lo hacemos… La antropología de nuestra especie está en peligro. El antropólogo tiene que ver eso. Estas imágenes de mujeres con el pecho desnudo, ¿qué pasa con este asesinato totalmente brutal, explícito y con una carga sexual evidente? Más allá de dar un mensaje entre cárteles, es que se monta en sitios de pornografía extrema al lado de videos porno, y está en medio, como algo más que produce estímulos, no solo eróticos, sino de dopamina. La pornografía levanta los niveles de la dopamina…

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