Mente y cuerpo son uno

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    Amor, gozo, tristeza, celos, temor, todas las palabras mayores de la poesía, la religión y los sentimientos, son observables en el cerebro. En Looking for Spinoza (que supongo ya estará traducido), Antonio Damasio presenta el panorama de la unidad entre la mente y el cuerpo.
    El título del libro le viene por Baruch o Benito Spinoza, un judío portugués cuya familia se estableció en Holanda, huyendo de la Inquisición. Contemporáneo de Descartes, Rembrandt, Huygens (el astrónomo y físico que propuso la teoría ondulatoria de la luz), de Harvey (que describió la circulación de la sangre), no hubo lugar para él en ese siglo, el XVII, dominado por el dualismo de Descartes, la filosofía triunfante que daba al alma eterna una base filosófica y sostenía que la mente era de otra sustancia que la materia.
    Spinoza nació en el año en que Rembrandt pintó “La lección de anatomía” del Dr. Tulp, tenía 10 años cuando murió Galileo y nació Newton.
    Sus opiniones religiosas le produjeron excomunión de la sinagoga y nunca se reconcilió con su religión, o nunca creyó en ninguna. Holanda era el país de la tolerancia, “pero todo tiene sus límites”, comenta Damasio. Alguna vez leí que le habían preguntado a Einstein si creía en Dios y había respondido: “Creo en el Dios de Spinoza.” Me compré La Ética y descubrí la causa de la excomunión: su definición de Dios no se distingue mucho de la que hoy un astrofísico haría del universo.
    Pero no es una biografía de Spinoza lo que Damasio publica, sino la evidencia, en la fisiología y neuroanatomía actuales, en El Error de Descartes (título de un libro anterior), y el acierto asombroso de Spinoza: la mente se produce en el cuerpo. Ahora la neurofisiología conoce buena parte del cómo: por una sucesión con este orden: el cuerpo recibe señales del exterior y de su propio interior (estímulos). Van a diversas regiones cerebrales y pueden concluir o despertar una emoción, esto es, una acción visible en el rostro, en la voz, en la postura corporal, o no visible a simple vista, pero detectable con los aparatos adecuados como cambios eléctricos en la piel y todo eso que miden los detectores de mentiras.
    Las conexiones que se establecen en el cerebro, de los núcleos internos a la corteza y viceversa, se irradian por amplias regiones cerebrales formando mapas, éstos son observables con métodos como el de imágenes por emisión de positrones. Lo que ya no es observable es lo siguiente: el sentimiento que surge de ese mapa. Contra el sentido común, el sentimiento surge de la emoción.
    El proceso no termina allí, por supuesto. Hace nuevas conexiones: con memorias, con emociones anteriores. La retroalimentación va de nuevo al cuerpo: produce movimientos visibles, expresiones… y los músculos y vísceras informan de nuevo al sistema nervioso… Un torrente de respuestas neurales y químicas, de neurotransmisores y hormonas, señales eléctricas y activación de nuevas zonas cerebrales produce el patrón distintivo de una emoción, porque el cerebro está preparado por la evolución para responder a ciertos estímulos con acciones específicas: huir, pelear, esconderse, alimentarse.
    Esto trae un cambio del propio cuerpo y el mismo es mapeado en el cerebro. La percepción de ese estado del cuerpo, con la de ciertos pensamientos crea un sentimiento. “Los sentimientos surgen cuando la acumulación de detalles mapeados alcanza un cierto estado.” O más adelante: “Un sentimiento en esencia es una idea, una idea del cuerpo.”
    Pero el proceso no es fotográfico, el sistema nervioso tiene estaciones de bloqueo, aumento o disminución de las señales y “construye la realidad.”
    Así que “los sentimientos no surgen necesariamente de los estados reales del cuerpo –aunque pueden–, sino más bien de los reales mapas construidos en el cerebro.”
    ¿Y el bien y el mal? Buenas acciones son las que producen bien al organismo sin dañar a otros individuos. Este no es un valor exclusivamente humano: Damasio recuerda un asombroso experimento de Millar durante el cual se vio que un mono puede quedarse sin comer por varios días si descubre que la palanca que le entrega alimento, al mismo tiempo produce un choque eléctrico al mono vecino.
    Que la mente depende del trabajo cerebral no está en duda hace mucho, y “debemos alabar la presciencia de Hipócrates que planteó la mismo hace dos y medio milenios”. Pero Damasio añade ahora que, para el trabajo cerebral es necesario el cuerpo, no solo como sustento físico: sangre, oxígeno, soporte, sino para crear la mente. Sin cuerpo no hay mapas, sin mapas no hay mente. “La mente existe porque hay un cuerpo que la llena de contenido.” Y hace un chiste que solo tiene sentido en inglés: “No body, never mind.” Lo cual lleva a entender la famosa respuesta de Alberto Cárdenas, como gobernador de Jalisco: los ignorantes nos reímos cuando negó (ya no recuerdo qué) con un “nuncamente” que lo hizo famoso. Tontos: el gober quiso decir “never mind.”
    ¿Y Spinoza? Pues sin laboratorio de neurofisiología ni tomografía computarizada dice en la parte II de La Ética: “La mente humana percibe no solo las modificaciones del cuerpo, sino también las ideas de tales modificaciones.” Y si hay una idea de la idea, también hay una idea de la idea de la idea…, comenta Damasio. Y en ese lazo de ideas de segundo orden (o más), el yo está insertado.
    Literariamente, el capítulo más bello es el referido a “La lección de anatomía”, la célebre pintura de Rembrandt. El doctor Tulp está mostrando al grupo que lo rodea (y a nosotros) un cadáver cuyo antebrazo en disección revela los tendones y músculos que mueven los dedos, movimiento que él realiza con su propia mano. Ahora nos resulta una obviedad, pero pensemos dos veces: “Si podemos explicar eso acerca de nuestra naturaleza, ¿qué no podremos explicar?… ¿Seremos capaces de descubrir cómo nuestros pensamientos pueden ordenar a una mano que se mueva?” Esa es, ni más ni menos, la intención de Damasio.
    Refiriéndose a otro autor, creo a Edelman, Octavio Paz dijo alguna vez que si todo esto fuera cierto sería muy triste. Al parecer es triste.

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