Matar a Calvin Klein

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    Hubo una época en que los hombres no trabajaban el abdomen para lucir “de manera adecuada” unos calzoncillos como lo ordena Calvin Klein.
    Seguramente Napoleón no gozaba de muy buen aliento, e Ignacio de Loyola tenía pie de atleta. Incluso un arquetipo de la masculinidad y el galanteo como Cassanova, mostraba un perfil más bien flácido y en nuestros días hubiera sido acusado de pederastia.
    Después del feminismo lo que queda de “estrictamente masculino” goza de mala fama e incluso cuenta con su horda detractora, formada tanto por hombres como por mujeres. Y es que quedan pocas actividades que no se hayan transformado en “unisex”, por buscar un término que pueda funcionar.
    El narrador estadunidense Chuck Palahniuk es uno de esos extraños héroes que vienen a llenar el vacío dejado por escritores como Jack London, D. H Lawrence o Ernest Hemingway. Su obra es una defensa a ese reino perdido del hombre a secas. Desde su novela más famosa, The figth club, hasta sus crónicas recopiladas en Stranger than fiction, sus personajes luchan por encontrar ese espacio libertario lejano a la influencia femenina. Sus historias hablan de hombres que construyen castillos con sus propias manos; de granjeros que participan en torneos de cosechadoras asesinas, y de luchadores grecorromanos –con doce operaciones a cuestas– que portan con orgullo sus orejas deformadas por los golpes. Su evangelio es el de la rebelión espiritual a través de la exigencia corporal.
    El propio Palahniuk se sitúa como un autor que sigue la línea trazada por Anthony Burgess, Irvine Welsh y Bret Easton Ellis, con sus historias de jóvenes hastiados que buscan expandir los límites de su aburrida existencia. “Lo que se avecina es la novela transgresora catártica”, escribe el nativo de Pasco, Washington, en el artículo “Si no hago lo que leo, me meo”.
    La búsqueda de una masculinidad perdida o malinterpretada es sólo un pretexto que utiliza Chuck Palahniuk para criticar lo políticamente correcto de una sociedad mediatizada y consumista. “Si la imaginación de todo el mundo está atrofiada, nadie más será una amenaza para el mundo”, divaga un personaje de su novela Nana.
    Y qué más peligroso para los hombres como para las mujeres que esta visionaria sentencia.

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