Mario Bellatin

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No es un taller de creación literaria para ciegos”. A Mario Bellatin no le interesan esas cosas: las formas tradicionales de enseñar a escribir literatura. Por eso aclaró, en la primera oportunidad, que su visita Guadalajara —acaecida la semana pasada— no es precisamente eso que se anunciaba. “Es un taller de experimentación literaria en condiciones no convencionales”. Esa es la idea que ha desarrollado desde hace mucho tiempo, dijo tomando asiento en un café que no le acaba de convencer, por lo moderno y por la música. Pero se le escuchaba muy bien, sus palabras fueron claras.
Mario Bellatin es escritor. Lleva 30 años en el oficio y 22 libros publicados. Ha ganado los premios Mazatlán y Xavier Villaurrutia, así como la beca Guggenheim.
Talleres como éste ya ha conducido muchas veces antes: en Mazatlán con un grupo de bailarines, en Brasil incluso sin conocer el idioma, en la India, en Estados Unidos… siempre con el resultado de un libro colectivo, publicable y de hecho re editado en varias ocasiones.
Pero tampoco eso, puntualizó: “No soy el guía del taller, no participo de la creación. Soy más bien como un censor, el abogado del diablo que les pregunta si no les parece que esa frase suena un poco extraña o si lo que han escrito de veras es lo que quieren decir. Como una terapia lacaniana donde se crea un espacio vacío para que cada quien encuentre lo suyo”.
Un poco lo mismo que hace en su Escuela Dinámica de Escritores, donde la primera regla es no escribir. “No escribir para la escuela, entiéndase, sí escribir fuera de ella, para sí mismo”, explicó. Ahí también se ha dedicado a demostrar que las ideas preconcebidas en torno a la escritura no son las únicas maneras de crear. “El mito de la página en blanco, de la inspiración… ¿cuántas veces no hemos escuchado o nos ha pasado que estamos atorados, que no sabemos cómo continuar? O peor aún, cuando un autor hace todo lo que se supone que debe hacer y obtiene algo perfecto e insoportablemente aburrido”.
Esto último es algo que ve todo el tiempo como jurado que ha sido en numerosos concursos y apoyos. “Leo a montón de gente muy bien intencionada que creyó en el sistema escolástico: ‘aprende y luego aplica’; cuando en el arte el sistema debería ser ‘inventa y luego aplica’. Eso es lo que pasa cuando encuentras un libro que no se parece a ninguna otra cosa, cuando encuentras un milagro. Pero se ha ido perdiendo el sentido creativo de la literatura. Cada vez más parece una ciencia social”.
Es por eso que sus talleres de experimentación se tratan de disolver todos esos prejuicios, pero ahí gracias al hecho de externarlos, de hacer públicas las barreras. “Funciona. No conozco a nadie que sea capaz de escribir un libro bien estructurado y auténtico en 20 horas. En estos talleres siempre surgen los textos, a pesar de las circunstancias, que en este caso además incluyen un aparente defecto. Pero en realidad es una virtud. De esa falta de visión nacen posibilidades narrativas que yo como autor me encuentro envidiando, como su capacidad de abstracción o su memoria, que son impresionantes”.
“Aquí el alumno he sido yo”, continuó. “Me han dado la lección de que los ciegos son otros: los brutos, imbéciles, los que no entienden razones. Y ya sé que esto parece cosa hecha. Me escucho a mí mismo diciendo un cliché. Pero es cierto”.
De hecho las intenciones de Luz sobre la luz —como se tituló el taller— nada han tenido que ver con los clichés, según el propio Bellatin: “Fue mero azar. No es que yo tenga un interés especial por los discapacitados. Que tenga un libro que se llama Poeta ciego es pura casualidad. De hecho siempre he odiado las intenciones de ayuda; no se trata de eso, se trata de compartir. Para mí estos talleres y la Escuela Dinámica son como un reto, y al mismo tiempo una expiación por escribir. Porque escribo con culpa, es una cuestión psicológica. Crecí rodeado de un ambiente donde querer ser escritor no era algo productivo, así que siento que tengo que hacer algo para tener paz… pagar la luz, hacer fila en el banco: eso sí es real”.

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