Maltrato y abuso sexual en la infancia

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El maltrato infantil es un fenómeno social que se incrementa vertiginosamente a nivel mundial, y que parece incontenible a pesar de las medidas de prevención y atención a las víctimas de este delito, sobre el que falta mucha información. La Organización Mundial de la Salud lo define así: El maltrato o la vejación de menores abarca todas las formas de malos tratos físicos y emocionales, abuso sexual, descuido o negligencia o explotación comercial o de otro tipo, que originen un daño real o potencial para la salud del niño, su supervivencia, desarrollo o dignidad en el contexto de una relación de responsabilidad, confianza o poder. (1) (OPS/OMS 2003, citado por la Secretaría de Salud, 2006).

Dentro de las distintos modos de maltrato citado, el abuso sexual infantil es una de las formas más deleznables de violencia contra los niños. Según mencionan Miras, Lagucik y Zamarbid, éste se explica como: …la participación de niños y adolescentes dependientes e inmaduros (por la propia característica de este grupo etario), en cualquier actividad sexual con un adulto, en las que los menores no comprenden total ni parcialmente los actos, no encontrándose capacitados para dar su consentimiento, violando el adulto los tabúes sociales y familiares de su comunidad.

La pedofilia, el incesto y la violación, como práctica de estas acciones de abuso, van acompañadas de coerción, amenazas e intimidación, con utilización del poder y la fuerza, generalmente facilitados por el vínculo entre el abusador y el abusado, sea en la familia, en la escuela o en los espacios en que los infantes desarrollan alguna actividad.

La UNICEF alerta al respecto al señalar que: Hay pruebas importantes que indican que     la violencia, la explotación y el abuso podrían afectar la salud física y mental del niño a corto y largo plazo, influyendo en su capacidad para aprender y socializar, e influir en su transición hacia la edad adulta con consecuencias adversas en la vida.

Este organismo informó que en 2002 se estimaba que 150 millones de niñas y 73 millones de niños menores de 18 años habían sido violentados sexualmente o sometidos a contactos físicos impropios, en tanto que millones más era sometidos a la explotación sexual mediante la prostitución o la pornografía.

No existen datos fidedignos en el país que documenten la magnitud del problema, pero sí estudios aislados, generalmente realizados en instituciones de salud o de procuración de justicia, que brindan apenas pálidos fragmentos de información de una brutal realidad. La Secretaría de Salud en México señala, con respecto al maltrato infantil (citando los datos proporcionados por Rafael Ruiz Harrel, El Universal, 19-11-2007), que: Por lo que se refiere a delitos sexuales, entre 1997 y 2003 fueron denunciadas un total de 53 mil violaciones cometidas en contra de menores de edad en el país. Ello equivale a un promedio de 7 mil 600 violaciones por año, es decir, 21 cada día. (p. 36).

El mismo documento señala más adelante: En cuanto a abusos sexuales, en 2002 hubo mil 161 personas consignadas por este delito en el ámbito nacional. Asimismo, entre 1990 y 2001 hubo en el país 462 personas que recibieron una sentencia por el delito de incesto. Por corrupción de menores, en cambio, fueron sentenciadas 2 mil 861 personas en México durante el mismo periodo. (p. 37)

Si de por sí el hecho mismo del abuso sexual es terrible —y marca la víctima por el resto de su vida, generando en ella sentimientos de culpabilidad, desvalorización personal, violencia y, a futuro, reproducción de la misma en otros—, tanto más lo es, si cabe, que la victimización continúe cuando se denuncia un hecho. El menor abusado es acusado de mentiroso y se minimiza la violencia de que fue objeto, permitiendo que el abusador continúe dañando a cuanto niño tiene a su alcance.

Es increíble que los propios padres de familia defiendan a un pederasta, la indiferencia hacia el sufrimiento de otros menores que no son sus hijos, permitirá que éstos en el futuro sean también víctimas de aquel al que ahora protegen. Lo comento, porque durante la semana leía en un periódico local el caso de madres de escolares que protestaban por la detención de un profesor al que se le había probado el abuso sexual a tres niñas, quienes tuvieron el valor de hablar.

Me pregunto qué nos pasa como sociedad, que nos hemos vuelto ciegos y ajenos a situaciones que debieran escocernos en carne viva; niños o adolescentes que han dejado de confiar en los adultos, que padecen por una vergüenza que no les corresponde porque fueron víctimas y, sin embargo, sienten que de alguna manera son responsables del abuso sufrido; pequeños a los que se les ha arrebatado la inocencia, la alegría de la infancia, a los que en lugar de proteger, preferimos ignorar.

No seamos cómplices de una realidad lacerante, como ciudadanos responsables trabajemos para educar y prevenir, pero también para denunciar y exigir castigo para los culpables, mientras brindamos nuestro apoyo y solidaridad a quienes han sido ofendidos, lastimados en su integridad y en su sano desarrollo.

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