Los tiburones esos falsos villanos

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Para empezar, aclaremos que la ciencia no explica el universo, sino que lo describe. El conocimiento científico que tenemos sobre los tiburones, es fragmentario. Lo que sabemos conlleva una dosis de especulación, mezclada con pocos datos fehacientes y confiables. Diversas creencias han permeado el ideario colectivo, entre éstas las ineludibles propuestas de los directores de cine de terror de diversas nacionalidades.
En la época de las expediciones europeas al Nuevo Mundo, la presencia de tiburones alrededor de los barcos, presagiaba muerte a bordo. Los balleneros del siglo XIX tenían la creencia de que los tiburones preferían la carne de los blancos. Por eso los asiáticos destazaban a las ballenas. Los relatos de pescadores y las fuentes clásicas consideraban al tiburón como un buen padre que guardaba a sus crías entre las fauces hasta que estuvieran más o menos grandecitas. Falso: en realidad los tiburones no cuidan a sus crías.
Que los tiburones no sienten dolor es falso. Quizá no lo sienten como nosotros, pero sienten. “El cartílago de tiburón cura el cáncer” es una falacia. En 1970, dos científicos concluyeron que el cartílago podría inhibir el desarrollo de vasos capilares que alimentan un tumor. Cierto. Pero a los tiburones les da cáncer. En 2004, Ostrander encontró 42 tumores en estos cetáceos, de los cuales 12 eran malignos.
“Un tiburón que ha probado carne humana, no deseará otro alimento”. “Un tiburón que ha atacado a un ser humano, se queda esperando a probar más”, es una teoría falsa originada por el cirujano Víctor Coplesson, elaborada en 1958. Eso carece de veracidad, porque no somos parte del océano. Por tanto, no somos presa habitual. Es una arrogancia sentirnos el mejor platillo de su menú. La mayoría de las víctimas de ataques de tiburón blanco han sobrevivido, porque el pez continúa su camino y no regresa para terminar la depredación.
No olvidemos que el mar es el hogar de los tiburones, no el nuestro y conscientes de eso debemos entrar a él.
Para nuestra limitada percepción, el mar es un estrato iluminado y eso tampoco es cierto, ya que la iluminación en el mar se acaba a 200 metros de profundidad. Más allá, el sol no se filtra entre las aguas y en las regiones abismales pululan criaturas que evocan un infierno helado. Se estima que el abismo comienza a más de tres mil metros de profundidad. Hasta ahora se sabe que existen 254 especies de tiburones que frecuentan estos espacios o abismos. Es asombroso conocer que el pez más grande en el mar es el tiburón ballena. Algunos ejemplares han llegado a medir 112 metros y medio de largo, con un peso de 22 toneladas. Sin embargo, es el más inofensivo para el hombre. En 2001 un tiburón ballena de 10 toneladas en Taiwán, se cotizaba en 70 mil dólares.
Afortunadamente el ecoturismo ha logrado que este pez sea más rentable vivo que muerto. Es una especie atractiva por su tamaño y belleza y por ser inofensiva para el ser humano. Existen negocios que ofrecen zambullirse y nadar a su lado en las áreas de agregación en México, Australia, Filipinas, Sudáfrica, Seychelles, Maldivas, Belice y Honduras.
Estos peces temibles y fascinantes (dejé de lado sus “hazañas” como cazadores de diversas especies en el mar), son el apasionante tema que eligió el biólogo, especialista en ciencias marinas, Mario Jaime, egresado de la Facultad de ciencias de la UNAM y estudiante del doctorado en CIBNOR, de La Paz, Baja California, para escribir el volumen de 318 páginas: Tiburones supervivientes en el tiempo, que lo hizo acreedor al Premio internacional de divulgación de la ciencia Ruy Pérez Tamayo 2012, cuyo trabajo se convirtió en el volumen número 235 de la colección “La ciencia desde México”, que publica el Fondo de Cultura Económica, que este año celebra sus 25 años de publicaciones. El libro fue presentado en el V Coloquio de cultura científica, de la Feria Internacional del Libro 2012.

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