Los que no debieron morir

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No están olvidados. Los niños de la Guardería ABC. Las victimas de feminicidios. Los periodistas y migrantes asesinados. La otredad sexual violentada. Los caídos en la guerra del narcotráfico. No están olvidados: se han convertido en hilo, grecas y pañuelos. Mil 600 pañuelos, que fueron bordados en 10 países, abrazan por Juárez y Ocampo al edificio art decó llamado Laboratorio de Artes Variedades (LARVA).

Bordamos por la Paz es el colectivo encargado de orquestar el abrazo que en su interior estruja a “Memoria y Verdad”, Segundo Memorial que se realiza los días 1, 2 y 3 de noviembre del presente año. Su objetivo fue hacer visibles a las personas que han muerto o desaparecido.  Reflejar la ausencia que hasta ahora sólo permanecía en el recuerdo de los familiares.

La instalación que roba la primera mirada es una silla. De madera, roja, chaparrita y con el asiento de mimbre. Sola, se ubica en el lugar justo del escenario. La intención es mostrar el vacío y  la desolación que viven los afectados por la violencia: esa es la explicación de Teresa Sordo Bilchis, integrante de Bordamos por la Paz. 

La inauguración comienza con la presentación del Coro de los Niños de Santa Cecilia. La maestra Lupita Chavira dirige y baila. José Alfredo Jiménez está presente con “Ella”, esa melodía de mil cantinas es interpretada sólo por los niños mientras las niñas aguardan. Guitarra, trompeta, flauta y trombón le dan color a los conocidos versos: “Me cansé de rogarle / me cansé de decirle / que yo sin ella /de pena muero”.  El público no sólo aplaude: grita y lanza piropos al escuadrón de niños cantores.

Hay un intermedio. Alumnos de la escuela SIGNOS forman fila al lado del escenario. Uno a uno pasan al frente. Enlistan los nombres de los niños que murieron en la Guardería ABC: letanía llorada por madres  el 5 de junio de 2009. Una chica morena lleva un vestido negro y porta un chongo sin permitir la libertad de ningún cabello. Camina hacia el micrófono, marca los pasos,  vacía la mirada y pronuncia: “Lucía Guadalupe Carillo Campos”.  Enfrente de ella contestan a coro: “No debió morir”. 

La lista termina. Lupita Chavira retoma la batuta.  Los niños siguen cantando un par de piezas más. Terminan. El secretario de cultura, Ricardo Duarte Méndez cierra el evento calificando al LARVA como la “caja sonora donde las voces pueden tener eco”.   Considera  que este espacio es un punto de encuentro crucial para la cultura en Guadalajara. Habla de hermanamiento entre las asociaciones civiles y el Ayuntamiento tapatío para lograr un verdadero cambio social.

El auditorio rompe filas. Una mujer camina hacia las cruces de colores brillantes. Colocadas a ras de suelo y divididas por un corredor, cada cruz representa uno de los 72 migrantes asesinados que fueron encontrados en San Fernando, Tamaulipas el 22 y 23 de agosto de 2010. “Tratamos de buscar los nombres para darles voz, para decir que eran personas, que no eran cosas,  porque el crimen y el narcotráfico ve a la gente como si fuera capital humano como decía Fox”,  menciona sobre los migrantes,  Laura Rosas Patterson, miembro  de Bordamos por la Paz.

Al salir hay un altar con una cita que invita a retener en la memoria a quienes fueron arrebatados: “Toma a tus muertos uno a uno, ciento a ciento, mil a mil, cárgalos todos sobre tus hombros y desfila al paso delante de sus madres, es hora de hacer cuentas…”,  Ángela Figueroa Aymerich.

 Los inconformes con la impunidad son los que no abandonan a sus muertos. La obligación la tenemos todos, pocos son los valientes. El silencio arruina a sociedades cimentadas en los huesos de sus ciudadanos.

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