Los pieles rojas

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La actitud natural es la de mirar al otro desde nuestras propias concepciones de mundo. Esto lo plantea con bastante claridad Miguel León-Portilla en su libro El pensamiento prehispánico, publicado por la UNAM en 1963. En él señala que este es, en primer lugar, un problema epistemológico, porque “cuando el investigador entra en contacto con lo que llamaremos entes históricos o antropológicos, da principio un proceso de conocimiento dirigido a volver comprensibles para sí esos entes, hasta encontrarles un sentido determinado. Inevitablemente ese proceso se inicia proyectando concepciones y categorías mentales que ya poseía el observador en su propio bagaje intelectual”.

Quizás lo anterior puede ser mejor comprendido con un ejemplo. Cuando la gente se plantea un mundo extraterrestre y vida en otros planetas, ese “imaginario” de los escritores o cineastas que proyectan sobre este supuesto mundo y sus posibles habitantes, viene determinado por las concepciones propias del hombre del siglo XXI. Que viajen con naves espaciales de altísima tecnología, con trajes sofisticados, armas letales, supercomputadoras y con una actitud beligerante propias de algunas potencias, comandados por militares parecidos a los que tienen esas naciones que conocemos, es característico de esta proyección. Esta imagen de seres superiores en tecnología y armas letales sería impensable apenas hace unos años, cuando aún no teníamos esos avances que presume la ciencia hoy.

Agrega León Portilla, en El pensamiento prehispánico, que “quienes entraron en contacto con otras culturas, con frecuencia describieron indistintamente hechos e instituciones peculiares a otros pueblos, sirviéndose para ello de conceptos claramente inadecuados. Se aplicó, para dar un ejemplo, la idea de imperio a lo que solo era quizás un conglomerado o confederación de tribus. En una palabra, se hizo proyección espontánea y más o menos ingenua, de ideas propias para explicarse realidades extrañas, cuya fisonomía peculiar no se alcanzaba a comprender”.

En América imaginaria (1992), el chileno Miguel Rojas Mix se da a la tarea de recopilar esa proyección que hicieron los europeos al presentar una extensa iconografía que se difundió a lo largo y ancho de Europa durante varios siglos, ávidos de saber sobre esa “extraña” gente y sus poblaciones.

En dicho libro pueden observarse dibujos inverosímiles para nuestro tiempo, como uno que muestra una tribu de mujeres solas que vivían sin hombres y a los que Colón refiere en su primer viaje; hay grabados de hombres y mujeres gigantes de más de tres metros de altura, otras mujeres con un solo seno, o senos enormes que cuelgan; numerosas pinturas del “paraíso” que los colonizadores creyeron hallar en América.

Hay pintados innumerables monstruos de todo tipo: marinos, mamíferos, sirenas, cíclopes, minotauros, unicornios, serpientes feroces, dragones, aves gigantescas. Infinidad de pinturas de hombres lobo; otros grotescos, monstruosos, de aspecto horrible, con orejas gigantescas. Otros más sin cabeza o con cabeza cuadrada. Se ve a seres salvajes que caminan en cuatro patas, y caníbales, muchos caníbales de todo tipo que asan a sus presas o que cuelgan para luego comer sus cuerpos desmembrados: manos, pies, cabezas, y otras imágenes que dan cuenta de festines caníbales colectivos.

Rojas Mix señala, en la primera página de su libro: “Una de las más antiguas representaciones gráficas que conocemos de nuestros aborígenes es un grabado en madera del año 1505 que servía como ilustración al relato del tercer viaje de Vespucio. El grabado lleva al pie una leyenda en la que describe a los indígenas como verdaderos seres de fábula: Tanto los hombres como las mujeres andan desnudos, poseen un cuerpo bien proporcionado y tienen una piel casi de color rojo. Tienen perforadas las mejillas y los labios, la nariz y las orejas adornan estas incisiones con piedras azules, pedazos de vidrio, mármol y alabastro muy finos y hermosos. Esta costumbre es propia, sin embargo, solo de los hombres. No existe entre ellos ningún tipo de propiedad privada, sino que todas las cosas pertenecen a la comunidad. Viven todos juntos, sin rey o jefe de ninguna especie y cada uno es su propio señor. Toman como esposa a la primera que encuentran y actúan en todo sin atenerse a ley alguna. Luchan entre ellos sin arte ni regla, se devoran unos a otros, incluyendo sus muertos, pues la carne humana es una de las formas habituales de alimentación.

Acostumbran a salar la carne humana y a colgarla de las casas con el objeto de que se seque. Alcanzan la edad de ciento cincuenta años y rara vez se enferman”.

“Roja quedó la piel del indio por los siglos de los siglos…”, agrega Rojas Mix.

Cuando un pueblo entra en contacto con otro, del que no se tiene ninguna referencia, plantea un problema interesante y que ha sido motivo de estudio por numerosas ciencias. ¿Cómo mirar a un pueblo que es por nosotros desconocido? ¿Cómo interpretar al otro del que ignoramos todo? ¿Cómo describirlo?

La llegada de los europeos a este continente confrontó este problema.

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