Los modernos conversan

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En un mismo espacio, que podríamos considerar metafísico, en este momento conversan artistas plásticos que en sí mismos representan un universo, un mundo, una forma particular de ver e imaginar: de plasmar su punto de vista de las cosas. Todos son producto de una misma época y de un tiempo determinado. Han surgido y han hecho surgir —o continuado— algunas de las vanguardias (post-impresionismo, cubismo, fauvismo, etc.) que el siglo veinte produjo. Todos en una misma reunión que no necesita médiums —aunque físicamente están muertos— porque sus voces están en cada una de sus obras expuestas en las salas del Museo de las Artes de la Universidad de Guadalajara.

En esta singular reunión se hallan Diego Rivera, José Clemente Orozco, Henri Matisse, Dr. Atl, David Alfaro Siqueiros, Wilfredo Lam, María Izquierdo, Pablo Picasso, Fernand Lèger, Francis Bacon, Remedios Varo y Leonora Carrington. Cada uno dice. Cada artista habla. Conversan. Dialogan silenciosos y a la vez elocuentes. Nos susurran al oído y nos interrogan la mirada. Ofrecen y se ofrecen. Nos absorben y nos llevan a sus pequeños y grandes universos.

Es, pues, una exquisita y perturbadora experiencia el poder charlar con los muertos. Y como tales, son democráticos; es decir: nos permiten sentir lo que podamos y decir de ellos lo que queramos. Pero hay un requisito: primero hay que abrir no solamente los ojos o los oídos, sino todos los sentidos a la vez. Porque solamente así podremos entenderlos —o al menos es el propósito— ya que son, ni duda cabe, espíritus que ya han perdurado el suficiente tiempo para que nosotros los podamos considerar respetables.

Hoy que el arte se ha venido devaluando, perdiendo sus raíces, ausentándose de toda tradición, es bueno ir a mirar las obras de estos artistas para comprobar que todo arte es hijo de una tradición que continúa y a la vez rompe. Los Modernos son, en todo caso, grandes maestros porque siguieron la tradición, y a su vez —cada uno a su modo— la quebraron para volverla otra y la misma. Cuando el arte entra en decadencia, seguramente lo hemos escuchado, el artífice debe volver a las fuentes para beber y retornar siendo otro y el mismo.

¿O acaso hay otra forma de revolucionar y evolucionar?

Orozco está en su casa
Es una reunión de artistas. Algunos han venido de lejos, del Viejo Mundo hacia acá. De alguna parte de México a aquí, pero solamente Orozco está en su casa. Y un vecino cercano ha venido a visitarlo. Entonces el Dr. Atl y Orozco ofrecen sus saludos a los visitantes. Podríamos decir que son los anfitriones. Los convidados los ponen al centro de la reunión porque así debe ser. Pero el único dueño de la casa es José Clemente Orozco. El Manco de Zapotlán es un excelente anfitrión. Buen conversador y magnífico artista. Su mundo está plasmado aquí en el Paraninfo, pero alguna de sus obras menos conocidas forman parte de la exposición, del colectivo. Hacer el recorrido nos permite saber: Orozco es cercano y lejano.

La casa de Orozco, como en el Infierno de Dante, está conformada por nueve círculos que afanosamente Agustín Arteaga (director del Museo Nacional de Arte) y Sylvie Ramond (directora del Museé des Beaux-Arts de Lyon), en colaboración con Paulina Bravo (jefe del departamento de curaduría del MUNAL), y Ariadna Patiño Guadarrama tuvieron a bien encargarse de la realización de la curaduría de lo que en realidad es la exposición Los Modernos que permanecerá en el MUSA hasta el diez de junio de este año.

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