Los mariachis no han callado

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    Corretean carros, aplacan borrachos o corrompen policías para que los dejen tocar. Así sobreviven los mariachis de Guadalajara en la plaza que en su honor fue construida al principio de la década de los 60, cuando en su afán por emular a los capitalinos, las autoridades tapatías institucionalizaron el sitio donde los músicos vernáculos acostumbraban ofrecer sus servicios. Un pequeño Garibaldi.
    Es el meritito corazón de San Juan de Dios. Sin duda, la esencia tapatía. Comerciantes y turistas califican la zona como decadente, pero los mariachis son la estructura que sostiene esta área. San Juan de Dios es la atracción local. Lo que nadie puede dejar de visitar.
    Domitilo Hernández, uno de los cien mariachis registrados en la zona, y sus compañeros, sobreviven porque “la gente conserva el gusto de escuchar mariachis con cualquier pretexto”.
    Para los que tocan en la plaza hay cuatro turnos: de 10:00 a 14:00 horas, de las 13:00 a las 18:00, de las 21:00 a las 2:00 y de las 23:00 a las 5:00 de la mañana. Según el turno cambian las razones por las que un tapatío cualquiera se acerca a escucharlos.
    En la mañana es posible que el melómano llegue para solicitar una tocada “panteonera”, es decir, contrata un grupo con el propósito de llevar música a su muertito, “ya sea que lo vaya a enterrar o lo quiera recordar”.
    No falta también el que busca mariachi para una comida familiar, pero ya en la tarde empiezan a llegar los heridos de amor, los que recibirán a alguien en el aeropuerto o quieren contratar serenata “porque están clavados o dejados”.
    Los mariacheros más antiguos se quejan de las tocadas “chafas o muy barateras”, cuando los músicos más jóvenes “se malbaratan” por mil 500 pesos la hora: lo normal es de mil 600 a dos mil 500 pesos por unas 17 canciones.
    “Debemos cobrar para que nos toque más o menos a los 10”, se justifica Benjamín González. Hace 25 años él estaba dedicado a la siembra en un rancho de Zapotlanejo. “Hasta que me vine, porque ese trabajo es muy duro y no dejaba nada. Me hubiera venido antes, pero mi papá decía que esto de la tocada era de vagos. Aunque a mí desde chico esto es lo que me llamaba: tocar”.

    Los mariachis tienen líderes “charros”
    Contra lo que uno pudiera creer, los mariachis no extrañan los grandes grupos. “El que estudia y le echa ganas, pues está allá, pero entre más encumbrados, más sencillos se vuelven. Los gandallas se dan más entre nosotros”, afirma don Gonzalo, uno de los músicos más veteranos, con 65 años a cuestas, 40 de ellos en la tocada con diversos grupos.
    Se calcula que tan solo en Guadalajara hay unos 500 conjuntos de mariachis. En la plaza ubicada entre la calzada Independencia y Obregón, están avecindados cerca de 200: con regularidad son 50 y en ocasiones especiales van alrededor de 100. El resto “están de base”: en El Parián de Tlaquepaque, restaurantes folclóricos y cantinas.
    La mitad son representados por la Confederación Revolucionaria de Obreros y Campesinos (CROC) y el resto por la Confederación de Trabajadores de México (CTM).
    Para no desentonar, los mariachis tienen líderes “charros”. Los que no desean pasar lista, participar en asambleas, desfilar el 1 de mayo o atender caprichos de políticos y dirigentes, les piden 200 pesos mensuales. “Te cobran nomás por pisar aquí la plaza y dejarte trabajar”, se queja uno de los músicos que no quiso dar su nombre. “Me chingan”, dice.
    El resto se acoge a la participación sindical de forma periódica y al pago de la mutualidad, que puede ser hasta de 200 pesos por el retiro de algún elemento, un fallecido o simplemente “porque algo se ofreció en el sindicato”. A cambio, si el mariachero se retira o muere, sus parientes reciben 40 mil pesos. “Valemos menos que un cuico”, dice otro.

    Cobran a según los huaraches
    El músico Benjamín González mide a los clientes. “Aquí les cobramos a según le veamos los huaraches”. Los mejores son los narcos, “pero los importantes. Esos nada más mandan a sus recaderos y vamos adonde nos lleven”.
    Tocadas célebres de este tipo de parroquianos, así como de influyentes, políticos y personas de dinero, forman parte de las medallas que se cuelgan los mariachis. “Yo una vez toqué 17 horas. En esa sí me ferié”, recuerda Juan José Castillo. “Cada vez son más escasos esos clientes, pero sí los hay”.
    Los mariacheros deben cuidarse siempre, por los clientes con buen oído musical. Hay algunos exigentes. “Esos siempre te piden la prueba y si no están conformes, pues no te llevan. Pero si te aprueban, ni te regatean”. Hay otros “que solo quieren que hagas ruido. O están tan pedos que no se dan cuenta de nada”.
    La mayoría, líricos, saben que cualquiera de ellos podría formar parte de un grupo reconocido o extranjero, pero la profesión los encierra en un círculo. Con el peso de las obligaciones familiares, siempre surgen otras opciones: entrarle como empleado, chofer, agente de tránsito, comerciante o alguna otra tarea que sirva “para completar el chivo”. Aquí en el mariachi alcanza uno un “chivito de 400 pesos diarios, si te va bien”.

    Prefieren contratar a un “corredor”
    La mayoría ensaya una o dos horas a la semana. “Más que nada para ponernos de acuerdo, pos ya qué estudiamos. Ya ni se nos pega nada”, afirma Rubén Donato.
    Esta opinión no es compartida por Javier Alanís, un músico sesentón que todas las mañanas se rodea de jóvenes a quienes imparte su experiencia de más de cuatro décadas. “Empecé a tocar el violín desde los nueve años”. Alanís recorrió el mundo con mariachis mexicanos y remató su carrera en el “Camperos” de Nati Cano, en Los íngeles, California.
    “Un músico debe ensayar diario unas dos horas. Si lo hace, puede llegar hasta donde quiera. Otra cosa es que aquí nadie se preocupa ya por eso. Los jefes de los grupos prefieren contratar a un ‘corredor’, un chavo que persiga los carros, en vez de un buen músico. Y mire lo que son las cosas, cuando ya los contratan, los que se llevan la chinga son los que saben tocar, y el corredor que consiguió la chamba, nada más se hace gí¼ey”.
    Alanís trabaja ahora en el mariachi íguila Real. La baja en la calidad de los conjuntos, apunta, se debe a la falta de elementos musicales en la composición actual. “Antes los repertorios eran difíciles, composiciones bellísimas y elaboradas, arreglos. Hoy no salimos de las mismas: Juan Gabriel, Alejandro Fernández, cumbias y banda”.
    Don Javier es uno de los escasos seis maestros que pueden encontrarse en las inmediaciones de la plaza. Regaña a los alumnos de entre 14 y 18 años, que ya tocan en los conjuntos, pero cobran “media leche” (medio sueldo): que limpien sus instrumentos, que se vistan bien y se paren con gallardía y técnica para interpretar los ejercicios musicales. Las tareas son intensas y los regaños no son pocos.
    La mayoría de los alumnos llegan hasta él por recomendación de sus padres, también mariachis. “Es lo que se acostumbra. Hay muchos jóvenes que están empezando”.
    Casi todos los mariacheros vienen de municipios del interior de Jalisco. Alteños y sureños, de la Ciénega o de la región Valles, integran a los grupos, pero no tienen nada que envidiarle a los aires internacionales que cada año se presentan en la metrópoli. Además, aquí también hay extranjeros: “colombianos, panameños, de Cuba, un gringo y hasta hay un cuate de Polonia. También somos internacionales, pues”, presume Juan Manuel Sánchez.

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