Los frutos de Parra

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    La poesía de Nicanor Parra es, por su aparente sencillez, inimitable. Líneas cercanas a la prosa, directas y sin artilugios pretensiosos, dirigidas invariablemente hacia la experiencia social y humana. Son, eso sí, corrosivas, irónicas y siempre llenas de humor. Esas podrían ser algunas de las particularidades del fruto poético del bardo chileno.
    Ni él mismo escapó a sus bromas; en un “Epitafio” describe su linaje: “Hijo mayor de profesor primario/ Y de una modista de trastienda” —dice—, “De mejillas escuálidas/ Y de más bien abundantes orejas;/ Con rostro cuadrado/ En que los ojos se abren apenas/ Y una nariz de boxeador mulato/ Baja a la boca de ídolo azteca…”.
    Cercano a la cultura mexicana, Nicanor Parra ha tenido en nuestro país —quizás en otros mejores tiempos— a sus más cercanos lectores. Son aquellos que desde los cincuenta y hasta los años setenta le siguieron y aún hoy —fieles— le ofrecen los ojos, oídos y los labios para seguir alzando sus cantos al viento, ya que todos ellos se sintieron hermanados a Parra, porque “yo fui tal como ustedes,/ Joven, lleno de bellos ideales,/ Soñé fundiendo el cobre/ Y limando las caras del diamante: Aquí me tienen hoy/ Detrás de este mesón inconfortable/ Embrutecido por el sonsonete/ De las quinientas horas semanales…”, como el juglar dice en su “Autorretrato”.
    Hijos putativos le abundaron a Parra, como uvas para el vino, y fue bandera ondeante en los años setenta, logrando ser una postura lírica y una postura política de las izquierdas. El año pasado le otorgaron el Premio Cervantes en España, y este fin de año la Feria Internacional del Libro de Guadalajara le rinde un homenaje (ya en 1991 le había otorgado el Premio Juan Rulfo y su esfinge figura entre los galardonados), al exhibir algunos artefactos del poeta en las salas del Instituto Cultural Cabañas, pues a sus 97 años Parra es el poeta mayor —por edad y por altura poética— de Chile, país invitado de la FIL.

    La aldea de Parra
    “Incuestionablemente, uno de los mejores poetas de Occidente”, ha dicho el crítico norteamericano Harold Bloom, en el prólogo a las Obras completas & algo † (1935-1972), editado por Galaxia Gutemberg y el Círculo de Lectores. Pero a Nicanor Parra no le mueve ningún viento que no pase por Las Cruces (poblado inmerso en la región de Valparaíso), y desde 1948 no ha dejado de mantener la misma postura ante la poesía: “Busco una poesía a base de hechos y no de combinaciones o figuras literarias. Estoy en contra de la forma afectada del lenguaje tradicional poético”.
    Hoy, cuando toda postura poética y política definida se ha borrado entre los poetas, resultan fundamentales las palabras de Parra, quien desde su geografía alguna vez gritó: “Hace cuarenta años/ Que quería romper el horizonte,/ Ir más allá de mis propias narices,/ Pero no me atrevía./Ahora no señores/ Se terminaron las contemplaciones: ¡Viva la Cordillera de los Andes!/ ¡Muera la Cordillera de la Costa!”, pues con ello definía la fundamental importancia de colocar su poesía en un espacio determinado y una forma clara de estar en este mundo. En la actualidad ya no les importa ese detalle a los poetas “globales”, quienes se han obstinado en ganar concursos, pretender puestos o becas del gobierno, mantener un estatus o imitar al poeta de moda; y se han desvinculado de su espacio nativo, y ya no miran —ni escuchan— a su comunidad. No hay poetas que atiendan su circunstancia social y describan su paisaje local.
    En todo caso, lo recuerdo cada vez que leo a poetas como Nicanor Parra, César Vallejo, José Coronel Urtecho, Ramón Palomares, Alfredo R. Placencia, Manuel José Othón, Francisco González León o Ricardo Castillo, quienes de su espacio obtuvieron las mejores imágenes para lograr una poesía perdurable y definida. Hemos olvidado, en todo caso, que nos debemos a nuestro origen, y si bien es cierto que nuestra común patria poética es el lenguaje, nuestra escritura es el resultado de lo escuchado en casa y de lo leído en otras voces poéticas; y de nuestras posturas ante las palabras y la imaginación.
    Nicanor Parra nunca olvidó sus pasos por el terruño. Una vez fue y se trajo lo único que allí le quedaba:

    A recorrer me dediqué esta tarde
    Las solitarias calles de mi aldea
    Acompañado por el buen crepúsculo
    Que es el único amigo que me queda.

     

    Conversando sobre Parra
    Miércoles 28 de noviembre, 20:00 horas.
    Pabellón de Chile, país Invitado de Honor.

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