Los chavos banda en Guadalajara

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“El más manchado, a quien no le tiembla la mano. El más chido y chingón. El que hace mejores paros y no se raja nunca”. Así definen algunos pandilleros a sus líderes.
La falta de liderazgo en el seno familiar, de atención y espacios adecuados, sitios de recreación y recursos económicos, orilla a los adolescentes y jóvenes a salir a la calle para satisfacer su sentido de pertenencia.
Los muchachos buscan identidad, y como no la encuentran en casa, con su familia, hallan refugio en este tipo de grupos.
Para los miembros de las bandas, lo primero es estar juntos, con el fin de expresar lo que piensan, sin miedo a ser rechazados o criticados. Entre todos existe un entendimiento, porque enfrentan una situación similar.
“Lo principal es tener un espacio distinto a aquel que proporciona la familia, para platicar de experiencias relacionadas con la juventud, pues como joven, no estás en disposición de conversar con los papás o los maestros”, dice el investigador de El Colegio de Jalisco, Rogelio Marcial Vázquez.
Las pandillas no constituyen un problema nuevo en México o en el mundo, porque la situación económica y política influye en su proliferación.
Por lo regular, su destino es decidido por los líderes: los jóvenes más inconformes con la vida. “Son cuatro o cinco muchachos, quienes tienen mayor experiencia”.
“Si traen una onda más cultural, el grupo va para allá. Si tienen la idea de hacer dinero rápido y fácil, empiezan a robar el monedero a las señoras o hurtan cosas pequeñas. Luego comienzan a robar polveras, porque su ambición va creciendo”.
Delinquir resulta fácil. Los pandilleros pueden conseguir armas calibre 22, 25 y 45, a precios inferiores a los cinco mil pesos, con dos cargadores útiles. Las municiones también son baratas.
Refugiarse en pandillas, droga y delincuencia tiene su precio, pero ese sí que no resulta económico.
“Entrar y salir de estos grupos cuesta golpes, por todo lo que llegas a saber: que si éste roba aquí y éste vende acá o tiene tratos con fulano. No te dejan salir tan fácil”, asevera Jorge, apodado el “Chori”, quien es miembro de una banda de la zona metropolitana de Guadalajara.
Un joven ingresa a una pandilla porque busca atención, comunicación y cariño. Sin embargo, no encuentra eso que anhela.
De acuerdo con el sociólogo David Coronado, en la actualidad constituye un peligro ser joven, pues en ciudades grandes, como esta, el llamado “delito de portar cara es un riesgo”. Los policías detienen a cualquiera que parezca sospechoso.
En palabras del especialista, es necesario recordar a los uniformados que también fueron jóvenes y se sintieron incomprendidos.
Para los investigadores, sociólogos y autoridades policíacas, los aspectos económicos, políticos, sociales y culturales orillan a los muchachos a ingresar a estos grupos, mientras que a decir de los pandilleros, su eliminación resulta fácil.
“La solución es el amor a todos” y que los padres de familia “sepan escuchar a sus hijos, para que no recurran a las malas compañías”, asevera uno de sus miembros, de piel morena, rapado, complexión mediana y marcado con tatuajes en ambos brazos.

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