López Velarde para volar

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Ramón López Velarde es un poeta y también un personaje. Tuvo novias: “Al menos cuatro mujeres aceptaron que las cortejara formalmente  sostiene Juan Villoro. Todas lo quisieron, ninguna se casó con él y las cuatro murieron solteras.” El amor que les manifestó fue, como se dice coloquialmente, a lo platónico, como quien admira una flor y no la corta.

“Iré muy lejos de tu vista grata/ y morirás sin mi cariño tierno.” Una de sus novias se llamaba María y sus ojos eran de color azul con un toque verde. López Velarde así los versificó: “Yo tuve, en tierra adentro, una novia muy pobre:/ ojos inusitados de sulfato de cobre”. El segundo verso opaca, y con mucho, la sencillez del primer alejandrino. Incluso supera a dos de sus antecedentes. “Al mirar los sinoples que en los sulfatos/ de tus ojos de esfinge quemaron los gatos”, escrito por Rafael López en el poema Oceánica (1916); y el segundo del poema Domicilio (1914), autoría de Amado Nervo: “Unos ojos verdes, color de sulfato de cobre”.

Con la anterior se demuestra que toda escritura proviene de la lectura. Para escribir bien se necesita leer mejor. Ernesto Flores, en su libro López Velarde y el demonio de la analogía (Universidad de Guadalajara, 1997), presenta un estudio en donde se registran múltiples analogías, sobre todo de escritores de habla española. La originalidad de López Velarde procede de sus múltiples lecturas. Vienen al caso las palabras de Paul Valery: “Nada más original, nada más uno mismo que nutrirse de los otros. Pero es preciso digerirlos. El león está hecho de cordero asimilado”.

Leer a López Velarde es apropiarse de sus versos con facilidad y de ahí surge una larga y gozosa interpretación de ellos. La provincia, tan presente en su obra, está marcada por el candor de la pureza. Este tema ha hecho que se le considere como el poeta de provincia por antonomasia. Precisemos. Uno de sus temas es la provincia pero él no es un poeta provinciano. Lejos está de serlo. Su poesía marca el inicio de la poesía moderna mexicana. Nació en Jerez, Zacatecas (“tierra adentro”) en el seno de una familia de acendrado catolicismo. Ahí realizó parte de sus estudios básicos y los concluyó en Aguascalientes. Luego fue seminarista en Zacatecas y Aguascalientes por cuatro años y concluyó su formación educativa como abogado en San Luis Potosí. La provincia fue para él un sitio sagrado, inocente en comparación con la ciudad. Se lee en Poema de vejez y de amor: “Mi vida, enferma de fastidio, gusta/ de irse a guarecer año por año/ a la casa vetusta/ de los nobles abuelos/ como a refugio en que en la paz divina/ de las cosas de antaño/ sólo se oye la voz de la madrina…”.

Otro de sus temas son los conocimientos precientíficos; la superstición está presente en su obra. El número trece y la sal como signos de mal agüero se encuentran en el poema Día 13: “Mi corazón retrógrado/ ama desde hoy la temerosa fecha/ en que surgiste con aquel vestido/ de luto y aquel rostro de ebriedad”. Y la sal: “Desde la fecha de superstición/ en que colmaste el vaso de mi júbilo,/ mi corazón oscurantista clama/ a la buena bondad del mal agüero;/ que si mi sal se riega, irán sus granos/ trazando en el mantel tus iniciales…”.   

La vida de Ramón López Velarde, como personaje, es tema para novelas y guiones de cine. Desde sus noviazgos hasta su temprana muerte, a los treinta y tres años, una existencia que se desarrolla en la provincia mexicana y la Ciudad de México a principios del siglo XX.

La nueva colección de Letras para volar, programa de fomento a la lectura de la Universidad de Guadalajara, incluye una precisa selección de los poemas de López Velarde, realizada por Juan Villoro. Es un libro pero también es una invitación para seguir leyendo a uno de los mejores poetas mexicanos. Acompañan a este libro, en la misma colección, Enrique González Martínez y Manuel José Othón, triada que recuerda lo escrito por Julio Torri: “López Velarde es nuestro poeta de mañana, como lo es González Martínez de hoy, y como lo fue ayer, Manuel José Othón”. Otros autores que hacen a esta colección imprescindible son Alfredo R. Placencia y Francisco González León, por citar a dos jaliscienses. Una lectura nos lleva a otras lecturas. Es hora de volar en compañía de estos selectos autores.

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