Lo virtual en tu rostro

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He visto en un centro comercial de Austin una burbuja de firme plástico, en la cual por un dólar las personas pueden tener la “experiencia” de vivir y sobrevivir a los vientos y la lluvia de un huracán. La gente deposita su dinero y entra y se exhibe ante los transeúntes mientras los amigos y mirones mueren de risa. La idea de esta máquina tecnológica fue diseñada después del desastre vivido —en la realidad— por los habitantes de Nueva Orleans, en 2005. La “Katrina” estacionaria es la punta de lanza de una tecnología para la diversión pública. La miro, la observo y descubro: únicamente lo estimulante a la imaginación me interesa. Presto atención, en realidad, por morbo a esa cápsula para la fantasía en el mall.
Ignoro casi todo sobre las nuevas tecnologías, pero eso no ha impedido que las disfrute. Sobre cine (y todo en mi vida) soy más bien un aficionado, y a veces me aventuro —de manera no profesional— a opinar sobre algunos tópicos. Para ello debe obligarme el estímulo recibido en mi sueño de futuro, derivado de algún producto. El ímpetu de la emoción es lo que logra que vaya hacia las interpretaciones. Me valgo, casi de manera inconsciente, de lo visto y escuchado para conjeturar historias, algo que siempre se agradece. Eso nos llevó a D. y a mí, en Houston, al Johnson Space Center, en Austin a The Story of Texas y en San Antonio a Tower of Americas, museos en donde se exhibe el orgullo de sus moradores y la fuerza de la tecnología como poderío económico. El resultado de las experiencias, en las pequeñas salas de Cinema 4D, nos ofreció el uso y disfrute del vislumbre del encanto del futuro del cine, no sin cierto escepticismo.
Ya Emerson, el gran poeta y filósofo, nos había advertido: “A los hombres les encanta maravillarse. Esto es la semilla de la ciencia”. Y Henry Ford, el hombre más pragmático que haya existido sobre la tierra, dijo: “El verdadero progreso es el que pone la tecnología al alcance de todos”. ¿Ambos tuvieron razón?
El delirio de los hombres es infinito. Pero a algunos les bastan los milagros cotidianos para sobrellevar la vida; a otros los conforman los productos de la tecnología. A la masa, que ignora todo, le alientan los artefactos que hacen más simple su existencia, olvidando cualquier asunto que esté relacionado con el espíritu. A mí en lo personal me gustan ambos: el encanto del milagro de amanecer y poder ver la luz del cielo a través de la ventana y recibir la luz de ese sol y el soplo divino de la vida en toda su dimensión. Pero asimismo disfruto tomar un buen café en las mañanas preparado por la cafetera automática. Amo, en todo caso, los milagros del divino y los artefactos del mundo material que me liberan de la fatiga de lavar a mano mi ropa sucia de vida.
Fuimos a sentarnos en las butacas de las salas de cine sin preguntarle absolutamente nada a Wikipedia sobre lo que era y es el Cinema 4D. Sencillamente nos sentamos como lo que somos: unos aldeanos a la espera de la vida y sus resultados. En Austin nos contaron la historia del territorio en otros tiempos perteneciente a México. Vimos en las pantallas engendros en nuestro centro de mirada y en los costados. Los hologramas nos maravillaron. Los vimos hablar y narrar hechos que por sabidos entendimos a perfección, pese al inglés en el cual estaban sostenidos. Unas veces aparecían al frente, otras más allá y la mayoría de ocasiones nos hablaron de “persona a persona” considerándonos, en todo caso, seres imaginarios como ellos mismos. En la NASA, fueron menos espectaculares. En San Antonio las variaciones resultaron emocionantes.
En algún momento de la historia Austin sufrió una plaga de serpientes y en las pantallas descubrimos a los reptiles avanzar hacia todos lugares y de pronto, bajo nuestros asientos, sus ondulantes cuerpos lograron en los espectadores un enorme grito que llenó la sala y se fue hacia el exterior. Y una nos miró y la sentimos en el rostro, amenazante, para acto seguido lanzarnos su veneno que nos mojó literalmente el rostro. El horror trajo el grito, y ese mismo aullido el tropel de los corceles que avanzaban frente a nosotros. Una vaca mugió en nuestra cara. Asco. Unos grillos saltaron en nuestro cuerpo. Un cocodrilo y sus fauces. Un helicóptero hipermoderno nos despeinó la cabellera con el viento mezclado de agua de mar, que volvió a mojarnos. Y la voz del general Sam Houston se dirigió a nosotros para seguir la narración y echar balas en la Batalla de San Jacinto y El ílamo. Olimos el bosque y sentimos el viento. Abrazamos a las texanas y jineteamos en el rodeo. Nos empolvamos en los caminos. Oler, casi tocar, ver de cerca todo, escuchar en perfecto sonido a los coyotes, sentir al máximo la emoción otorgada por las percepciones del 4D, que es mucho mejor que el 3D. Es la provocación de las emociones y sensaciones de un temblor de butacas lo que este futuro nos depara en las oscuras salas de cine. No es válida la reflexión, porque el nuevo cinema no lo admite. La infinita emoción es lo del futuro. Ya afuera vimos la vida: un incendio en las oficinas públicas nos impidió el paso…
Besé a D. y tomamos otro camino.

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