Lo genuino perdura

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“Vivo de escribir”, afirma sin titubeos el guionista de los filmes Amores Perros, 21 gramos y Babel, Guillermo Arriaga, en su más reciente visita a Guadalajara con el objetivo de impartir al curso de Escritura Cinematográfica, que ofrecerá los días 7 y 8 de marzo en la ciudad. La casa Clavijero fue el escenario en el que el autor de Fuego (2008) compartió con los asistentes  algunas concepciones, temas y anécdotas sobre la actividad cinematográfica a partir de su experiencia personal como novelista, guionista y director.

¿Piensas que el guión cinematográfico podría ser considerado un género?
Creo que es un género literario. Algunas veces me preguntan cuándo regresaré a la literatura, ¡pero si yo nunca me he ido! Nadie dudaría que el teatro es literatura, por ejemplo. Yo creo que la escritura del cine también puede ser literatura, y hay muchas formas de abordarlo. Lo que yo personalmente he querido hacer en mi trabajo es aproximar la forma narrativa del cine a cómo contamos las historias en la vida diaria. Nosotros no contamos las historias de manera lineal, de hecho, brincamos en el tiempo y vamos de un lugar a otro. Eso es lo que he querido contar en el cine.

¿Cuáles consideras que son los géneros y temas constantes en los escritores actuales?
En los cursos que he impartido me doy cuenta de que la gente lo que más quiere escribir es comedia. En cuanto a temas, es verdad que cada quien tiene historias muy diversas, pero por el modo en que se ha construido la sociedad contemporánea la mayor parte de la gente vive en espacios pequeños —por lo menos en las grandes ciudades—, y no es gente que viva grandes experiencias. Sus experiencias son minimalistas, y por ello hay una tendencia a escribir así. Hay también una necesidad de expresar el mundo tan convulso en el que está sumergido ahora el país. Quien tiene algo genuino que contar perdurará, pues el tiempo termina por sedimentar las cosas; pero si algo ha caracterizado al país por hacerlo bien, es el cine.

¿Escribir es un gusto o necesidad?
Es una necesidad. Si tú no cuentas la historia se te queda en la garganta, te intoxica y te envenena. No obstante, sí hubo una novela que escribí en 1999, y que no la quise sacar porque era muy dura. Desafortunadamente, la realidad nacional me la dejó atrás. Se llamaba Los sapitos. Y ahí quedó guardada, porque yo no quería dar ideas a nadie para decapitar o cortar manos, que de eso se trataba. El título aludía a los sapos que quedan aplastados en la carretera y a los que las hormigas les comen las extremidades. Estuve a punto de terminarla, pero mi familia me dijo que era demasiado cruda. Es en el único caso en que me he refrenado.

¿En qué estás trabajando actualmente?
Estoy muy orgulloso de un trabajo en el que estoy ahora, que es un modelo distinto de hacer cine y una idea original propia. Se llama Hablar con dioses y forma parte de un proyecto general titulado, El pulso del mundo. Son cuatro películas con aquellos temas de los que no nos gusta hablar, ni discutir: religión (que fue la primera película que hicimos), sexo, política y, por último, sustancias. Una película por año. Esta película es de las que se llaman ómnibus, que está formada por nueve o diez segmentos. Invitamos a directores como Emir Kusturica, Álex de la Iglesia, Héctor Babenco, entre otros, todos ellos directores muy prestigiados y cada uno hizo una versión de una religión que le era cercana culturalmente o directamente por profesarla; la música fue compuesta por Peter Gabriel y fue Mario Vargas Llosa quien hizo el orden de los cortos. Una película hecha en todo el mundo, pero por mexicanos. Casualmente acabamos de terminarla y estamos celebrando.

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