Leonor Montijo Beraud

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    Los lunes y miércoles, sus alumnos la esperan para tomar clases en la Escuela de Música de la Universidad de Guadalajara. Ella llega siempre puntual.
    Desde hace 45 años imparte clases de piano por el “cariño entrañable” que le tiene a la UdeG y porque le gusta mucho enseñar, “si no, ya me hubiera ido”.
    “Todos los días me digo: ‘Ya me voy, ya no voy a continuar el siguiente semestre, éste va a ser mi último año, con este tráfico que hay en la ciudad’. Pero nunca me decido y aquí me voy quedando año con año”.
    A sus alumnos los trae “cortitos”, como su madre cuando le enseñó a tocar piano a los 12 años. Sabe que “sin disciplina ningún músico llega a nada. He conocido muchos estudiantes con talento y de nada les ha servido. A veces es mejor no tener tanto talento, pero sí constancia”.
    A los novatos no les pide tanto tiempo: sólo dos horas, “para empezar”. De ahí, “vámonos hasta las seis horas” para los alumnos más avanzados. Sin ufanarse afirma que “los más de 15 maestros que ahora hay en la escuela fueron alumnos míos”, incluido, por supuesto, el director.
    No para. Ya sólo ensaya “dos horas al día” porque dice que no tiene tiempo. Reparte su horario, “como cuando tenía 20 años”. Se levanta “como a las siete de la mañana”, para dormirse a las 11 o 12 de la noche. “Demasiada actividad para mis años”, asegura.
    “Pero debería ensañar más”, porque dice que la siguen invitando a tocar en diferentes sitios, como el concierto para Liszt que dio el año pasado, “aquí en el patio de la escuela”, cuando fue invitada como solista por la Filarmónica de Jalisco, y que interpretó “con todo un gentío”.
    Originaria de Hermosillo, Sonora, Montijo Beraud arribó a Guadalajara hace más de 50 años con su familia. “Así que ya soy tapatía”.
    Le echa “la culpa” al maestro Domingo Lobato de haberse quedado a trabajar en la UdeG. “Cuando regresé de estudiar piano en Londres, yo me quería quedar en la ciudad de México. Un día me habló hasta allá y me dijo: ‘ya vente porque ya tienes tu nombramiento’. No me dio tiempo de decir nada.”
    Los viejos melómanos recordarán con seguridad haberla visto tocar en más de alguna ocasión al lado del maestro Arturo Javier González, “chelista de primera, que lo acompañé 22 años de mi vida”.
    “Fuimos el dueto por excelencia. Era tan increíble el Gí¼ero para tocar, que ahora no cualquier chelista me gusta. Teníamos un repertorio amplísimo de más de 30 sonatas.”
    Desconoce la razón por la que le otorgaron el título de Maestro Emérito de la UdeG en 1996, “yo creo que por los más de mil alumnos que formé. Se juntaron un día y opinaron que yo era adecuada para recibir ese honor”.
    “Pero no vayas a poner todas esas mensadas, ¿eh? Ahora que no me peiné vienen a tomarme la foto. Cómo son”.

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