Las olimpiadas

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    Una de las más antiguas tradiciones de la civilización, que ha persistido hasta la fecha, son los juegos olímpicos. Desde varios siglos antes de Cristo, los griegos detenían todos los conflictos que les abrumaban para condecorar a los representantes de distintas ciudades por sus habilidades deportivas.

    Su vencedor sería condecorado con una corona de olivo, que lo designaba como embajador de los valores olímpicos. Entonces las olimpiadas eran una requerida tregua universal para un mundo en expansión bélica.

    Parece que poco ha cambiado en la historia del hombre a más de dos mil años de evolución intelectual. Éste  continúa siendo víctima de su primitiva ambición de poder, que lo lleva al caos y destrucción.

    La llegada de las olimpiadas se ha instalado en el diálogo cotidiano y ha desplazado la consternación respecto al crítico estado del mundo.

    Las olimpiadas nacieron como símbolo de competitividad en igualdad de condiciones, y donde el conflicto es deportivo y bajo reglamento. Esta bandera de paz, que se coloca por encima de todos los continentes, ha llegado para recordarnos la desesperada necesidad que tenemos de un comportamiento pacífico entre unos y otros, y a evidenciar nuestro fracaso evolutivo al seguir recurrentemente en conflicto entre los hombres.

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