Las mil caras de la memoria mexicana

    1749

    Enrique Florescano Mayet es uno de los historiadores más importantes del país. Sus libros son memorables e indispensables para cualquier referencia histórica. Entre estos destacan Memoria mexicana, El mito de Quetzalcóatl, Etnia, estado y nación y La bandera mexicana.
    Nació en San Juan de Coscomatepec, Veracruz, el 8 de julio de 1937. Cursó la maestría en historia, en El Colegio de México, y sus estudios de posgrado en la École Pratique des Hautes Études, de la Universidad de París, donde obtuvo el grado de doctor en historia.
    Recibió el premio Fray Bernardino de Sahagún (INAH), en 1970; el Premio nacional de ciencias sociales (Academia de la investigación científica), en 1976; la Ordre National du Mérite (gobierno de Francia), en 1985; el Premio nacional de ciencias y artes (gobierno de México); en 1996, y el Premio Francisco Javier Clavijero, otorgado por el Instituto Veracruzano de Cultura, en 2001.
    El pasado 24 de febrero presentó en el paraninfo de la Universidad de Guadalajara su más reciente libro: Imágenes de la patria. Al final concedió esta entrevista.

    –Usted describe en sus libros la destrucción de la memoria mexicana. Detalla, por ejemplo, cómo durante la Conquista comenzó la elaboración de un nuevo discurso histórico, muchas veces tergiversado y alineado con el nuevo poder. ¿Cree que ya está construyéndose o recuperándose lo que podríamos llamar la auténtica memoria mexicana?
    –Por fortuna hay una constante e irrefrenable construcción de la memoria mexicana. Una memoria múltiple, diversa, que se reconstruye, claro, con los ruidos en el poder, que son los que hacen lo que podríamos llamar “la historia oficial”.
    Pero, a la par de eso, siempre hay una historia subterránea, oculta, que a veces se manifiesta con levantamientos protestas, y que siempre está rehaciéndose y vinculándose, por lo que rechaza la “otra” o las “otras memorias históricas”. O sea, lo que yo planteé hace mucho tiempo, en un libro que titulé Memoria mexicana, es que no hay una memoria, sino muchas.
    Cada sector social, cada grupo étnico, hace y construye su propia interpretación del pasado, interpretación que a veces habíamos negado, marginado, olvidado y sepultado por el dominio de los hombres en el poder, los cuales han hecho “la historia oficial”.
    Hoy sabemos que cada vez que un historiador, un iconografista, un arqueólogo convertido en buzo, se sumerge en el pasado, descubre nuevas interpretaciones de los grupos más oprimidos que, se pensaba, como decía el historiador Kula, eran “pueblos sin historia”, porque el lenguaje oficial en el poder así los había declarado.
    Cada grupo reconstruye su memoria histórica y eso es lo que yo creo que ha abierto la dimensión de la interpretación histórica, que se ha vuelto realmente una historia plural, rica, amplia y también contradictoria. Bueno, pues cada una de estas memorias está en combate con la historia oficial.

    –Sin embargo, usted ha hecho una historia puntual de algunos grupos importantes. ¿Cómo ha podido engarzar esas diversas historias, o retazos de historia, en un hilo coherente?
    –Los historiadores que nos habíamos formado en la tradición occidental, habíamos negado la presencia de una historia indígena. Unas veces porque alguien dijo que los indígenas no tenían escritura, otras porque se pensó que eran pueblos tan primitivos, tan salvajes, que no tenían memoria de su pasado. Bueno, hoy, gracias al estudio de los arqueólogos, etnohistoriadores y antropólogos, sabemos que cada uno de los distintos pueblos de lo que hoy llamamos Mesoamérica, el mundo andino o el mundo del Brasil antiguo, produjeron distintas formas de interpretación del pasado.
    Lo que sí sabemos ahora, absolutamente, es que ningún pueblo en la faz de la tierra, ni antes ni hoy, puede vivir sin tener conciencia de sus orígenes. Y cuando no los tiene, los inventa y los reproduce por los medios más variados. Por eso los historiadores ahora ya nos olvidamos de que el texto, de que el libro, es el único transmisor del pasado.
    La historia de un pueblo está también en la imagen, en los ritos, en los mitos y en la memoria oral. Y eso es lo que estamos recuperando ahora. Los historiadores estamos aprendiendo de nuestros antiguos creadores de cultura, que hay muchas maneras de transmitir el pasado.

    –Precisamente es lo que usted hace en su libro El mito de Quetzalcóatl, al traducir los mitos mesoamericanos que están en las estelas, iconografía y vasijas mayas y de otros pueblos.
    –Es que la memoria de esos pueblos, y las de hoy, la de nosotros, nuestra memoria, es una memoria fundamentalmente de supervivencia. O sea, recordamos, representamos, imaginamos, repetimos y heredamos lo que es fundamental para la vida. Antes fue la memoria del fuego, que transmitieron los antiguos por mitos o tradiciones orales, porque si se perdía la manera de hacer el fuego, ese grupo desaparecía.
    Luego fue transmitida la memoria del maíz en Mesoamérica, porque el maíz es la memoria de la civilización, del nacimiento de esos pueblos a la cultura, a la creación de formaciones políticas durables y estables, las cuales se iban repitiendo y continuando. Y para que esa repetición y continuidad fuera efectiva, había que recordar lo que no se puede olvidar, lo que es indispensable para sobrevivir: la memoria del fuego, la memoria de la creación de los primeros cultivos, la memoria de la fundación de los primeros reinos, la memoria de los mitos que nos explicaba el origen del cosmos, las plantas cultivadas y los seres humanos.
    –En Mesoamérica las civilizaciones giraron en torno al maíz.
    –Así es. Mesopotamia está fundada en la memoria del cultivo del trigo, mientras que los chinos tienen en su memoria histórica el cultivo del arroz. Los que consideramos pueblos primitivos del Brasil, tienen en su memoria los cultivos de las primeras plantas, como la calabaza, los tubérculos, etcétera, que fueron la base de su alimentación, cuando todavía no habían llegado a la invención de la agricultura.
    Quizá pronto vamos a tener la posibilidad, con estas nuevas generaciones que manejan las computadoras, de inscribir esos mitos, que son generales en todas las culturas del mundo, en fuentes básicas que luego compararemos. Vamos a descubrir que todos los pueblos tuvieron esa primera memoria fundada en los aspectos que permitían su supervivencia, la repetición de la familia, de la tribu, de la nación y la continuidad de su cultura.

    –¿Cómo debemos tomar el mito de Quetzalcóatl?
    –Tiene afortunadamente muchas interpretaciones. Es uno de los mitos más ricos, diversos, múltiples y cambiantes de la historia americana, porque está conectado con el principio de los cultivos, con el maíz. Originariamente, como lo vemos ahora, entre los mayas es el dios del maíz; entre los teotihuacanos es el dios del viento, lo mismo que en otros pueblos. Hay también una variante de Quetzalcóatl, la serpiente emplumada, que da origen a la civilización, la cultura. Es entonces que se liga también al mito de la construcción del Estado. Quetzalcóatl es también el gobernante, el sabio, el héroe conquistador, el legislador, en fin, el creador de una nueva conciencia política y civilizada.

    –Usted asocia ese mito con el cultivo del maíz. ¿Cómo hace esa asociación?
    –Entre las muchas imágenes de Quetzalcóatl, una es en la que da a los humanos los bienes de la agricultura: el maíz. El mito general de Mesoamérica es que los seres humanos están hechos de maíz. Esta idea generalizada se conjuga con la presencia de Quetzalcóatl, que es el creador de la época actual, el donador de los bienes indispensables para la vida, como el maíz, y el fundador del Estado que es Teotihuacan y de la civilización. El maíz quiere decir, en este sentido, la parte fundadora de esta sociedad mesoamericana.

    –¿Cómo se extiende este mito por toda Mesoamérica?
    –En el Quetzalcóatl y los mitos fundadores de Mesoamérica mantengo la tesis de que ese mito nace en Teotihuacan; que Teotihuacan es la tollan de la que hablan los textos, y que esta tollan comienza su historia a principios de la era actual. O sea, en el siglo I, quizá 200 o 500 años atrás, se formaron los primeros cacicazgos y señoríos, pero ya en el primer siglo de esta época, Teotihuacan es la sociedad y la ciudad más importante de Mesoamérica.
    Otra cosa importante que yo digo ahí es que este pueblo de Teotihuacan hablaba el náhuatl. El dominio y poder económico que fue acompañando del gobierno político de Teotihuacan, difundió por medio del náhuatl los mitos fundadores de toda Mesoamérica en los distintos territorios, pueblos y grupos étnicos. Por eso es que hay una gran comunidad de ideas, mitos y concepciones del pasado. Teotihuacan es la primera fuente, el surtidor de ideas que se generalizaron en toda Mesoamérica.
    –En su libro Etnia, estado y nación, usted propone una identificación. ¿Con qué podemos identificarnos los mexicanos? cómo se construye una nación, si podemos hablar de que tenemos una nación?
    –Lo que yo digo es que ahora los historiadores, los antropólogos, los politólogos, han rechazado la idea de una identidad única, permanente, esencial. Lo que se ha descubierto es la existencia de identidades cambiantes y que el pasado prehispánico tuvo una identidad con las circunstancias sociales, políticas y agrícolas de su tiempo. En la época colonial esas imágenes cambiaron, cambiaron las identidades. En el México independiente fue creada una identidad alrededor de la nación y de la construcción del estado–nación. En la época de la Revolución mexicana fue creado un proyecto de absorción de los distintos grupos y de una nación que representara a los distintos sectores sociales. Ahora estamos ante los desafíos de la globalización, de la formación de una sociedad interconectada, interdependiente, globalizada y, al mismo tiempo, ante la necesidad de mantener lo que es propio, local, regional y nacional. Por eso en Europa estamos viendo un renacimiento de los regionalismos, localismos, y nacionalismos.

    –¿Hay un problema histórico con el estatus de las etnias indígenas de México, desde la instalación de la República, en 1821?
    –En apariencia, la Ley los declara ciudadanos iguales a los demás. El problema que tenemos desde entonces, es que hacemos una declaración política acerca del estatuto de los indígenas, pero su realidad económica, cultural, social y de salud es la última. Que ellos estén en el escalón más bajo de la sociedad es un problema que cargamos desde entonces. No hemos podido resolver el problema indígena. No hemos hecho una política de integración real, pues no hemos reconocido su pluralidad, su diversidad.
    Una cosa es declarar por ley, por precepto, la ciudadanía, y otra cosa es crear los medios económicos, sociales, políticos y culturales, para que ellos puedan ejercer plenamente la ciudadanía.

    Artículo anteriorMedalla al gusto de servir
    Artículo siguienteConcurso de oposición abierto, publicación de resultados