Las intensidades del juglar

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    El 23 de septiembre de 1950, José Alvarado, uno de los más grandes cronistas y críticos de nuestro país, en su columna “México de día y de noche” —que mantuvo por largo tiempo en el diario El Nacional—, saludaba la aparición del primer libro del narrador de Zapotlán con las siguientes palabras: “Juan José Arreola es el nombre de un joven escritor mexicano que no tardará en ser conocido con amplitud y en figurar en la primera fila de nuestros prosistas”; aunque en el artículo nunca se menciona el título de la obra, se trataba con toda seguridad de Varia invención (1949).
    Es importante recordar las palabras de Alvarado, ya que, como suele decirse, tuvo “boca de profeta”: los textos reunidos por Arreola en su primera cartilla todavía nos siguen sorprendiendo, y le otorgamos aún hoy —casi sesenta y un años después—toda la razón al escritor de Lampazo (Nuevo León) al referir en los textos una “fina calidad”. Atinó Alvarado incluso en ver las posibles influencias en la factura de esos cuentos. De una sola visión mencionó a Marcel Schwob y un cierto aire a Julio Torri . Con el tiempo el propio Arreola puntualizaría con toda claridad sus mayores influencias literarias, agregando a los nombres anteriores los de Giovanni Papini, Jorge Luis Borges y Franz Kafka.
    Tres años más tarde, con la aparición de Confabulario (1952), el prosista zapotlense confirmaría su ingenio literario para, acto seguido, mostrar sus amplios registros como escritor al regalarnos una de las más bellas y solazadas novelas de la literatura mexicana: La feria (1963).

    Los prodigios sensibles
    Con reposada sencillez se pueden distinguir los espacios vitales del personaje Arreola. Sin olvidar obviamente su invaluable labor como maestro de grandes escritores y editor de libros y revistas memorables como Mester, la vida del juglar de Zapotlán se diferenció de otros creadores por tres naturales derives significativos: su genio narrativo, su portentosa memoria y sus incansables lecturas.
    Esas cualidades se han tomado en cuenta para proponer al público tres libros de Juan José Arreola a votación: La feria (”Si camino paso a paso hasta el recuerdo más hondo, caigo en la húmeda barranca de Toistona, bordeada de helechos y de musgo entrañable. Allí hay una flor blanca. La perfumada estrellita de San Juan que prendió con su alfiler de aroma el primer recuerdo de mi vida terrestre: una tarde de infancia en que salí por primera vez a conocer el campo.”), Memoria y olvido (“Como casi todos los niños, yo también fui a la escuela. No pude seguir en ella por razones que sí vienen al caso pero que no puedo contar: mi infancia transcurrió en medio del caos provinciano de la Revolución Cristera. Cerradas las iglesias y los colegios religiosos, yo, sobrino de señores curas y de monjas escondidas, no debía ingresar a las aulas oficiales so pena de herejía…”) y Arreola en voz alta (“Lo importante es que todas las páginas aquí reunidas me enseñaron a amar la literatura y por eso las amo y las reúno. Las leí por primera vez entre los ocho y los doce años de edad, y aún me siguen enseñando a ser hombre y me enriquecen con los dones de una lengua que ha desarrollado mi espíritu.”).
    El que mayores votos obtenga, será el libro que levantará las voces de algunos ciudadanos en ochenta municipios de Jalisco donde se desarrollará este 23 de abril el Día Mundial del Libro.
    Esta vez, y contrario a lo usual desde hace varios años, la celebración no convoca a votar entre distintos autores y libros, si no que de una sola vez se homenajea a Juan José Arreola al proponer tres de sus obras, cada una aparentemente distinta; sin embargo, desde mi punto de vista —y como queda demostrado con las citas arriba expuestas—, lo que en realidad se hace es recordar que el autor de Bestiario fue eso: una unidad sensible, una memoria.
    Recordarlo, a diez años de su desaparición terrena, leyendo en voz alta el libro elegido, será una verdadera fiesta, pues todo lo que hizo y conformó Arreola fue eso, precisamente, elevar al punto poético la maravilla de su recordación.
    ¿Hay acaso otra forma de ser un verdadero juglar?

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