Las fuentes del racismo son profundas pero modificables

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    El racismo se expresa como desprecio, pero sobre todo como temor al diferente. Para vencerlo no bastan las leyes ni la educación, es necesario conocer sus fuentes profundas, porque ningún pueblo en ninguna época de la historia, de ningún color o sabor ha estado libre de ese mal.
    Los aztecas decretaron que los tlaxcaltecas eran útiles solo para comparsas en “guerras floridas”, como los “juegos de guerra” puestos de moda en Estados Unidos, con la diferencia de que el perdedor no recibía una bala de tinta roja, sino que le sacaban el corazón, con gran ceremonia. Los griegos dividieron el mundo en humanos, o sea, griegos, y “otros”, bárbaros. Lo mismo hizo Roma. Los chinos viajaron por la India y el este de ífrica antes de quemar sus naves y encerrarse en un mundo exclusivamente chino.
    Los noruegos, descubridores de América medio milenio antes que Colón, no lograron evitar el desprecio por el modo de vida esquimal. Los noruegos desaparecieron de América, los esquimales allí siguen. Pero estos tampoco aprendieron de los noruegos y no cambiaron en siglos su difícil forma de vida (hasta que los alcanzó la globalización igualadora).
    La tribu A teme a la tribu B desde el albor de la humanidad. Montescos y Capuletos, pandillas de barrio: todos los humanos llevan a su más reducida expresión el temor al prójimo, al próximo. Las cucarachas siempre vienen de la casa del vecino. Las mujeres extranjeras siempre son putas y los hombres maricones. Así es y a todo mundo le consta.
    Cuando una respuesta social traspasa los milenios, las geografías, las razas y los sistemas sociales es porque tiene una fuente corporal, física. El temor al desconocido es fundamental para la supervivencia de las especies: todos los cachorros corren ante lo inesperado. El que no corre… no pasa sus genes no correlones, porque es devorado antes.
    A lo largo de buena parte del siglo pasado hubo resistencia a buscar este tipo de conocimientos, porque servían, muchas veces, para decir: “así nos hizo Dios y por tanto así debemos ser”. Lo mismo se justificaba el sometimiento de la mujer que la esclavitud o la tiranía. Pero conocer un defecto puede servir para superarlo.
    Un estudio efectuado en fechas recientes por científicos de las universidades de Nueva York y de Harvard muestra una mayor persistencia de los miedos aprendidos cuando la persona productora de temor pertenece a otra raza y no a la propia. Los resultados aparecieron en Science hace dos semanas. Aunque el estudio se aplicó únicamente a estadunidenses blancos y negros, no es atrevido generalizar a cualesquiera otras razas.
    Después de un encuentro negativo, digamos atemorizante o doloroso, en comparación con los pájaros y las mariposas, todos los primates, tanto los no humanos como los humanos, tardan más tiempo en sacudirse el miedo a serpientes y arañas, dicen los autores del artículo. Sus hallazgos prueban en los primates humanos similares dificultades para olvidar los temores a gente de otra raza.
    Los investigadores mostraron a sus sujetos experimentales imágenes de rostros, tanto de blancos como de negros, en ambos casos rostros desconocidos.
    En la primera fase, aparearon la presentación de una de las caras de blanco y una de las de negro con un no doloroso, pero molesto, shock eléctrico. En la segunda fase, las mismas caras fueron presentadas, ya sin shock. Midieron las respuestas típicas del miedo, como los cambios en las glándulas sudoríparas, para dar un vistazo al estado emocional de la persona.
    “Como era de esperar, todos los participantes adquirieron una respuesta de miedo, tanto a las personas blancas como negras que fueron asociadas con un shock. No obstante, cuando se dejaron de administrar los shocks, disminuyó la respuesta de miedo a la cara que coincidía con la raza del participante, mientras que el temor a la cara de otra raza persistió”. Esto indica que no solo el blanco teme al negro, sino el negro al blanco. En general, tememos al diferente. Y las raíces de ese miedo se hunden en la filogenia: lo poseemos desde antes de ser humanos, porque fue necesario para sobrevivir y quedó imbricado en los circuitos emocionales del cerebro.
    Esa es la mala, que debemos considerar para evitarla. Pero la buena fue que los mismos investigadores encontraron que “el miedo hacia miembros de otro grupo racial disminuía entre quienes tenían mayores experiencias en citas (dating) interraciales”. Nada mejor que una cita erótica con miembros de un grupo temido para perderles el miedo.
    Es fácil observar que en los países con mayor diversidad religiosa es también mayor la tolerancia religiosa. La vida de una familia protestante en un pueblo católico de Guanajuato, o católica en un pueblo protestante de Arkansas, puede ser un infierno.
    Los resultados son consistentes “con un sustancial cuerpo de investigación que demuestra cómo el contacto positivo intergrupos reduce la negatividad hacia grupos de fuera”. También este dato tiene mucho sentido: una vez que uno está en contacto con varios grupos ajenos y comprueba que no muerden, ya no teme de inicio a otro grupo desconocido.
    “Una predisposición evolutiva nos enseña a temer a los miembros de grupos sociales diferentes al nuestro… Muestra cuán fuerte es el ‘tirón’ que los grupos a los que pertenecemos ejercen sobre nosotros.
    “No es fácil sacudirse al grupo. La noticia optimista es que esa predisposición a temer a los miembros de otra raza puede ser cambiada por medio del contacto personal cercano. Somos producto de nuestra historia evolutiva y de nuestro medio social inmediato; no controlamos la primera, pero el último ciertamente sí”.
    Los autores son Andreas Olsson, Jeffrey Ebert, Mahzarin Banaji y Elizabeth A. Phelps. Contacto: James Devitt en james.devitt@nyu.edu, en la Universidad de Nueva York, y Steve Bradt en steve_bradt@harvard.edu, en Harvard.

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