Las elecciones intermedias y el camino rumbo a 2012 en Estados Unidos

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El pasado 2 de noviembre se llevaron a cabo las elecciones intermedias en Estados Unidos. A través de una campaña de linchamiento político, dirigida contra el presidente Barack Obama, el Partido Republicano logró la mayoría en la Cámara de Representantes, redujo la ventaja del Partido Demócrata en el Senado y se adjudicó varias gubernaturas, reconfigurando la escena política en Washington y poniendo en jaque el desenvolvimiento futuro de la actual administración.
En 2008, Barack Obama heredó una de las situaciones más complejas en la historia de Estados Unidos. La crisis económica desatada durante la administración de George W. Bush, así como la arrogante política exterior de éste, funcionaron como campo fértil para la promesa de “cambio” ofrecida por el actual presidente. Esa coyuntura, aunada al hecho de ser el primer ciudadano de raza negra en llegar a presidente de Estados Unidos, avizoró cambios profundos no sólo dentro, sino fuera del país. Sin embargo, las expectativas colocadas en la figura de Obama resultaron excesivas, y de ser identificado con el “cambio”, el presidente es ahora sinónimo de “decepción”.
Este giro tan drástico en el estado de ánimo del electorado estadunidense, se explica en parte por los magros resultados en materia económica, en especial en cuanto a la creación de empleos. A pesar de haber superado la recesión, el crecimiento de la economía aún no despega y la tasa de desempleo se ubica alrededor del 10 por ciento, situación que ha sido bien explotada por el Partido Republicano para atraer votantes, con la promesa de revivir la economía y recortar el gasto del Estado.
Paradójicamente, los logros más destacados de la administración de Obama, las históricas reformas a los sistemas de salud y financiero, también han servido como punta de lanza de la estrategia republicana, que las califica como “socialistas”. Los republicanos, oxigenados por el movimiento conservador del Tea Party, han llevado el debate a un terreno muy sensible para la cultura política en Estados Unidos: el tamaño y la intervención del gobierno, ya que en Estados Unidos, a diferencia de algunos países europeos y latinoamericanos, la idea del Estado benefactor es rechazada y se entiende como antagónica a la naturaleza misma de ese país.
De esta manera, más allá de los escaños y las gubernaturas ganadas, el mayor éxito del Partido Republicano radica en haber generalizado la idea de que esta elección representó, antes que cualquier otra cosa, un referéndum contra las políticas “socialistas” de Obama –idea, por cierto, comprada por algunos demócratas–, debilitándolo así en el camino hacia la elección presidencial de 2012, en los hechos, el verdadero referéndum para Obama.
Sin embargo, el excesivo triunfalismo republicano (algunos de sus más prominentes miembros han definido este triunfo como “un terremoto”, e incluso como un “tsunami electoral”), así como sus perspectivas rumbo a 2012, deben ser matizadas. Uno de los grandes errores de la administración de Obama ha sido la carencia de una narrativa coherente y satisfactoria que dé forma a las acciones de gobierno que antes, como promesas de campaña, le sirvieron para llegar a la presidencia. El electorado estadunidense, quizá más que cualquier otro en el mundo, entiende la política contrastando las opciones que se le presentan. A pesar de que la agenda política de Obama ha demostrado tener una esencia distinta de la republicana/conservadora, la actual administración no ha sabido incluir de manera adecuada este hecho en la narrativa de su gobierno, y permitió que el contraste para esta elección se diera más que nada en el tema del desempleo.
Los próximos dos años de la administración de Obama, con los republicanos co-gobernando en Washington, podrían plantear un escenario distinto al avizorado. Las promesas republicanas –sin especificar el cómo– de reactivar la economía y de recortar alrededor de 100 mil millones de dólares el gasto del Estado (excluyendo reducciones en defensa), pueden resultar más bien en una futura oportunidad política para Obama y los demócratas, quienes podrán, así, tener una nueva base sobre la cual contrastar su idea de gobierno y, sobre todo, corresponsabilizar a sus propios adversarios de la situación que atraviesa Estados Unidos.

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