Las cruces de Rulfo

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Llegar a la cima implica cargar para siempre una cruz pesada sobre la espalda. Durante los últimos veinte años de su vida, Juan Rulfo vivió intranquilo por lo mucho que se esperaba de él. Así lo reveló Fernando del Paso, durante los homenajes que la Universidad de Guadalajara organizó en el centenario del escritor jalisciense.

La fama lo abrumaba. A él lo que le gustaba era tomar café, y pasar horas y horas platicando. Pero ya tenía un lugar reservado en el Olimpo de la literatura. Y dos libros bastaron para encaramarse en el trono. Pero desde entonces los mortales esperaban que siguiera regando tinta bendita en sus páginas. La expectativa no era poca. Quizá por ello, no volvió a publicar desde que Pedro Paramo apareció en 1955.

“Nunca ningún escritor mexicano había logrado atrapar el alma auténtica de nuestro pueblo”, resumió Del Paso en el acto inaugural del ciclo vivido del 16 al 20 de mayo en el Centro Universitario de Ciencias Sociales y Humanidades (CUCSH), y en el Centro Universitario del Sur (CUSur).

“Si Juan Rulfo estuviera vivo, no estaría aquí con nosotros. Sin duda, estaría leyendo o dedicado a una tarea productiva (…). Si Juan Rulfo estuviera vivo, yo no estaría aquí. Estaría con él en un café, los dos fumando como chacuacos y hablando de literatura. Él sería el narrador y yo el escucha. Juan era un hombre que conocía la novela universal como nadie. Su sed de lectura era insaciable, pero no por ello fue un erudito fanfarrón. Siempre tuve la impresión de que él mismo estaba asustado del éxito mundial de Pedro Páramo y El llano en llamas, éxito que en ocasiones lo abrumaba”, afirmó el Premio Cervantes.

Recordó además los tiempos en que Del Paso era becario del Centro Mexicano de Escritores y tenía largas tertulias con Rulfo: “Nunca había recibido tantos y tan buenos consejos, dados de buena fe, con cariño y sobre todo con autoridad. Sus críticas a lo que escribía eran muy respetuosas, delicadas y transparentes, como él mismo. Hoy Rulfo hubiera cumplido cien años. Yo tengo ochenta y dos, y a pesar de esa diferencia de dieciocho años, fue uno de los mejores amigos que he tenido en la vida”.

La primera conferencia magistral en esta serie de homenajes la impartió el escritor Élmer Mendoza, miembro de la Academia Mexicana de la Lengua, quien aseguró que sus dos grandes maestros mexicanos son Juan Rulfo y Fernando del Paso.

Narró cómo Pedro Páramo provocó un gran impacto en su generación, y señaló que en la literatura de Rulfo lo que importa no es entender, sino sentir. Consideró que el jalisciense innovó al utilizar recursos literarios que sacudieron a todos los sistemas de escritura conocidos.

Recursos como evocar a un sueño de los personajes, o los monólogos interiores —tan de moda en aquella época— eran utilizados de forma magistral por el nacido en el Sur de Jalisco. “Rulfo era lo que nosotros llamamos raza, del pueblo, acá. De Sayula, de Apulco, de San Gabriel o de Tuxcuacuesco, que son sitios que tuve que conocer después. Pero, además, era misterioso, inexplicable e irreverente. Y eso cuando estás en la facultad, es fascinante”, afirmó el sinaloense.

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