Las conquistas de Herzog

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    Una imagen obsesionaba a Werner Herzog: un barco de vapor atravesando una montaña. Productores de Hollywood le “sugirieron” al director alemán que se dejara de problemas y que utilizara un bonito y pequeños barco a escala para su desquiciado proyecto cinematográfico. Herzog se negó, por supuesto, la metáfora era esa, convencer a una tribu de indios machiguengas y literalmente transportar un barco por un pedazo de tierra entre dos grandes ríos. El resultado fue Fitzcarraldo, película que le hizo acreedor del Premio al Mejor Director en Cannes en 1982.
    Como lo explica el propio Herzog en la introducción de su libro Conquista de lo inútil: “Estos textos no son un informe de rodaje —éste apenas se menciona—, y son un diario sólo en el sentido más amplio. Se trata de otra cosa: más bien paisajes interiores, nacidos del delirio de la selva”. Pasaron 24 años para que Herzog decidiera publicar estas notas por primera vez en Alemania. Ahora en el 2010 la editorial catalana Blackie Books presenta la primera edición en español.
    En un estilo delirante, Herzog intercala comentarios como este, del 17 de enero de 1981 en Iquitos: “Cuando me he puesto los pantalones, los he sentido fríos y extraños. Les he dado la vuelta y ha salido un sapo”. O las transcripciones de sus pensamientos, atrapados en las noches delirantes, a medio camino entre abortar el proyecto por falta de fondos o caer ante la tentación de asesinar a su insoportable actor principal, Klaus Kinski: “Por un momento se apoderó de mí la sensación de que mi trabajo, mi visión, me destruirían (…) una mirada nacida de la curiosidad más bien material sobre si mi visión no me habría destruido ya. Me tranquilizó saber que aún respiraba”.
    En los sueños prometeicos de Fitzcarraldo —un magnate del caucho obsesionado por llevar la ópera a Iquitos— Herzog encontró un motivo perfecto para tratar de explicar la grandeza del arte (es decir, de lo humano) y lo que éste tiene en común con la entropía de la naturaleza: “los Grandes Sentimientos de la ópera, que suelen despreciarse por exagerados, a mí al contrario me parecen condensados, reducidos a arquetipos, a una esencia que ya no es posible concentrar más. Son axiomas de sentimientos. Eso es lo que la ópera y la selva tienen en común”. Y como Fitzcarraldo, Herzog eleva los brazos en señal de victoria, mientras la voz de Caruso retumba en el Amazonas.

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