Las cicatrices de la violencia

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La violencia que ejercen las instituciones públicas y la sociedad en general, mediante la discriminación y la falta de acceso a la educación hacia los jóvenes que pertenecen a alguna pandilla, incide en la violencia que éstos generan a su vez, afirma el académico de El Colegio de Jalisco, Miguel Vizcarra.

El especialista co-coordinó un estudio acerca de las relaciones entre los pandilleros del municipio de Guadalajara, el cual fue apoyado por la UdeG, el Consejo ciudadano de seguridad pública de ese ayuntamiento y El Colegio de Jalisco.

“Hay chavos que no tienen posibilidad de salir (fácilmente) de sus colonias porque no hay transporte público o los taxis no entran a la colonia, porque les da miedo y eso va imposibilitando un desarrollo integral educacional o en el trabajo. Muchos de ellos son echados de la escuela por consumo de drogas o embarazo adolescente. Hay una expulsión del sistema que se reproduce sistemáticamente y aumenta el nivel de violencia que sufren los jóvenes, y se refleja también en la violencia que ellos ejercen hacia otros”, dijo.

La escalada de crímenes y delincuencia que se ha registrado en el país y en el estado en los años recientes ha afectado a estos grupos barriales. Si bien las peleas que solían tener para defender su territorio han disminuido, hay registro de un aumento en el número de homicidios con armas entre ellos, explica Vizcarra.

“Esto ha causado que muchos vecinos crean que los problemas de pandillas se están solucionando, porque no ven afectadas sus propiedades por las peleas como antes, pero lo peligroso es que esta violencia se va interiorizando en los ciudadanos y un homicidio se ve como un problema menor”, añade.

Las mujeres, percibidas sólo como compañeras de los miembros de las pandillas, han comenzado a integrarse a estos grupos o a formar los propios, dice Rogelio Marcial, investigador del Centro Universitario de Ciencias Sociales y Humanidades, quien participó en el proyecto.

“Ellas han tratado de irse ganando su lugar porque se dan cuenta que viven los mismos procesos que los varones: disfunción y violencia intrafamiliar que las hace salir a la calle, empezar a compartir el tiempo con la pandilla. Ellas masculinizan sus expresiones, tienen que ser tan hombres como los hombres y se pelean con otras mujeres, consumen drogas y participan en los enfrentamientos para ser aceptadas”, expresó Marcial.

Sin embargo, algunos grupos siguen considerándolas como “adorno” y las toman en cuenta para la diversión o lo sexual. “Algunas de ellas ven esto, se inconforman y forman sus pandillas sólo de mujeres”, añade el coautor del libro Grafías urbanas contemporáneas: cicatrices en piel y muro.

Nuevas generaciones
No sólo la manera de relacionarse ha cambiado entre las pandillas, sino también sus referentes culturales y sus formas de expresión. Los “cholos más veteranos” de pantalones holgados y la cabeza rapada conviven con el pelo largo y la ropa ajustada que usan los más jóvenes. Las canciones oldies y el rap se escuchan en las calles igual que  el reguetón y un género llamado circuit. La imagen de la virgen de Guadalupe es utilizada en los tatuajes y grafitis al igual que la de San Judas Tadeo.

“El cambio en los referentes culturales tiene que ver con la globalización. No es que desaparezca la pandilla o el barrio de influencia chicana, sino que junto a ella está emergiendo una nueva forma de identificación de los jóvenes. Ese cambio generacional es cultural y no sólo etario”, explica Vizcarra.

Agrega que en otros aspectos se nota la influencia de Sudamérica en el lenguaje: antes el hommie, era el compañero de pandilla, ahora se usa el término pana; el concepto de pinta para referirse a la cárcel, fue sustituido por la palabra cana.

Uno de los elementos que se ha mantenido es el tatuaje, aunque los significados han cambiado. “Los jóvenes usan colores, ya no se tatúan los tres puntos en la mano o la lágrima cerca del ojo, que eran característicos de los pandilleros más arraigados; usarlos es una manera de arriesgarse a que la policía los detenga”, dice el académico de El Colegio de Jalisco.

Valores como la solidaridad y el respeto a los códigos van desapareciendo entre los pandilleros más nuevos. “Los de la vieja escuela mencionan que hay menos valores al interior de los grupos, que la solidaridad es menor y que ya no todos los grupos defienden el territorio y a los vecinos como ellos lo hacen”, dice Vizcarra.

Marcial añade: “Los veteranos hablan que ellos ejercían violencia con ciertas reglas u honores y dicen que ahora los adolescentes perdieron ese código y son violentos sin sentido alguno”.

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