Larga estela de Jane

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    En 1959, Carlos Fuentes tenía treinta y un años. Había publicado ya La región más transparente y, justo en ese tiempo, estaba en las mesas de novedades Las buenas conciencias. Él y no otro, revelado desde entonces como uno de los más sólidos narradores, era el indicado para escribir el prólogo a una de las más altas novelas inglesas. Orgullo y prejuicio, de Jane Austen, apareció por vez primera en nuestro país en el crucial año cincuenta y nueve, el 14 de marzo; algunos meses después habría de morir Alfonso Reyes, escritor que le había dado alas a Fuentes y quien seguramente lo recomendó a la Universidad Nacional Autónoma de México para que abriera la primera edición.
    Se cumplieron doscientos años de la aparición de Orgullo y prejuicio; su primera edición data del 28 de enero de 1813, y fue publicada sin llevar el nombre de la autora, es decir, en un principio fue una obra anónima. Catalogada por los críticos como una “comedia romántica”, es probable que haya sido una de las lecturas de Harriet Beecher Stowe, la creadora de la primera novela americana escrita por una mujer, La cabaña del tío Tom (1852), aunque con un tema distinto (la esclavitud) a la de Jane Austen; mientras que la más cercana a Orgullo y prejuicio sería Mujercitas (1868), de Louisa May Alcott. Es probable, incluso, que la jalisciense Refugio Barragán de Toscano la haya leído antes de escribir La hija del bandido… (1887), la primera novela escrita por una mujer latinoamericana.
    Con picor en la nariz y molestia en los ojos (el papel de la primera edición mexicana de la novela que tengo en mis manos ya comienza a causar sus estragos), releí en estos días algunos pasajes de Orgullo y prejuicio: es notable su frescura y actualidad.    
    Si bien la historia narrada por Austen ignora los grandes acontecimientos históricos de la época, lo cierto es que describe puntual las formas de vida de una clase social. Y una de sus antiguas primicias es la presentación de los jóvenes en la literatura. Son las ideas nuevas, en una clase burguesa, lo que hace, en todo caso, que la importancia de la novela tome una relevancia fundamental. Si recordamos que la autora tenía veinte años cuando comenzó a escribirla, es ya un logro haber capturado el pensamiento de su época, y un principio para reconocer la gran inteligencia y mirada penetrante de la joven Jane.
    Carlos Fuentes dice: “La novela, expresión típica de la nueva clase, pretendió consagrar sin criticar, los nuevos valores. Sin embargo, la novela también surgió impulsada por un afán crítico y jamás pudo consagrar sin criticar, edificar sin sembrar el germen de la destrucción, retratar a la sociedad burguesa sin desnudarla”.
    Austen dejó de lado, en apariencia, todos los acontecimientos sociales que se suscitaban en ese momento; uno de los más importantes fue el nacimiento y desarrollo de la Revolución industrial, la Independencia de Estados Unidos, los movimientos independentistas de América Latina, las estrategias bélicas de Napoleón, la Revolución francesa, las agitaciones parlamentarias en la propia Inglaterra y el espacio de cambios que causó el traslado de un siglo a otro. Lo que hizo, en todo caso, fue aislarse y describirnos la vida y costumbres de una sociedad, de unos jóvenes y su vida displicente en el campo. La casa de la familia Bennet es la escenografía para que muchachos de entre quince y veintitrés años se desplieguen en sus menudas tragedias sociales.
    Con todo, Orgullo y prejuicio se convirtió en un parteaguas. Sostenida en una prosa impecable, ha permanecido en el gusto de los lectores; la crítica, invariablemente, la ha tratado muy bien, pues se rescatan muchos aspectos soslayados por los contemporáneos de Austen, sobre todo esa parte recóndita que representan las costumbres de una sociedad burguesa detenida en sí misma y en su molicie. Durante dos siglos, la primera frase ha sido tomada como un magistral leitmotiv (“Es verdad universalmente reconocida que un soltero, poseedor de buena fortuna, tiene que necesitar a una mujer”) que ofrece, en una sola frase, toda la esencia de una larga historia.
    La primera edición mexicana de Orgullo y prejuicio, publicada por la UNAM, no consigna el nombre del traductor, pero sí que en 1955 Manuel Toussaint dictó en El Colegio Nacional un ciclo de conferencias titulado “La gran novelista inglesa Jane Austen y sus seis libros inmortales”.
    Como una “Épica de una sociedad en lucha consigo misma”, definió Paz a Orgullo y prejuicio —recuerda Carlos Fuentes. Ese mismo año se puso en escena en Broadway como musical…

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