La voz del silencio

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El desaliento, descrito con parsimonia y variados matices en la poesía de Rosario Castellanos, se convirtió en un protagonista que la acompañó durante su vida y también habitó su obra. Este verano se cumplen cuarenta y dos años de la inesperada muerte la poeta, feminista, narradora y diplomática mexicana que colocara en un lugar visible no sólo a la mujer y su condición de desventaja, sino también al mundo indígena. Nacida en una familia de terratenientes que la llevó a vivir su infancia en Comitán, Chiapas, aprendió muy temprano que la desigualdad, el clasismo y el racismo eran los puntales que organizaban la estructura social de todo el país. Criada por una nana indígena, Rosario convivió con aquel universo tzeltal que cantaba y reñía en otra lengua, una que no era castellana y con la que aquellos que le servían la mesa, le almidonaban los vestidos y limpiaban la casa entera, se comunicaban bajito, entre sí. 

México ha avanzado tan poco en materia de igualdad que no es difícil imaginar el Comitán de los años treinta. Aquella población claramente dividida de acuerdo al color de la piel y al tamaño de la fortuna que se poseyera, se convirtió en el conflictivo referente del mundo social de Rosario y en el cual empezó a buscar su propio sitio.  Al interior de aquella colorida sociedad de castas, estaba su familia, en la que apenas ocupó un lugar accesorio frente al protagonismo de su hermano, el varón, el enfermizo heredero del apellido. Luego de la publicación de poemarios como Trayectoria del polvo (1948), De la vigilia estéril (1950) y Presentación al templo (1952), Castellanos atiende la sugerencia de su amigo Emilio Carballido y escribe sus recuerdos de infancia en Chiapas. Así nació Balún Canán (1957) su primera novela, un relato lleno de referencias autobiográficas.

La hostilidad de su universo infantil impulsó a Rosario a desarrollar una personalidad melancólica. Sensible a las injusticias que observaba a diario, Rosario aprendió varias cosas, una de ellas era que ser mujer no era bueno, que tendría que luchar más para obtener algo parecido a lo que el hombre, por el solo hecho de nacer varón, poseía. Además estaba el enfrentamiento cotidiano del mundo blanco y mestizo con el indígena, las prácticas que eternizaban la esclavitud, la sangre y el castigo.  Balún Canán, a través de una niña narradora, le pone nombre a la tragedia nacional que ha sido la visión colonialista y sus políticas. El reparto agrario fue uno de los momentos históricos más álgidos del periodo post revolucionario. En lugares como Chiapas, este reparto se retrasó y bloqueó hasta sus últimas consecuencias, así como las reformas educativas que trajo el gobierno del General Lázaro Cárdenas, que incluían la instrucción bilingüe. Para la familia protagonista de la historia, estos acontecimientos van a desatar los demonios en su propia hacienda, en aquel mundo que creían a salvo de las nuevas leyes que atentaban contra el ventajoso sistema que habían construido.

La niña narradora de Balún Canán, la joven estudiante de letras de la UNAM, la trabajadora del Instituto Indigenista Nacional, la profesora de filosofía, la embajadora de México en Tel Aviv, la poeta triste, Rosario, nos ofrece en su obra, y particularmente en esta novela, la desigual y violenta convivencia del mundo indígena con el resto.

“Mi nana me persigna y dice:
—Vengo a entregarte mi criatura. Señor, tú que estás aquí lo mismo que allá, protégela. Abre sus caminos, para que no caiga. Que el relámpago no enrojezca el techo que la ampare… Abre su entendimiento, ensánchalo, para que pueda caber la verdad…”

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