La sonrisa al fondo de sus ojos

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A mitad de la Expo Guadalajara, justo en el cruce de la avenida Novelistas y la Calle H, está Gabriel García Márquez. Su imagen se yergue, adornada con la sonrisa que, en el homenaje póstumo que le rindieron en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, María Cristina García Zepeda calificó como “una que salía del fondo de sus ojos”. Gabo está en la pared de lona de una editorial, donde montones de mariposas amarillas se posan de vez en vez, depositadas por las manos de cientos de lectores, y que cuando un niño de camisa roja pasa y roza la lona, empiezan a mover sus alas como si anhelaran alzar un vuelo, casi literario, en busca, entre los lectores, de un Mauricio Babilonia.

A unos cuantos metros de ahí, en el Salón Juan Rulfo, Raúl Padilla López, Presidente de la FIL Guadalajara, inauguraba oficialmente el tributo al escritor colombiano, fallecido en abril de este año en la Ciudad de México. “El coloso de Aracataca se ha convertido en un inmortal de la literatura”, dice Padilla López, durante la ceremonia que reunió a Rebeca Grynspan, Doris Bravo, Jorge Franco, Pilar del Río, Ángeles Mastretta, Jaime Abello Banfi, Senel Paz, María Cristina García Zepeda y Claudio López.

Un admirador del Premio Nobel de Literatura en 1982, es Iram Olivera, quien leyó Cien años de soledad desde ya tiempo atrás. Ahora, muchos años después, se encuentra con la imagen de García Márquez en la pared de la editorial que publica sus libros en México, mientras recorre la FIL con su hijo Alexis.

La lona con mariposas amarillas se mueve mientras Iram se dispone a colocar la suya. Le pregunto qué le agradece a Gabo: “Todo, y ese todo es compartir con nosotros esa imaginación, esa visión mágica del mundo; una visión tan latinoamericana que va desde la tierra misma hasta la mentalidad colectiva”. Se ríe, voltea hacia su hijo Alexis y le dice: “Esta metáfora (la de jugar con las mariposas amarillas) es algo muy simbólico, totalmente para Gabo”, sonríe de nuevo, habla de los libros del escritor y se refiere a él como si lo conociera desde hace años, de la misma forma en que lo dice Ángeles Mastretta frente al público del salón Juan Rulfo: “Leer a Gabo, era hacerse su amigo”.

Al tomar la palabra, acerca del homenajeado, Rebeca Grynspan Mayufil dice que “Toda buena novela es una adivinanza del mundo”, afirmación que da la pauta para que María Cristina García Zepeda platique de la primera vez en que convivió con el colombiano, en una noche donde fueron a un concierto de Joaquín Sabina al Auditorio Nacional. Noche donde terminaron escuchando ballenato y dialogando de infinidad de temas… y, sin darse cuenta, lo que hace García Zepeda es parecido a lo que García Márquez hizo al hablar de Julio Cortázar en aquella anécdota sobre el viaje a Praga en tren, que emprendieron con Carlos Fuentes y que está plasmado en el libro Yo no vengo a decir un discurso.

Así, entre recuerdos y mariposas, la FIL 2014 rinde un homenaje al escritor que Mastretta calificó de “semejante a la luna”, pues “se le quiere como a ésta, porque es así, como la luna, que le pertenece a cada uno”.

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