La solitaria lucha por la vida

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    Al observar una tortuga marina desovar, corroboras que la vida se conserva y reproduce con sufrimiento. Sumida en un trance del que la pueden sacar solamente las agresiones de los coyotes, la hembra llora y babea, mientras con instintivos movimientos de las aletas excava con fatiga un profundo agujero en la arena para poner sus huevos. Sin embargo, sin la intervención del hombre este esfuerzo podrías resultar vano, ya que los nidos corren diferentes peligros, tanto por el saqueo de los “hueveros”, como por la depredación de animales selváticos.
    De los 95 huevos que pone regularmente una tortuga en condiciones naturales, el promedio de eclosión es del 70 por ciento, en cambio gracias al trabajo del campamento tortuguero de la Preparatoria Regional de Puerto Vallarta, se logra un 82 por ciento.
    La labor que realizan, desde hace seis años, Israel Llamas, encargado del campamento, y las brigadas de alumnos, ha permitido proteger 379 mil huevos y cuatro mil tortugas madres en los 12 kilómetros de la playa de Maito, en el municipio costeño de Cabo Corriente.
    Asimismo la conservación de los nidos en un corral de incubación y la liberación controlada de las crías, hizo posible que más de 50 mil tortugas, de las especies golfina, laúd y negra, llegaran sin problemas al mar. Allí es donde empieza su lucha solitaria, en la que sobrevive solamente un dos por ciento de ellas.
    Debido a la presencia del campamento se redujo notablemente el saqueo de huevos, por lo menos de los que quieren hacer negocio con ellos en el mercado negro, pero aún se tiene que lidiar con las costumbres arraigadas entre la comunidad del lugar.
    “Los huevos son nutrientes y afrodisíacos, no es un mito”, dice Ambrosio, quien trabaja en un hotel de la zona. “Hay un señor que todas las mañanas me trae cinco, y con esos tengo energía hasta la tarde”.
    En cambio, según Israel, esta es una creencia popular: “Los huevos de tortuga no son más nutrientes que los de gallina, además tienen cantidades de colesterol muy altas”. Dijo que “la gente aquí ya no tiene necesidad de comerlos para alimentarse; hay dinero, la agricultura, la pesca, el turismo son muy prósperos. Quien los come es por hacer algo prohibido, o por costumbre”.
    Por lo anterior y para mantener una buena relación con los habitantes del pueblo, muchos de los cuales ya los apoyan llevándoles nidos, llegaron al acuerdo de que la gente puede agarrar una pequeña cantidad para su uso personal.
    Con todo esto Maito, después del atardecer —una explosión de colores que van del azul intenso del mar al rojo cegador del sol desapareciendo en el horizonte— cada noche se convierte en terreno de disputa silenciosa y pacífica entre hombre y naturaleza, entre depredadores y cuidadores, entre la vida y la muerte. En medio de todo esto, las tortugas pugnan para perpetuar su especie.

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